Muchas veces los cristianos nos preguntamos: ¿cuál es realmente nuestra identidad? O, en otras palabras, ¿qué es ser cristiano? Y damos muchas repuestas, que a lo mejor responden a la tradición y a la cultura y no a lo existencial o vital de nuestro ser de homo religiosus.
Tal vez no reparamos en que lo esencial del cristianismo radica en las tres virtudes teologales, que aparentemente ya no recordamos ni en la catequesis, ni en los sermones u homilías; nos cuesta darnos cuenta de que nuestra identidad cristiana se fundamenta en la fe, la esperanza y la caridad: el hombre es religioso porque cree, espera y ama.
Estas tres virtudes teologales se concretan en tres características de la vida cristiana: la comunidad, el compartir y el trabajar por la paz.
La comunidad: Partimos de nuestro Dios, y nos damos cuenta que el mismo Dios es comunidad, porque es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Es una comunidad de amor, que vive en unidad, que, a pesar de ser tres personas, es una sola y misma naturaleza divina. Si nos fijamos en Jesús al inicio de su misión, lo primero que hizo fue crear una comunidad, porque Él sabía que solo no podía llevar a cabo este plan de amor de Dios; además, cuando se iba a la casa del Padre, lo primero que le pidió que todos fuéramos uno, como Él y el Padre son uno, y así el mundo crea; por eso, para que pueda haber fe en la sociedad y en la cultura, debe haber comunidad, pero una comunidad que viva la comunión: no podemos vivir como islas.
Vivimos en un momento de conflicto y de guerra, y nuestro estilo cristiano es una alternativa para crear unidad, comunión, fraternidad, y dejar a un lado las diferencias, viviendo como lo que somos, hijos de Dios: todos somos reflejo de Dios, todos somos templo del Espíritu, en cada uno está el ADN de Dios y por eso debemos estar hermanados, para que en este mundo haya mucha más unidad, y así poder reflejar mejor la imagen de Dios, para que el mundo crea.
Hoy en la Iglesia nos deberíamos empeñar en crear comunidad, en la que los hombres encuentren la fe vivida como una experiencia de un grupo de personas, porque eso fue lo que hizo Jesús. Dejemos a un lado el cristianismo de grandes masas; somos un resto, un pequeño grupo que sirve de fermento en la sociedad. Nuestra identidad no está en las grandes masas, sino en lo pequeño, como la levadura, como el grano de mostaza. Comencemos a crear pequeñas células de creyentes, donde el resto de la humanidad encuentre comunidad eclesial, acogida, hermandad, libertad.
El compartir: Otra característica del cristiano es el compartir, que tiene que ver con la caridad, con el amor; no formamos gueto para quedarnos encerrados en nosotros mismos, sino que necesitamos compartir, y compartir con los más pobres y los que más necesitan de nosotros como hermanos. En el Dios Uno y Trino nos damos cuenta de que el Padre nos comparte a su Hijo, el Hijo nos comparte su Espíritu, el Espíritu nos comparte la comunidad y la lleva a salir de sí misma para que siga cumpliendo su misión.
Nuestra comunidad eclesial no se debe basar en un proyecto de poseer y dominar, sino en el compartir con todas sus consecuencias, si de verdad queremos aparecer en la sociedad como la Iglesia de los hijos de Dios.
Entre nosotros no debe haber dominio, ni diferencia de unos con otros, ni explotación, sino que debemos vivir de la caridad, de compartir lo que somos y tenemos; la primera comunidad cristiana tenía bien claro el compartir, por eso lo ponían todo en común. En definitiva, la comunidad eclesial, la Iglesia, sólo puede identificarse en aquellos grupos que, por su fe en Jesús y por su auténtico amor, están verdaderamente dispuestos a compartir lo que son y tienen con los demás.
Trabajar por la paz: Lo fundamental del cristiano es luchar, trabajar por la paz: tenemos que ser constructores de paz. Si realmente hacemos comunidad, estamos bien unidos y compartimos con los demás, tendremos como resultado la paz, una paz que no es como la que da el mundo, sino como la da Dios, una paz que nos lleva a ser dichosos, felices porque somos instrumentos del que es la Paz.
La iglesia tiene que ser, o debería ser, la fuente de reconciliación de la sociedad. En medio de tantos conflictos, enemistades, violencias, tenemos que seguir trabajando por una sociedad más justa, más humana; como comunidad eclesial, debemos llegar a ser esa fuente de paz que no pierda la esperanza a pesar de estar en un tiempo de guerras, desavenencias e incomprensiones entre nosotros. El mundo tiene puesta la esperanza en el cristianismo: no perdamos, pues, las esperanzas de lograr una sociedad más justa y en paz, en una palabra, más humana.
En fin, algunos me podrían cuestionar: ¿la identidad cristiana no se fundamenta en los sacramentos? Yo les respondería que estas tres características se fundamentan en los sacramentos, porque, si hablamos de los tres primeros, ellos se fundamentan en la comunidad: para bautizarnos, recibir la comunión y confirmarnos, necesitamos una comunidad que nos acoja y celebre con nosotros la iniciación cristiana; el orden sacerdotal y el matrimonio tienen que ver con el compartir la vida con los demás; y si hablamos de los sacramentos de sanación, reconciliación y unción, ambos tienen que ver con la paz, ya que con ellos puedo sentir la paz que me dona Dios por reconciliarme con Él y con la humanidad.
Wilmer Moyetones OAR