Una palabra amiga

Desgranando la filosofía agustiniana

El P. Tirso Alesanco publicó esta obra en la editorial Augustinus en el 2004. En esta obra recogía todos los apuntes de sus clases de filosofía que él había impartido durante años como profesor en San Millán de la Cogolla, su pueblo, y particularmente en el convento Santo Tomás de Villanueva de Salamanca en los años 1959-1969. El último año que explicó el curso de filosofía tuve la dicha de ser su alumno. En su clase nadie se dormía porque junto a las grandes especulaciones intelectuales tenía muchos chascarrillos y anécdotas de las gentes del “valle” con las que nos hacía reír para volver luego con más ganas al tema.

Esta obra maestra del P. Tirso sobre la Filosofía de San Agustín trata en la primera parte de conocer el alma humana, EL HOMBRE. “Conózcame a mi” (Sol. 2,1,1); en la segunda, estudiará a DIOS. “Conózcate a Ti” (Sol. 2,1,1) y la tercera, las relaciones del alma con Dios, EL HOMBRE Y DIOS. “Que yo te ame” (De Trin. 15,28,51).

El P. Tirso en este manual de la filosofía de San Agustín expone la tríada “alienación” (salir fuera de sí, empujado por la sabiduría para conquistar el mundo), interioridad (volver dentro de sí, llevado por la humildad, que sólo la da Cristo) y “trascendencia” (elevarse a Dios sin salir fuera de sí mismo, pues Dios está en el interior del hombre, más alto que la propia razón). Esta es la base para leer la filosofía de San Agustín. Por eso que la tercera parte del libro “El hombre y Dios” es la más interesante y práctica de la obra donde se explaya en que la doctrina agustiniana más importante es la del amor.

El amor es el peso que lleva al alma a donde quiera que el alma es llevada; que especifica todas las virtudes y toda acción; que el hombre es bueno o malo según sea lo que ama; por eso hay dos clases de hombres, que forman dos ciudades irreductibles, porque sus amores son irreductibles, la ciudad de Dios y la ciudad del diablo. Entendida en toda su profundidad y extensión esta doctrina, se comprende todo el pensamiento agustiniano, nos dice el P. Tirso.

El alma, Dios y el camino para llegar a Dios. Antropología, teología y ética son las coordenadas del único sistema para poder fijar el pensamiento filosófico agustiniano. Y esto es de lo que trata el libro: conocer el alma humana, estudiar a Dios y lo tercero, las relaciones del alma con Dios.

En estos tiempos que se leen menos libros gruesos recomiendo a los hermanos religiosos leer esta profunda síntesis del pensamiento agustiniano sobre la filosofía. Sin duda que nos enseñará a pensar bien y a encaminar nuestros pasos según la ética agustiniana cuya preocupación principalísima es la búsqueda del fin o de la felicidad, que se consigue por la sabiduría y cuya única verdad es Cristo, el que puede dar la felicidad.

El P. Tirso obtuvo el título de licenciado en filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma en 1942. Fue en su estadía en Salamanca en 1959-1969 cuando concluyó los cursos de doctorado. Allí no sólo se preocupó de formarse él, sino que como profesor también preparó a un nutrido y valorado cuerpo de profesores en filosofía y teología para el colegio Santo Tomás de Villanueva de Salamanca. Entre ellos citaremos a Pedro Merino, Juan Manuel Torrecilla, Donato Jiménez, Fortunato Pablo, Ismael Ojeda y entre los que han partido a la casa del Padre a Silvino Miguel Peña, Javier Ruiz, Jesús del Pozo, Ángel Jiménez y otros.

Ciertamente que en los años 1961 al 1973 el claustro de profesores de la provincia de San José fue muy notable y digno de recordar. Los estudiantes teólogos con una buena base filosófica y teológica publicaban ensayos literarios en la revista Ioseph. Esa buena formación sentaba las bases para luego ejercer una vida pastoral y misionera en lugares como Venezuela y Perú, incluida la Delegación de la prelatura de Chota. Y gran mérito de esta buena preparación se debió sin duda al P. Tirso Alesanco, primero como profesor en el teologado salmanticense y posteriormente lo siguió haciendo como Provincial de 1969 al 1975.

También fue muy destacada su aportación a la actualización de las Constituciones de la Orden y los numerosos artículos publicados en revistas y congresos de nuestra Orden, siempre muy claros y profundos. Por todo esto, bien merece nuestro reconocimiento y también la gratitud de la Orden a las puertas de recordar un aniversario más de su partida de este mundo. Bien se puede decir del P. Tirso que “las palabras pasan, pero las obras quedan”.

Ángel Herrán OAR

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