El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 16 de enero.
El domingo después de la fiesta del bautismo de Jesús, el segundo del tiempo ordinario, la Iglesia nos propone para la reflexión un pasaje del evangelio de san Juan referente a los inicios del ministerio de Jesús. Este año hemos leído y escuchado el relato de las bodas de Caná. Ese relato termina con una declaración de gran importancia: Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. No se trata solo de que este signo que Jesús realizó fue el primero de otros que hizo después, sino que este signo fue como el origen de donde surgieron todos los demás. Uno podría decir que hasta la misma resurrección de Jesús se anticipó en este signo. Por eso el evangelista afirma que así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Este comentario nos obliga a preguntarnos qué tuvo de especial y peculiar este signo para que allí Jesús mostrara su gloria y sus discípulos creyeran en él. Debemos también tener en cuenta que, en algunas tradiciones litúrgicas, el milagro de las bodas de Caná, junto con el bautismo de Jesús y la adoración de los magos son tres acontecimientos que se celebran juntos. En la oración de la Iglesia para la tarde del día de la Epifanía, recitamos esta antífona: “Veneramos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos. Aleluya”. El evangelista san Juan narra otros milagros de Jesús: la curación del hijo del funcionario real, la curación del paralítico, la multiplicación de los panes, la caminata de Jesús sobre el mar, la curación del ciego de nacimiento, la resurrección de Lázaro. De ninguno de estos signos se dice que en ellos Jesús mostró su gloria; solo en el relato de la resurrección de Lázaro se dice que algunos de los judíos que habían ido a darle el pésame a Marta y a María, al ver el signo, creyeron en Jesús. ¿Qué tiene de especial el milagro de la conversión del agua en vino?
Veamos la escena. Se trata de una fiesta de bodas, en un pueblo de Galilea llamado Caná. Los novios nunca aparecen. Solo hay una referencia indirecta al novio, cuando el mayordomo encargado de probar el vino que se servía a los comensales se queja con él de reservar el mejor vino para el final de la fiesta, en vez de haberlo servido primero. La novia ni se menciona. La primera invitada mencionada es la madre de Jesús. Hubo una boda en Caná de Galilea. La madre de Jesús estaba invitada. Ella es la protagonista; es la que desencadena la acción. Se diría que es la responsable de la fiesta. En segundo lugar, menciona el evangelista a Jesús y sus discípulos: También lo estaban Jesús y sus discípulos.
Lo primero que se nos cuenta de la fiesta de bodas es que se les acabó el vino. Casi que la fiesta comenzó sin provisiones. Y es la invitada, la madre de Jesús, la que se hace cargo del problema, y se lo cuenta a Jesús. No les queda vino. Jesús tiene una reacción desproporcionada. Mujer, no intervengas en mi vida; mi hora aún no ha llegado. Ese comentario de la madre de Jesús y la respuesta de Jesús nos alertan de que aquí hay algo más que un simple falta de provisiones en una fiesta de bodas. ¿Por qué considera Jesús que el comentario de su madre de que falta vino es una intromisión en su vida? ¿Por qué el comentario es para Jesús una alusión a la hora de su muerte en la cruz, que todavía no ha llegado? Estas preguntas nos indican que hay que leer el pasaje en clave simbólica.
Las bodas son en el Antiguo y Nuevo Testamento figura y símbolo de los tiempos de salvación. Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu Hacedor; como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo. Así decía el final de la primera lectura de hoy; pero hay muchos pasajes semejantes en el Antiguo Testamento. Y en el Nuevo Testamento también, Jesús compara el reino de los cielos a las bodas del hijo de un rey (Mt 22,1-10) y en una ocasión Jesús se llamó a sí mismo el novio (Mc 2,19). Por otra parte, el vino, la abundancia y variedad de vinos también fue en el Antiguo Testamento otro símbolo de la salvación. También dice así Isaías: El Señor todopoderoso preparará en este monte para todos los pueblos un banquete de exquisitos alimentos, un banquete de buenos vinos, sabrosos alimentos, vinos deliciosos (25,6). Y no debemos olvidar que Jesús declaró en la última cena que el vino de la copa de la alianza eterna era su sangre derramada para el perdón de los pecados.
En referencia a estas imágenes debemos entender el relato. El inicio del ministerio de Jesús es el inicio de las bodas de Dios con su pueblo, el inicio de la salvación. Esta salvación se debe realizar por la muerte de Jesús en la cruz y el derramamiento de su sangre. Por eso, Jesús entiende que el comentario de su madre de que no hay vino en la fiesta de bodas es una invitación a que derrame su propia sangre. Por eso protesta. Su hora todavía no ha llegado. Pero dará una señal simbólica de lo que ocurrirá cuando llegue esa hora.
La madre de Jesús es en realidad la anfitriona en esta fiesta simbólica. Es ella la que ha hecho posible la encarnación del Hijo de Dios; es ella la que administra con su maternidad la llegada de la salvación. Por eso es ella la que ahora da órdenes. Manda a los servidores: Hagan lo que él les diga. Los servidores se dirigen a Jesús, que en la fiesta simbólica ya no es un invitado, sino el protagonista. Jesús ordena que llenen de agua seis enormes tinajas de piedra. Son unos seiscientos litros de agua; equivalente a unas 800 botellas de vino actuales. La salvación que Jesús ofrece es abundante y sin límites. El mayordomo comprueba que lo que le dan a probar no es agua, sino vino del mejor. Y el comentario que le hace al novio es este: Tú has guardado el mejor vino hasta ahora. Pero no ha sido el novio sin nombre el que ha reservado el mejor vino para el final. Ha sido el novio Jesús el que adelanta simbólicamente el vino de la fiesta de la salvación y del perdón en esta obra portentosa mediada por su madre. La salvación de Israel ha llegado al final de una historia de amor entre Dios y su pueblo. Las bodas de Caná son el símbolo de la obra salvífica de Jesús. Por eso allí manifestó Jesús su gloria y sus discípulos creyeron en él. Este milagro es la matriz de todos los demás; aquí está simbolizada nuestra salvación. Contemplemos nosotros la gloria de Jesús y creamos también nosotros en él.
Mons. Mario Alberto Molina OAR