Una palabra amiga

La espiritualidad de la vida cristiana

Si queremos fundamentar la vida espiritual de los creyentes hemos de acudir a aquellos autores y libros que tienen una sólida doctrina católica. Entre ellos destaca el libro “Teología de la Perfección Cristina” compuesto por el P. Antonio Royo Marín, cuya 8ª. edición de la BAC de 1998 tenemos a la vista y que consta nada menos que de 991 páginas y de la cual queremos extraer los fundamentos de la vida espiritual cristiana, ya que recordarlos a todos nos puede venir bien.

El fin de la vida cristiana es la gloria de Dios y la santificación del alma. Por ello es muy importante partir de la doctrina de la inhabitación de la Trinidad en el alma del justo por la gracia y buscar nuestra configuración con Cristo, Camino, Verdad y Vida. Este es el ideal al que ha de aspirar todo bautizado. Si Dios habita en nosotros nada hemos de temer.

Para ser santos hemos de vivir el misterio de la vida de Cristo en nosotros porque la vocación del cristiano es incorporarse cada vez más a Cristo para hacerlo todo por El, con El y para El. Lo que importa al cristiano es vivir en la gracia santificante o gracia de Dios que nos da una participación física y formal de la naturaleza misma de Dios por la que Dios habita en cada uno de nosotros. Para vivir en santidad hemos de practicar las virtudes infusas teologales de la fe, esperanza y caridad, así como también las virtudes morales o cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza que con los siete dones del Espíritu Santo nos hacen caminar seguros por el camino de la santidad.

La perfección cristiana consiste especialmente en la vivencia de la caridad. Esta caridad o amor tiene que ser tanto afectiva como efectiva en relación a Dios y al prójimo. Esta virtud de la caridad nos lleva a practicar también las demás virtudes e incluso los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad que profesamos públicamente los religiosos. Estos consejos en su espíritu o intención de guardarlos obligan absolutamente a todos; iIgual que las bienaventuranzas de los pobres, los misericordiosos, los que lloran, los perseguidos por causa de la justicia están dichas para que todos las observemos porque es el programa de vida de Jesús para todos sus seguidores. Así, pues, el camino que tenemos que recorrer ya está ya trazado, lo que ahoora hace falta es que con la ayuda del Espíritu Santo lo llevemos a la práctica: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”( Mt 5,48).

El desarrollo de la vida espiritual tiene como tres partes. Primero el aspecto negativo o vía purgativa que así se llama y significa que tenemos que luchar contra el pecado, contra las asechanzas del mundo, el demonio y la propia carne. Esto  me llevará a tener vigilantes los sentidos externos de la vista, el oído, la lengua, etc. para no dejarnos caer en la tentación. Este aspecto es imprescindible de practicarlo si queremos aprovechar en la vida espiritual.

El segundo aspecto es positivo y consiste en hacer crecer la gracia santificante mediante los sacramentos de la confesión y eucaristía principalmente. De ahí la importancia de la eucaristía diaria, si es posible, o bien si no al menos dominical. A quien participa frecuentemente de la eucaristía se le llama una persona piadosa porque su religiosidad le lleva a entregarse a las cosas del culto practicando la vida de oración tanto litúrgica o eclesial como la privada o particular, mediante la oración vocal y la meditación. Y por último, el tercer aspecto  a tener en cuenta es que cada uno ha de buscar la perfección cristiana según el estado de vida que tenga, sea como sacerdote, religioso de vida consagrada o seglar y laico comprometido.

El P. Royo Marín pasa luego a tratar de los medios que hemos de emplear en este camino de perfección. Los unos, como internos o psicológicos y otros, como secundarios o externos. Comencemos por los medios que hemos de emplear en nuestro interior.

La presencia de Dios que nos debe acompañar durante el día y la noche. El examen de conciencia que se nos aconseja antes de dormir. La conformidad con la voluntad de Dios o hacer aquello que El quiere, no lo que nos gusta a nosotros. Y la fidelidad a la gracia, correspondiendo a las mociones o inspiraciones que nos vienen del Espíritu Santo para hacer el bien y evitar el mal. Si lo practicamos, todo esto nos ayudará mucho a encauzar bien nuestra vida espiritual.

Pero además, tenemos otros medios secundarios o externos que son cinco: El plan de vida o programación de la oración que hemos hacer todos los días, es decir, señalando las horas y lugares de la oración, como tenemos en el Ordo Domesticus. La lectura espiritual o de la Biblia, particularmente el evangelio de cada día. Las amistades santas o al menos amigos que nos animen y conduzcan por el camino del bien, porque “dime con quién andas y te diré quién eres”. El apostolado o trabajo de anunciar el evangelio y darlo a conocer comenzando  por los familiares y vecinos por lo menos, como católicos que somos, pero luego con un deseo grande de llevarlo por todo el mundo. Y por último, teniendo un confesor fijo que hará también de director espiritual para que nos guíe en una vida de entrega a Dios. Esto de la confesión y dirección espiritual, en estos dos años últimos, las hemos olvidado mucho por la pandemia, sin embargo es muy importante para progresar en la vida de perfección.

A la hora de practicar estas orientaciones como dijimos arriba cada uno lo hará conforme a su estado de vida de soltero, casado, viudo o de vida religiosa y sacerdotal. Lo que importa es ir creciendo cada día más en la caridad porque ese es el camino que nos enseñan todos los santos ya que “quien no quiere servir a la caridad es necesario que sirva a la iniquidad”  (CS 18, 2,15).

Ángel Herrán OAR

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