El próximo domingo 24 de julio celebraremos la II Jornada Mundial de los Abuelos y Adultos Mayores. El Papa Francisco el año pasado quiso instituir en la Iglesia esta Jornada partiendo de que el día 26 de julio es San Joaquín y Santa Ana los padres de la Virgen María y por tanto abuelos del niño Jesús. En algunas partes ya ese día se celebraba como el Día de los Abuelos. También en el día de San Teresa de Journet, fundadora de las Hermanitas de Ancianos Desamparados se la venera como la patrona de la Ancianidad. El Papa ha querido recoger todo esto en una sola fecha y darle un alcance mundial. Veamos ahora que nos propone para la celebración de esta II Jornada Mundial.
Primeramente afirma que actualmente vivimos en la cultura del descarte, y que no hemos de ver la vejez como una “enfermedad”. Efectivamente nuestra sociedad enseguida tiende a recluir a los ancianos en las residencias, asilos, nos lleva a caminar separados entre “nosotros” y “ellos” (viejos y jóvenes). Pero en realidad, una larga vida –así enseña la Escritura- es una bendición, y los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. ¡Bendita la casa que cuida de un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!
“No me rechaces en mi ancianidad; no me abandones cuando me falten la fuerzas” (Sal 71,9). Al llegar la vejez y las canas, el Señor seguirá dándonos vida y no dejará que seamos derrotados por el mal. Confiando en El, encontraremos la fuerza para alabarlo cada vez más y descubriremos que envejecer no implica solamente el deterioro natural del cuerpo y el ineludible pasar del tiempo, sino el don de una larga vida. ¡Envejecer no es una condena, es una bendición!
El Papa Francisco nos invita a aprender a llevar una ancianidad activa también desde el punto de vista espiritual, ¿qué significa eso? Que debemos cultivar nuestra vida interior por medio de la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración cotidiana, la práctica de los sacramentos y la participación en la liturgia. Y, junto con la relación con Dios, las relaciones con los demás, sobre todo con la familia, los hijos, los nietos, a los que podemos ofrecer nuestro afecto lleno de atenciones; pero también con las personas pobres y afligidas, a las que podemos acercarnos con la ayuda concreta y con la oración. Todo esto nos ayudará a no sentirnos meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a mirar desde la ventana. Afinando nuestros sentidos para reconocer la presencia del Señor, seremos como “verdes olivos en la casa de Dios” (Sal 52,10) y podremos ser una bendición para quienes viven a nuestro lado.
Pero, ¿pueden los ancianos todavía seguir dando frutos?
“La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humano, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones”. Es nuestro aporte a la revolución de la ternura, una revolución espiritual y pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas.
¡Qué bonito es ver a un abuelo o abuela cuando toman en sus brazos a sus nietos! Gozan más los abuelos que los niños a quienes tienen en sus brazos porque se ven continuados en sus nietos.
Enseñar a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma mirada comprensiva y tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra humanidad haciéndonos cargo de los demás, y hoy podemos ser maestros de una forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles.
Al final de su carta el Papa afirma que los ancianos están llamados a ser artífices de la revolución de la ternura con el instrumento de la oración, ¿qué significado tiene eso? Sencillamente el Papa dice que hay que ser artífices de la revolución de la ternura utilizando el instrumento más valioso que tenemos, y que es el más apropiado a nuestra edad: el de la oración.
Para festejar este día vayamos a visitar a los ancianos que están solos, en sus casas o en las residencias donde viven. Tratemos que nadie viva este día en soledad. La visita de los ancianos que están solos es una obra de misericordia de nuestro tiempo.
Aplicado a los religiosos recordemos lo que dicen nuestras Constituciones, que “los enfermos son el tesoro de la comunidad” (90) y equiparando a enfermos con ancianos “los priores atiendan con especial caridad, a los enfermos y a los ancianos dándoles consuelo y ánimo” (91) y más adelante “presten con caridad a los ancianos e impedidos las atenciones que requiera su estado” (438,6). Es una buena ocasión esta II Jornada Mundial para reflexionar cómo estamos tratando a los religiosos ancianos en nuestras casas. Muchos de ellos son un modelo porque siguen activos y entregando sus energías al servicio de la Iglesia y de la comunidad.
Pidamos a la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y del demonio de la guerra.
Ángel Herrán OAR