Tres religiosos agustinos recoletos dan todo su ser a la misión de Kankintú, donde intentan transmitir la vivencia evangélica a la comunidad indígena de Ngäbe-Buglé.
Para llegar a Kankintú, en la región panameña de Bocas del Toro, solo hay dos posibilidades: por el río Cricamola con una embarcación o por aire con un helicóptero. Allí, sin apenas conexión, hay una comunidad de agustinos recoletos conformada por tres religiosos. Cada día, los tres se levantan con el mismo objetivo: acompañar a los indígenas de la comunidad de Ngäbe-Buglé, que habitan esta región. Desde hace varias décadas, misioneros agustinos recoletos han entregado parte de su vida en Kankintú tratando de transmitir la alegría del Evangelio a su gente, así como reduciendo las dificultades que se encuentran los indígenas en la sociedad actual.
«El Ngäbe es más reservado, más silencioso», explica Edgar Alexis Sáenz, agustino recoleto y miembro desde hace siete meses de la comunidad misionera de Kankintú junto a Bolívar Sosa -director del Colegio San Agustín- y Nelson Tiusaba -responsable de la labor pastoral en la Parroquia San Agustín-. “Estamos muy animados”, afirman.
Los Ngäbe no son católicos; sin embargo, «creen en alguna divinidad». Esta es la puerta de entrada para introducirse en su vida y desde ahí caminar junto a ellos, que es el fin principal. Puede resultar más sencillo con los indígenas Buglé: «Es una cultura acogedora, receptiva, que construye su fe día a día».
Sembrar, pese al idioma
Los Agustinos Recoletos atienden en Kakintú cerca de 40 comunidades indígenas. Desde abril de 1964 hasta nuestros días, los diferentes religiosos que han pasado por aquí nunca han desatendido ninguna de ellas y se ha comprometido con su atención espiritual y humana. Sin embargo, como en los inicios, se han encontrado con una barrera inicial: el idioma. «Ellos tienen un dialecto propio”, relata Nelson Tiusaba. Por eso, se ven obligados a llevar un traductor o a que los catequistas sean los propios traductores.
La cultura es totalmente diferente. No obstante, no es inconveniente para estar junto a ellos. “Una manera es viendo cómo viven ellos, aceptándoles”. Es el primer paso y el más importante par que los misioneros puedan ser acogidos como unos más en la comunidad indígena. “Eso implica romper nuestros esquemas y abrirse a una nueva experiencia”, dice Edgar Sáenz.
Pese a todo, la labor nunca se para. Desde hace varias décadas, los Agustinos Recoletos educan a los jóvenes en el Colegio San Agustín, entregándoles la educación y permitiendo su desarrollo profesional. Desde el punto de vista espiritual, intentan sembrar “esa semillita de la Palabra de Dios y del Evangelio”, según indica Nelson. Esa siembra consiste en transmitir, mediante el testimonio personal de cada misionero, “la experiencia en Cristo y la confianza en Dios”, como dice Edgar. “Es una tarea bonita en medio del sacrificio que a veces hay que hacer”, concluye Nelson.
Nadie ni nada frena a los Agustinos Recoletos en Kankintú. Cuando es preceptivo, se montan en la lancha y navegan el río para visitar a alguna de las comunidades indígenas. Navegan muchas veces a contracorriente, en el río y en la vida cotidiana. Para ellos tiene más sentido navegar que pilotar un helicóptero.