Una palabra amiga

¿(Mal)educamos con la tecnología?

[vc_row][vc_column][vc_column_text css=».vc_custom_1695839556136{margin-bottom: 0px !important;}»]A lo largo de la historia, la tecnología ha sido una fuerza transformadora de la evolución y desarrollo humano; mejorando las condiciones de vida, impulsando el progreso científico y médico, conectando a las personas, optimizando la producción y la economía, y dejando una huella profunda en la cultura y el estilo de vida. Ha sido, y sigue siendo, una herramienta poderosa que moldea nuestras sociedades y desempeña un papel fundamental en nuestro presente y futuro.

Por otro lado, es importante reconocer que la tecnología no está exenta de efectos negativos, especialmente derivados de su mal uso. Pensemos, por ejemplo, en situaciones en las que se utiliza para destruir o imponerse por la fuerza, para fines egoístas o, en definitiva, para hacer el mal. A ello se suma la desigualdad que surge cuando hay mayor o menor acceso a la tecnología, fomentándose una creciente brecha digital. Y no podemos olvidar las desastrosas consecuencias medioambientales derivadas, entre otras cosas, de una mala gestión de los componentes electrónicos desechados.

En los últimos años, el mundo de la educación también ha presenciado un crecimiento exponencial en el uso de dispositivos electrónicos, aplicaciones y plataformas digitales en las aulas. La pandemia de Covid-19 elevó el uso de la tecnología en educación hasta cotas nunca antes vistas. Fue, sin duda, uno de los factores de mayor impacto y mejor valorados, permitiendo que millones de personas pudieran continuar conectadas y desarrollando programas formativos.

No obstante, tras todos estos años y experiencias vividas, es conveniente preguntarnos si hemos tomado la dirección correcta al incorporar la tecnología en la educación. ¿Nos hemos equivocado en nuestra búsqueda de una enseñanza más moderna y adaptada a los tiempos? ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Cuáles son los efectos? ¿Hemos mejorado en algo? ¿Hemos empeorado en algo?

En primer lugar, es importante reconocer que la tecnología en la educación tiene un enorme potencial para mejorar el proceso de aprendizaje. Permite el acceso a una cantidad inmensa de información y recursos educativos en línea, rompiendo las barreras geográficas y facilitando el aprendizaje a distancia. Además, las herramientas digitales pueden ser altamente interactivas, personalizables y motivadoras para los estudiantes, lo que puede fomentar su participación activa y su interés por aprender.

A pesar de los beneficios potenciales, la incorporación de la tecnología en la educación no ha estado exenta de errores y desafíos. Uno de los principales errores ha sido asumir que la simple presencia de dispositivos electrónicos en las aulas garantiza automáticamente una mejora en la calidad educativa, lo cual es falso. No hay que olvidar que la digitalización en educación va más allá del uso de tecnología en las aulas y se enfoca en la transformación del sistema educativo en su conjunto. Implica la adopción de enfoques pedagógicos diferentes, la implementación de sistemas de gestión de aprendizaje, la creación de recursos educativos digitales y la redefinición de los procesos educativos para adaptarse a un entorno digital. La tecnología es solo una herramienta, y su efectividad depende de cómo se integra en el entorno educativo. La falta de planificación, la inadecuada formación de los docentes, las deficiencias en el diálogo entre gobiernos y administraciones e instituciones educativas, entre otros factores, han llevado, en muchos casos, a un uso ineficiente o inapropiado de la tecnología.

Además, se ha observado que la sobreexposición a dispositivos electrónicos puede tener efectos negativos en el desarrollo cognitivo y socioemocional de los estudiantes. La dependencia excesiva de la tecnología puede generar problemas de atención, disminuir la capacidad de concentración, afectar las habilidades de resolución de problemas, disminuir el interés o gusto por la lectura, e incrementar los riesgos de acceso a contenidos inadecuados a menores por las dificultades que plantea la supervisión de los dispositivos. Ante estas constataciones, no es raro encontrar grupos de padres que protestan ante los responsables de los centros educativos por los efectos negativos que la digitalización de la educación está teniendo.

Por todo ello, es importante encontrar un equilibrio adecuado en la incorporación de la tecnología en la educación. En lugar de adoptar una mentalidad de “tecnología por tecnología”, debemos ser críticos y reflexivos en nuestra implementación, y por qué no, reconocer que, en algunas decisiones, nos hemos podido confundir y es necesario rectificar.

Para este equilibrio será fundamental que los educadores reciban una formación sólida en el uso pedagógico de la tecnología y tener claro cómo integrarla de manera efectiva en su práctica docente. Además, es esencial establecer directrices claras sobre el uso de dispositivos electrónicos en las aulas, promoviendo un uso responsable y consciente. No todo puede valer, no podemos sustituir sin más los libros de papel por pantallas, no podemos pretender desarrollar integralmente a una persona solo desde entornos digitales.

También es importante reconocer que la tecnología nunca reemplazará completamente la interacción humana en el proceso educativo. Las habilidades sociales, la comunicación cara a cara y el trabajo en equipo siguen siendo fundamentales para el proceso educativo. Por lo tanto, debemos garantizar que la tecnología se utilice, en la educación y en la vida, como una herramienta complementaria y no como un sustituto de la interacción humana. ¿O es que no acabamos todos cansados de pantallas y necesitados de encontrarnos y hablar cara a cara durante la pandemia?

A todos estos planteamientos debemos añadir el impacto que la inteligencia artificial (IA) está teniendo en nuestras vidas en general y en el mundo educativo en particular. Especialmente, durante 2023, el uso de herramientas como ChatGPT ha abierto un debate sobre nuevas posibilidades así como dificultades. ¿Cómo integrar la IA en el proceso educativo? ¿Qué debemos cambiar? ¿Qué debemos evitar?

Es importante aprovechar el potencial de la IA para mejorar la experiencia de aprendizaje y fomentar la personalización educativa. La IA puede proporcionar retroalimentación individualizada a los estudiantes, adaptar los materiales de estudio según sus necesidades y estilos de aprendizaje, y ofrecer recursos interactivos y accesibles. Puede, además, ayudar a los docentes en la evaluación y seguimiento del progreso de los estudiantes, identificando áreas de mejora y brindando recomendaciones pedagógicas. Sin embargo, también es crucial evitar la dependencia excesiva de la IA y mantener un equilibrio adecuado entre la tecnología y la interacción humana. La presencia de un profesor real y el fomento de la colaboración entre los estudiantes son aspectos esenciales que no deben descuidarse. Asimismo, es necesario garantizar la privacidad y la seguridad de los datos de los estudiantes, así como abordar posibles sesgos algorítmicos que podrían perpetuar desigualdades.

En última instancia, el uso de la IA en educación debe ser guiado por una visión pedagógica clara y centrada en el desarrollo integral de los estudiantes. El elemento humano en la educación implica mucho más que simplemente transmitir información. Los profesores desempeñan roles clave en el proceso educativo, como facilitadores del aprendizaje, mentores, modelos a seguir y proveedores de apoyo emocional. Además, la interacción social entre los estudiantes y sus compañeros y profesores desempeña un papel crucial en el desarrollo de habilidades sociales, colaborativas y comunicativas. La empatía, la intuición, el juicio ético y la capacidad de comprender y responder a las emociones y necesidades de los estudiantes son cualidades distintivamente humanas que no se pueden replicar plenamente con la IA.

Con el continuo surgir de novedades tecnológicas es importante ofrecer criterios de discernimiento. Una de las claves que pueden ayudar mucho es, precisamente, lo que es y significa ser humano. No es raro pensar que en un mundo tecnologizado y digitalizado como el nuestro, todo aquello que no podemos hacer por medio de tecnología cobrará un valor extremo en un futuro a corto y largo plazo. La tecnología en general, y la IA en particular, pueden superar a los humanos en tareas específicas y rutinarias que, por ejemplo, requieren un procesamiento rápido y preciso de grandes cantidades de información. Sin embargo, nuestra capacidad de imaginar, de adaptarnos a situaciones nuevas y de establecer conexiones significativas con otros seres humanos son caracteres con un valor único que no es posible replicar por completo.

La esencia de la humanidad radica en aspectos como la creatividad, la ética, la empatía y la comprensión del significado humano. Las disciplinas humanísticas, como la filosofía, la literatura, el arte y la historia, nos permiten explorar la condición humana, reflexionar sobre nuestras acciones y sus consecuencias, y comprender mejor nuestras propias emociones y las de los demás. El cultivo de las humanidades nos ayuda a desarrollar habilidades de pensamiento crítico, juicio moral y pensamiento reflexivo, que son esenciales para tomar decisiones informadas y éticas en un mundo cada vez más impulsado por la tecnología.

Todo está cambiando muy rápido; estamos asistiendo a un sinfín de novedades que nos abren a posibilidades difícilmente concebibles hace años. Precisamente por ello, corremos el riesgo de creer que todo lo nuevo es mejor. También existe el riesgo de demonizar toda novedad y propuesta de avance. Hay, por tanto, que reconocer errores, aprender de ellos y hacer propuestas de mejora desde criterios que, ante todo, dignifiquen a la persona, ayuden a su desarrollo integral y fomenten la fraternidad humana universal. Lo que sembremos hoy será recogido en el futuro.

Antonio Carrón OAR

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

X