Una palabra amiga

Libre entre rejas

El obispo nicaragüense Rolando Álvarez acaba de ser condenado a 26 años de prisión por el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. En efecto, a primeros de febrero, 222 presos políticos, que venían siendo recluidos desde las protestas del año 2018 contra la dictadura del presidente Daniel Ortega y de la vicepresidente Rosario Murillo, su esposa,  fueron liberados y conducidos al avión que los llevaría desterrados a Estados Unidos. Pero, estando al pie de la escalerilla, el obispo Rolando Álvarez  se negó a subir al avión, reaccionó contra  este tipo de libertad  ficticia que se le brindaba. Con este gesto  se oponía  a convertirse en un  desterrado con cancelación de su propia nacionalidad y 24 horas después fue sentenciado a 26 años y 4 meses de prisión, además de ser despojado de su nacionalidad.

La noticia ha tenido impacto, -con seguridad, menos del debido-, en los medios católicos; mucho menos en los canales informativos convencionales. También el papa Francisco ha hecho público su  dolor por la condena del prelado de Matagalpa, obispo muy querido por su pueblo, pastor con conciencia social que siempre mostró un verdadero celo pastoral con preocupación por la justicia y democracia en su Nicaragua querida, tierra de lagos y volcanes, que en sus vaivenes sociales de las últimas décadas, zozobra ahora en  la dictadura de un Somoza frío y cínico que se presenta  ante los medios como el sereno dueño de su hacienda. Pero, evitando otras consideraciones, quisiera ver la noticia sólo desde la óptica de un cristiano de a pie.

Lo primero que salta a la mente es que… “este caso … me suena ” . En efecto, no hace muchas décadas que se dio un suceso semejante en nuestra iglesia.  Fue el encarcelamiento  del obispo Van Thuan, que sobrevivió 13 años de prisión y tortura en las cárceles vietnamitas tras ser arrestado en 1975, al poco de haber sido designado  por Pablo VI en 1975 obispo coadjutor de Saigón. Su historia posterior como cardenal y hombre santo ha aportado a la iglesia riquezas grandes en obras y testimonio.

Este hombre siempre vivió en libertad interior. Por eso, en vez de esperar a mejores oportunidades, se dijo a sí mismo al poco de ser encerrado en la dura prisión: “Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor”. Y se puso a vivir, a escribir, a orar, a celebrar la eucaristía con tres gotas de vino en la palma de su mano, a comunicar esperanza a sus feligreses clandestinos. Se puso a ser obispo desde su nueva sede episcopal, el reducido rincón de la celda de prisión.

Tanto Van Thuan  como Rolando Álvarez son ejemplos de libertad. La historia reciente del obispo Álvarez, al igual que la del venerable Van Thuan, constituyen páginas excelsas de nuestra iglesia. En ambos casos hay una voluntad decidida de ser pastores a tiempo completo, a contracorriente, con “parresía”, cualesquiera sean las circunstancias y sin esperar a que éstas se tornen favorables. Es una luz para el mundo contemporáneo, el que un obispo deje la escalerilla del avión de una aparente libertad para asumir el deber sagrado de pastorear su grey, tomando las escaleras  de la prisión.

Historias fuertes como éstas son las que hacen de la iglesia luz en el candelero o ciudad edificada en lo alto. Interesa mucho –esta sería mi segunda conclusión-  que los medios sociales de nuestra iglesia católica difundan estos ejemplos de magnanimidad; interesa como catequesis viva que los fieles sencillos conozcan estos modelos actuales de martirio en una Iglesia viva que nadie conoce porque nadie se lo ha contado.

¿Por qué no huir, por qué no aprovechar la situación, por qué  no buscar oportunidades mejores, por qué no tomar la escalerilla del “velero libertad”?  Habría muchas razones para  aceptar diferentes soluciones inocuas. Pero, la responsabilidad de ser pastor es grande, y no pocas veces trágica, o mejor, martirial. Al mismo San Agustín le tocó sufrir una situación semejante cuando, estando en los últimos meses de su vida como pastor de Hipona, y contando  73 años de edad, su  ciudad estaba sufriendo el largo asedio de los vándalos de Genserico, situación dramática en la que, como punto final de su episcopado,  Agustín entrega el alma a su Creador.

¿Puede el obispo y huir y dejar  su rebaño…? San Agustín escribe una carta a Honorato tratando esta cuestión. El Pastor de Hipona comenta que hay que tratar de preservar la vida de los pastores y de los fieles, salvarse, acompañarse, buscar el no morir en vano, pero cuando permanece un grueso del pueblo cristiano rodeado por la persecución, el pastor debe cumplir con su misión: “Cuando el pueblo permanece y los ministros huyen, ¿no es ésta una huida inexcusable de pastores mercenarios que no tienen cuidado alguno de las ovejas?” (Ad Honoratum, epist. 180).

En 2016 Teresa Gutiérrez de Cabiedes publicó una interesante novela sobre el obispo vietnamita y propone un título paradójico a su  aventura de pastoreo y cárcel: “Van Thuan, libre entre rejas”.  Por su parte, el obispo Ronaldo Álvarez comienza en 2023 una vida con incierto final, que sin duda se titulará también: “Monseñor Rolando Álvarez, libre entre rejas”.

Lucilo Echazarreta OAR

X