Nuestro laicado es un “gigante dormido” como alguien ha dicho con mucho acierto. Y es momento que le invitemos a despertar porque la realidad de una mejor atención a los fieles se impone.
Queremos que el párroco reconozca nuestra cara y sepa algo de nosotros. O al menos, otro sacerdote, o alguien con algún cargo en la parroquia. También queremos tener alguien con quien hablar de cosas espirituales, quizás en crisis importantes o precisamente para prevenirlas. O al menos pertenecer a algún grupo católico, de Iglesia en el Whatsapp.
La realidad que muchos prevén es que si los sacerdotes son los únicos que van a acompañar a los fieles con su escucha, enseñanza, oración y cercanía, sólo se mantendrán fieles los pocos feligreses que puedan estar en su cercanía. Y como cada vez hay menos sacerdotes, y estarán desproporcionadamente más atareados, serán menos los fieles con acceso a esa cercanía. Así que no vemos otro camino que hacer discípulos mediante la catequesis constante a nuestros fieles.
Un discípulo es alguien que aprende del maestro conviviendo con el maestro, tratándolo de cerca, comiendo con él, caminando con él, hablando con él, hasta parecerse a él y llegar a ser maestro, invitando a otros discípulos a su vez. Los discípulos deben llegar a ser capaces de enseñar y hacer más discípulos, como le explicaba San Pablo a Timoteo: “lo que aprendiste de mi ante testigos, enséñaselo a hombres fieles capaces de enseñar a otros” 2 Tim 2,2. En la Legión de María se aplica el método de maestro-aprendiz, es decir, los que ya son aventajados salen a trabajar con los que recién se inician en el trabajo apostólico.
Jesús escogió a 12 apóstoles y una vez escogidos, pasaba con ellos la mayor parte del tiempo, y los enseñó a hacer lo mismo con otros. Jesús dedicó el tiempo de sus tres años de vida pública a esa cercanía personal con sus discípulos.
Después de Pentecostés, los Apóstoles formaron sus propios discípulos. Al parecer, cada uno formó a pocos: Pedro a Marcos, Juan a Ignacio y Policarpo. Luego los Padres de la Iglesia hicieron otro tanto, así San Agustín formó a muchos y buenos monjes que luego pasaron a presidir distintas iglesias de África.
Es cierto que en nuestra prelatura tenemos bastantes sacerdotes, pero no es igual en otras muchas jurisdicciones de Perú, si no fijémonos cómo la diócesis de Cajamarca tiene pocos sacerdotes y la de Chachapoyas otro tanto. Así hay otras muchas jurisdicciones. Y semejante fenómeno se está dando en España y Europa.
En realidad no podemos tener relaciones significativas más que con unas 150 personas, normalmente. Diariamente, sólo nos relacionamos con 40 ó 50 personas. Los sacerdotes no podemos dedicar mucho tiempo a las relaciones sociales y personales porque hemos de tener tiempo para hacer documentos, reuniones, charlas, visitas a los caseríos del campo, administrar los sacramentos. Y cómo cada vez hay menos sacerdotes, no habrá lugar ni tiempo para que nos consulten o prestarnos a un diálogo de fe.
Entonces, la solución es tener discípulos bien formados que pueden ser religiosos, religiosas o unos laicos bien capacitados, y ¿qué tendrán que hacer?
Han de ser capaces de evangelizar, ayudar a otros con sus cargas, enseñar a otros en su vida de oración, estar disponibles en momentos de crisis personal…porque la gente valora la cercanía, la atención y la escucha. Por eso, lo que se necesita es grupos pequeños, conducidos por laicos, en relaciones personales de uno a uno. Algo de esto se viene practicando en la catequesis familiar pero que se limita a sólo dos ciclos o etapas.
El sacerdote ha de formar y cuidar a los catequistas de cerca, que a su vez cuidarán delicadamente a los adolescentes escuchando sus historias, rezando con ellos, conociendo las inquietudes de cada uno, etc.…Pero escuchar a un feligrés, joven o anciano, hablar con él de temas de fe, de la vida, de sus dificultades, rezar con él, acompañarle en peregrinaciones o encuentros parroquiales…eso pueden hacerlo los laicos sin son discípulos de Jesús.
¿Cómo han de ser los discípulos de Jesús que son laicos, o sea, del pueblo de Dios? 1. Pienso que deben orientar su acción y corazón a evangelizar fuera de la parroquia, llegando a los alejados e invitarlos a acercarse a Cristo. 2. Tener amistades reales y propósito evangelizador. 3. Parroquia, clero y laicos, tener la visión de crecer y aumentar las comunidades.
Así los grupos de laicos deben tener una orientación evangelizadora, de hacer crecer la parroquia o comunidad, lo que incluye formación doctrinal, crecimiento espiritual y una vida orientada a Dios. De esta forma disminuye la cultura de “mero consumidor de sacramentos” porque esto permite hacer madurar a los feligreses y convertirlos en evangelizadores. Cuántos más laicos preparados tengamos en nuestra parroquia más comunidades, más grupos y vida parroquial se dará.
Ángel Herrán OAR