Rodrigo Guiomar, novicio agustino recoleto, sintió que Dios le llamaba de forma sencilla, con el ejemplo de los religiosos.
A Rodrigo Guiomar le ha gustado desde siempre la poesía. Por eso, siendo un niño de los muchos que corretean por las calles de Breves (Marajó, Brasil), tenía el deseo de ser profesor, concretamente de poesía y literatura. «En un determinado momento de su vida me llamó la atención de manera sencilla la vida de los frailes en la misión», recuerda. En su zona, varios religiosos agustinos recoletos entregan su vida, como antes hicieron otros, por el pueblo marajoara. Eso fue lo que conquistó a Rodrigo: «La dedicación, su testimonio de vida, su entrega, su amor a todos sin excepción como si fueran hermanos…».
En ese momento se hizo una pregunta que a día de hoy sigue repitiéndose: «¿Cómo alguien tan distante puede llegar a ser tan íntimo?». Igualmente, Dios en ese intangible que tangibiliza su amor en la vida de cada persona. «Fue ahí como el señor me llamó», indica Rodrigo. Ingresó en la casa de formación Santo Tomás de Villanueva, en Belem do Pará. Era el comienzo del camino vocacional que, como todo camino, tenía partes buenas y otras más duras. «Miedo siempre hubo… pero la alegría y la satisfacción siempre me acompañaron».
Sin embargo, en febrero vivió un episodio que removió todo: sus padres se divorciaron. «Para mi fue una gran tristeza porque pensaba que yo era la causa o tenía la culpa de esta separación». En esos momentos de desazón y tribulación, escuchó «una voz amiga». Dios se vale de cualquiera para hablar. «Lo importante en esta vida -le dijo- es seguir mi vocación, mi llamamiento y dando una respuesta sincera y autentica desde el fondo del corazón».
Fue así como decidió ser agustino recoletos. Como él mismo dice, su llamada «no fue una llamada extraordinaria». «El Señor no se me apareció reluciente, con todo su esplendor». Dios le llamó de forma sencilla, a través del ejemplo de gente sencilla y con palabras sencillas en momentos difíciles.