Una palabra amiga

Conviértete y cree en el Evangelio

Ya hemos comenzado la cuaresma y hemos escuchado esta frase el día que nos ponían la ceniza sobre nuestra cabeza. Pero tenemos el peligro, sobre todo los consagrados, de decir que esto no es para nosotros, eso es para los que llevan una vida alejada de Dios. Y estamos muy equivocados. Porque si nos conociéramos de verdad, “Deus semper idem, noverim me, noverim Te”

(Sol. II,1,1), Dios, siempre el mismo, que me conozca y que te conozca, de nuestro Padre San Agustín nos llevaría a ver que no somos tan santos ni tan perfectos como nos consideramos.

En cada uno de nosotros existe la desemejanza con Dios a causa de la envidia, de la ira, del odio, resentimiento y tantos pecados que nos invaden. Sin olvidar el enfrentamiento que se da por tener distintas ideas políticas. Una situación que vivimos en Perú que viene a ser parecida a una guerra civil, sólo que controlada por las fuerzas de poder y las autoridades que tienen el mando.

A todos nos es necesario volver a la casa del Padre, pero para ello, como el hijo pródigo, primero hemos de ver el cieno o lodo en el que hemos caído, hemos perdido la imagen y semejanza de Dios o ya no está resplandeciente sino afeada. Así que tenemos que convertirnos para volver a Dios. El pecado es precisamente eso, aversio a Deo et conversio ad creaturas. Alejamiento de Dios y conversión hacia las criaturas, a las que se sigue y ama más que a Dios. Las tentaciones de Jesús en el desierto son nuestras tentaciones y en Él también nosotros hemos vencido las tentaciones del diablo (San Agustín). El poder, el tener y el placer siempre están al acecho del hombre para hacernos caer. Y qué bueno es que aprovechemos este tiempo para hacer una sincera reconciliación. El pecado de Adán ha sido quitado por la redención del nuevo Adán que es Cristo, como nos dice San Pablo (Rom. 5)

El P. Victorino Capánaga hablando de la dialéctica de la conversión nos dice: “Por eso con la conversión se inicia una etapa nueva de conocimiento de sí mismo, porque comenzó también una nueva etapa del conocimiento de Dios, y mediador de este conocimiento fue Cristo, pues el conocimiento de Dios a secas le llevó a la presunción, y el conocimiento del alma a secas le empujó a la desesperación, y de ambos abismos lo liberó el conocimiento de Jesucristo, en quien se revelan las profundidades de la miseria humana y las sublimidades de la misericordia de Dios” (Agustín de Hipona, pág 200).

Las tentaciones o pruebas del Señor nos hacen ver la necesidad de una opción personal entre el bien y el mal, llamada a seguir el impulso del Espíritu de Dios y a luchar contra el mal desenmascarando sus engaños. Es necesaria una conversión, no estar centrados en nosotros, egoístamente, haciéndonos “dioses”, para seguir el camino de Jesucristo.

Hemos de tomarnos en serio el camino cuaresmal que nos invita a aumentar no en cantidad, pero sí en intensidad la oración, orationibus instate,(Regla) a tener el ayuno como un ayuno de televisión, de redes sociales, de internet o de otros instrumentos que nos hacen perder el tiempo cuando debemos dedicarlos a los demás. Ayuno también de gastos excesivos y lujosos que desdicen de nuestra condición de religiosos.

Junto a la oración y el ayuno, en esta cuaresma, por supuesto que la limosna se hace más actual ante tantos hermanos que sufren. Sin acabar la guerra de Rusia contra Ucrania, nos vino el terremoto de Turquía y Siria con tantísimos muertos, heridos y damnificados.

Algunas pequeñas comunidades en las que se practica la eucaristía dominical siendo conscientes de ello, en una colecta especial para estos lugares, se ha recogido el doble de lo que sale en un domingo ordinario. Y todos debemos ver la manera de cooperar solidariamente para estas causas porque siempre la oración tiene que estar unida a la vida.

En definitiva, convertirnos es el paso necesario para creer en el Evangelio y dejarnos que Dios nos hable: cuando tu oras, le hablas a Dios, y cuando escuchas su Palabra, Él te habla a ti. Recordar a Dios, vivir en El y amarle es la expresión más cabal de la espiritualidad cristiana y aun de la vida feliz.

La cuaresma es tiempo privilegiado para redescubrir y celebrar el sacramento de la Penitencia en su significado más profundo. Se nos invita a intensificar nuestro camino hacia la casa del Padre, en la gozosa y liberadora experiencia de su amor incondicional por toda criatura humana y, en particular, por el hijo pródigo, que somos todos nosotros, a quienes se nos invita a volver hacia la casa del Padre.

Que este éxodo cuaresmal que ya hemos iniciado nos haga salir de la esclavitud del pecado para llegar a la Patria celestial de la que ya comenzamos a gozar sus primeros frutos aquí en nuestra tierra. Ya no estamos en el paraíso, sino que miramos al futuro que es la construcción y venida del Reino de Dios. Con nuestras manos, nuestros pies y nuestra boca, pero sobre todo nuestro testimonio de vida contribuimos a instaurar el Reino de Dios aquí en la tierra.

Ángel Herrán OAR

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