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Pablo: evangelizador de la cultura grecorromana

San Pablo, igual que San Agustín, dejó una huella imborrable en el cristianismo primitivo, como explica el sexto artículo de Formación Permanente 2021.

La de los primeros cristianos era una sociedad compleja y con difícil acoplo para la fe católica. Sin embargo, la fe de San Pablo, igual que San Agustín convertido al cristianismo, rompió cualquier barrera y llevó la Palabra de Dios sin ningún límite. Lo explica el sexto artículo del programa de Formación Permanente OAR 2021 -que este año tiene como tema principal el diálogo con la cultura-. Ha sido escrito por el agustino recoleto Jairo Soto.

Introducción

La cultura es un sistema de símbolos que se refiere y abarca a personas, cosas y acontecimientos socialmente simbolizados. Simbolizar significa dotar a la gente, las cosas y los acontecimientos de significado y valor. La cultura toma lo que está en el medio ambiente físico y humano, y lo interpreta socialmente dotándolo de significados y sentimientos compartidos por un grupo humano.

Cada grupo asigna diversos significados y valores a su realidad, dependiendo de factores que hacen su experiencia diferente y sujeta al entorno: geografía, clima, paisajes, productos, etc. Cultura es todo lo referente a esos significados y sensaciones compartidos en un tiempo y lugar precisos.

El lenguaje es un elemento importantísimo en la expresión de la cultura, porque identifica formas y modelos del ser humano en su relación con el entorno1. El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum 12, expresaba que, «para entender mejor lo que Dios quiso comunicarnos a través de los autores inspirados, es necesario tener en cuenta los géneros literarios en que se encuentran los textos sagrados, el modo de pensar, de expresarse, de narrar que se usaba en tiempos del escritor y las expresiones que más se usaban en la conversación ordinaria».

Dos grandes convertidos de la antigüedad han dejado una huella imborrable en el cristianismo primitivo. Son san Pablo y san Agustín. Cada uno de ellos, en su época y región, ha vertido el evangelio en los moldes de sus propios contextos culturales. San Pablo, en el mundo mediterráneo del Imperio Romano del s. I, desde la región de Judea hasta Italia y, quizás, hasta Hispania. San Agustín, por su parte, en el ocaso ya de dicho imperio, iluminando el mundo desde el norte de África.

En estas páginas nos acercaremos sucintamente a la figura de Pablo en su actividad evangelizadora en el mundo y circunstancias en las que desempeñó su labor apostólica. Tradicionalmente, y de manera especial a partir de la controversia teológica de la reforma protestante, se han leído sus escritos atendiendo a los diversos temas teológicos que aborda en las cartas, a saber: la justificación, la ley, la gracia, la identidad de sus oponentes…

A principios del siglo XX, Karl Barth y Albert Schweitzer propusieron nuevos enfoques en la lectura del corpus paulino. Últimamente, a partir de los años 90, el desarrollo de las ciencias históricas y sociales ha aportado muchos elementos, y se han abierto nuevos caminos de comprensión de esta obra.

Pablo, como todo ser humano, vive y pertenece a un mundo y cultura definidos, y lógicamente no resultó ajeno al entorno religioso, político y social de su tiempo, el ámbito grecorromano.

Estas páginas tratan de describir los elementos culturales de la persona de Pablo y del mundo que lo rodeaba, y cómo en esas circunstancias el apóstol logra que la cultura de su tiempo sea permeada por el mensaje del Evangelio, la buena nueva de la redención2.

Nuestro recorrido explorará algunos aspectos importantes de las sociedades y culturas en que se desenvuelve Pablo, para continuar con una segunda parte en la que miraremos a las comunidades cristianas de la época, y concluiremos con algunos rasgos de su evangelización cultural presentes en la Carta a los romanos y que perduran hasta nuestros días.

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