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La habitación de un santo

En el Convento de los Agustinos Recoletos en Monteagudo (Navarra, España) se conserva la celda en la que pasó sus últimos días San Ezequiel Moreno, de la misma forma que estaba en 1906.

En la celda de San Ezequiel Moreno se respira historia pero, sobre todo, santidad. Dentro de las cuatro paredes de esta habitación no ha pasado el tiempo. El transcurso de los años se paró aquí el 19 de agosto de 1906. Ese día, en ese mismo lugar, el que había sido obispo de Pasto y misionero agustino recoleto en Filipinas y Colombia, pasó a la Casa del Padre. Los superiores de la casa conservaron entonces la habitación en el mismo estado que estaba, conocedores de que allí había muerto un santo. 

No fue casualidad que, tras volver de Colombia, habitara esa celda. En octubre de 1905, después de varios meses con llagas y dolores que no frenaron su vida, Ezequiel Moreno recibió con entereza la confirmación de que padecía un cáncer maligno. El clero de su diócesis de Pasto le aconsejó ir a Barcelona y operar los tumores que sufría. Sin embargo, fue tal la situación en la que llegó a Madrid que los religiosos agustinos recoletos no le permitieron viajar a Barcelona y operarse en Madrid. Tras varias intervenciones, viendo que su final estaba cerca,  decide abandonar Madrid y viajar a Monteagudo.

En este convento de los Agustinos Recoletos quería rendir su alma al Creador, al lado de su amada Virgen del Camino: «Voy a morirme al lado de mi madre». En el trayecto, el santo agustino recoleto solicitó al prior de la comunidad que fuera ubicado en una habitación que tenía un ventanal que daba directamente al altar mayor de la Iglesia y desde el que se veía a la Virgen del Camino. «Mañana bajará a la celda que habitó mucho tiempo el Padre José María Martínez, pues es obsesión la que tiene por la tribuna que hay en dicha celda y que da al altar mayor. Tengo el firme propósito de darle gusto en todo, ya que no podemos darle la curación», relataba el prior de Monteagudo, Bernabé Pena, en una carta enviada al Prior general el 4 de junio de 1906. El 19 de agosto, tras ajustarse él mismo las ropas de la cama y con la mirada fija en el crucifijo, exhalaba su último suspiro. 

Un crucifijo sigue encima de la cama en la que murió San Ezequiel. En el cabecero de la cama, una imagen de Santa Ana con la Virgen María. En la mesa, un candelero con una vela consumida y un pequeño grabado sobre papel sepia de la Virgen del Pilar. Impone observar el humilde camastro, con una colcha andrajosa por el paso del tiempo, en el que Ezequiel pasó de la vida terrenal a la vida eterna. 

Es una de las cuatro estancias que tiene la celda. Hay otra pequeña estancia con otra cama y un espacio amplio y solitario en el que hay una mesa, una silla, una lámpara y un libro de firmas. Allí pudo escribir el obispo sus últimas letras o incluso alguna reflexión tras pasar ratos de larga oración en la tribuna que se conserva tal y como se describe. Una reducida cabina, con una silla envejecida. yuna ventana al altar mayor.  

La santidad es cotidiana y sencilla, sin grandes elementos, porque la grandeza es la de la propia vida. Sin embargo, la santidad también es impresionante. 

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