Sorprende ver a frailes jóvenes con zapatillas pero más asombroso es conocer sus historias y todo lo que les ha llevado a seguir a Cristo como agustinos recoletos.
Abraham Montoya podría ser un prototipo de los jóvenes de nuestros días. Aunque estaba bautizado, negaba la existencia de Dios, algo usual en muchos jóvenes. Negar a Dios es más fácil que buscarle. La fe se encuentra si y solo si se trasciende de lo cotidiano, se superan los tópicos, se eliminan las barreras, se abandona la individualidad y se empieza a mirar más allá de lo que está delante. Muchos jóvenes dicen no creer no porque tengan argumentos firmes en su rechazo, sino porque nunca han dedicado el tiempo necesario a plantearse esas preguntas que tienen en su interior. El mundo nos lleva a gran velocidad, abofeteándonos con continuos incentivos, pero Dios necesita tiempo. Es una realidad tan grande que no se puede entender a golpe de tweet o de meme.
Dice San Agustín que, para encontrar la Verdad, que habita en nuestro interior, es necesario dejarse iluminar y retirar todo lo que tenemos encima para que esta Verdad salga al exterior. La primera luz que iluminó a Abraham fue una guitarra. Un buen amigo le sugirió si estaría dispuesto a aprender a tocar la guitarra. Sí, quería, aunque no sabía que el lugar de aprendizaje era el coro de la parroquia. Fue así como conoció la fe, comenzó a vislumbrarla y se quedó fascinado por la belleza tan antigua y tan nueva que tenía ante él. Pasado el tiempo, en un momento determinado, surgió la pregunta: ¿Por qué no ser sacerdote?
Fue así como comenzó un acompañamiento vocacional con los agustinos recoletos, discerniendo si su vocación estaba siguiendo ese camino… u otro. Desde hacía años, Abraham se había fijado en una amiga de la Preparatoria; la misma que, avanzando en su proceso vocacional, le confesó que estaba enamorada de él. Entendió entonces que el camino que tenía que andar era junto a ella, pues ahí estaba su felicidad. Pero las relaciones no siempre son de color de rosa. En poco tiempo todo se volvió del revés. Su noviazgo fracasó y Abraham sintió que su vida se desmoronaba. Se alejó de Dios para arrimarse al alcohol y la fiesta. En Instagram veía que todos eran felices con ese estilo de vida. Así él también sería feliz, pensó.
Hasta que un día tocó fondo. Definitivamente esa no era la vida que quería vivir. Lo que realmente le daba vida, donde verdaderamente quería vivir era en Dios. Retomó su proceso vocacional, retornó al camino y decidió ser agustino recoleto. Hoy viste su hábito con unas juveniles zapatillas blancas.
Es un pensamiento compartido por muchos el que existe una crisis de vocaciones en la vida religiosa. Si es verdad que hay pocas, no hay motivos para el pesimismo: las que hay tienen un valor incalculable, por su valentía y su autenticidad. En una sociedad cargada de clichés, tan desfigurada y deshumanizada, es asombroso el testimonio de un joven que, teniendo a su alcance tantas facilidades para aparentemente ser feliz, lo deje todo para entregar su vida a Dios. Nadar contracorriente mientras el mundo arrastra hacia dentro y conseguir salir a flote es sorprendente. Se trata simplemente de ser feliz, no como dicen todos que hay que ser feliz sino como dice el corazón que hay que ser feliz.
Andrés es otro de los frailes con zapatillas. Sus pies ilustran este artículo. Su vida es la de un chico normal: sale con sus amigos, le gusta escuchar música, juega al fútbol… Dios siempre estuvo ahí y con el paso del tiempo lo ha ido constatando. Todo cambió cuando participó en el Encuentro Nacional de Jóvenes Católicos de Venezuela. Si bien tenía una comunidad y participaba de forma activa en su parroquia, compartir la fe con tantos jóvenes esos días le movió en su interior. Descubrió que la fe no es individual sino compartida.
Cuenta él mismo que Dios le habló al corazón. Le llamaba, pero Andrés quería responderle una vez concluyera el bachillerato. La respuesta llegó y en diciembre de ese año comenzó su proceso vocacional. En el Noviciado de los Agustinos Recoletos en Monteagudo está viviendo una etapa más de este proceso junto a una veintena de jóvenes con grandes historias tras de sí.
Abraham, Andrés y otros muchos como ellos sonríen. Son jóvenes felices, aunque el mundo crea que no. No son menos jóvenes por ser religiosos. Son como cualquier joven, con pensamientos de un chico joven y con zapatillas blancas de Adidas. No son bichos raros y extraños. No son locos ni frikis. Son personas del mundo, que están en el mundo y saben cómo es el mundo. No son viejos; son jóvenes soñadores, felices de la opción de vida que han escogido.
Por Carlos Santana