El Sagrado Corazón estuvo presente desde el inicio hasta el final en la vida del venerable obispo agustino recoleto, en proceso de canonización.
El corazón del venerable obispo Alfonso Gallegos estuvo dirigido siempre hacia Dios y hacia todas las personas que se acercaban a él. Son muchas las personas que recuerdan con cariño a su gran amigo el obispo Alfonso Gallegos porque nunca cerraba las puertas a nadie. Era así porque su corazón tendía a amar en la misma medida que el Sagrado Corazón de Jesús. Y es que éste estuvo presente en el inicio y el final de su vida.
Alfonso, hijo de José Gallegos y Caciana Apodaca, nació el 20 de febrero de 1931 en Alburquerque, Nuevo México. Cuatro días más tarde, el pequeño de la familia fue bautizado en la iglesia del Sagrado Corazón. Recibió el nombre de Alfonso Napoleón. Si bien su familia se mudó al poco a California en busca de oportunidades, su nombre quedó ligado desde ese momento al de la gran devoción del Sagrado Corazón.
Y no fue la última vez. Al poco tiempo de ser ordenado sacerdote, fue asignado al monasterio de Tagaste. Allí sirvió también en la parroquia del Sagrado Corazón de Suffern, celebrando misa y escuchando durante horas confesiones. Aún hoy, se le recuerda con cariño. «Era un amigo de la familia. Desde la primera vez que lo conocimos, era un hombre muy santo», afirma Marjorie Obrien, feligresa de la parroquia de Suffern.
El 6 de octubre de 1991, Mons. Alfonso Gallegos celebró la eucaristía en la iglesia del Sagrado Corazón, en Gridley, California. Fue su última eucaristía. En la noche, cuando regresaba a su casa, en Sacramento, falleció a causa de un accidente de tráfico.
Alfonso Gallegos no fue un gran teólogo, hombre erudito en las ciencias; son pocos sus escritos, sin duda a causa de su deficiente visión, con la que tuvo que cargar toda su vida. El legado del obispo Gallegos es, más bien, el de un hombre de Dios, muy cercano al pueblo, que visitaba a las personas en sus hogares, en su lugar de trabajo, haciéndose presente entre la gente y siempre en busca de la oveja perdida. Al acercarse a sus hermanos, con su cariño, pudo escribir no con tinta, ni en papel, sino en el corazón de las personas, dejando un lindo recuerdo de amor y amistad.