Mes Misionero

¡Arrastrad a todos al amor de Dios!

El mes de octubre en la Iglesia es el mes misionero por excelencia. Desde las Islas Filipinas, principal misión de los Agustinos Recoletos durante más de cuatro siglos, en concreto desde Palawan, el Prior General nos comparte algunas reflexiones sobre nuestras misiones y el espíritu misionero.

Aunque nuestra Orden, en su origen, no era estrictamente misionera, las misiones pertenecen a su esencia. Han contribuido a delinear y perfeccionar el carisma de la Orden, haciéndonos abiertos a las necesidades de la Iglesia. Las misiones son nuestra «mayor gloria», nos han dado cohesión interna y lustre externo. En ellas hemos tenido mártires y santos.

Seguimos compartiendo la misión con los laicos y mejorando su acompañamiento. Trabajamos con pasión por la gloria de Dios y la salvación de las almas, siguiendo el ejemplo de los misioneros que dieron su vida por Jesucristo. La vocación del misionero es sublime, ya que consiste en anunciar a Cristo como camino, verdad y vida para los pueblos, por eso abrazamos y somos multiplicadores de estas hermosas reflexiones que a continuación anexamos.

Prot. CG 148/2023

 

A TODOS LOS RELIGIOSOS DE LA ORDEN

 

¡ARRASTRAD A TODOS AL AMOR DE DIOS!1

 

El mes de octubre en la Iglesia es el mes misionero por excelencia. Con ese motivo y desde las Islas Filipinas, principal misión de los Agustinos Recoletos durante más de cuatro siglos, en concreto desde Palawan, donde llegamos en 1623, fecundando esta tierra con la sangre derramada de numerosos misioneros de nuestra Orden, me gustaría compartirles algunas reflexiones sencillas sobre nuestras misiones y el espíritu misionero.

Ya nos han dejado claro nuestros historiadores en no pocas ocasiones que nuestra Orden no es estrictamente hablando una Orden misionera. No nacimos con propósitos misionales, ni los avatares que la han zarandeado a lo largo de los siglos la ha transformado en Orden de carácter preferentemente misional2. Hay argumentos sólidos suficientes para sustentar esta afirmación, pero no es este el momento de analizarlos. Sin embargo, no es menos verdad que las misiones pertenecen a la esencia misma del ser de la Orden. Y es que en 1604, apenas 16 años después del nacimiento de la Recolección, en plena adolescencia, ya se comienzan a dar los primeros pasos para ir a las misiones.

A lo largo de la historia, las misiones filipinas han contribuido a delinear y perfeccionar el carisma de la Orden, acomodándolo más al modelo de San Agustín, que no quería a sus monjes replegados en sí mismos, sino abiertos a las necesidades de la Iglesia3.

Hoy podemos afirmar, y así lo recogen nuestras Constituciones, que el apostolado misional es un derecho hereditario de la Orden4, al que no podríamos renunciar sin traicionar nuestra identidad; o lo que es lo mismo, es imposible entender nuestra Orden al margen de las misiones, porque el ser misionero está en su esencia.

Las misiones han proporcionado a la Orden cohesión interna y lustre externo. Los frutos recogidos en ellas la han liberado del anonimato eclesial, y le han permitido sentirse útil a la Iglesia y al mundo; y al mismo tiempo podemos decir que las misiones constituyen la “mayor gloria” de la orden, su flor más preciosa, porque en ellas ha dado las muestras más claras de su santidad, de su apostolicidad y de su catolicidad. En ellas se santificaron los dos santos de la Recolección: Santa Magdalena de Nagasaki y San Ezequiel Moreno, y los beatos del Japón. En las misiones ha derramado su sangre un centenar largo de mártires. Y, finalmente, en las misiones brotaron dos de las tres congregaciones de agustinas recoletas de vida activa que hoy comparten nuestro espíritu y a los que podemos considerar como los frutos más granados de nuestro apostolado5.

Lo que nos pedía el Papa Francisco en el último Capítulo general, en relación con compartir el carisma con los laicos, ya lo vivían plenamente nuestros frailes en el siglo XVII, en la tierra del sol naciente y en otros territorios de misión. Tenemos que seguir compartiendo la misión con ellos, y tenemos que seguir dando pasos en orden a mejorar su acompañamiento.

San Ezequiel Moreno, Santa Magdalena de Nagasaki y los beatos mártires del Japón ya están en los altares y se han santificado trabajando en y por las misiones; pero la cosa no termina por ahí: En 1630 ya ascendían a más de trescientos los cofrades y miembros de la Orden tercera que habían derramado su sangre por Cristo en Japón6. Más de 70 recoletos murieron asesinados en Filipinas, entre los siglos XVII y XIX, sin contar a los que murieron en las cárceles en condiciones infrahumanas7. De los dos venerables con los que cuenta la Orden, uno de ellos, el P. Mariano Gazpio, también desarrolló su vida en las misiones, en concreto en China. Tampoco podemos olvidar entre los siervos de Dios de nuestra familia religiosa a la Hna. Cleusa, mártir de la causa indígena y amazónica, que entregó su vida en la misión de Lábrea, y a Mons. Ignacio Martínez, prelado de Lábrea.

La Recolección colombiana tampoco se queda fuera de la gesta misionera y martirial de la Orden: los Padres Alonso de la Cruz, Bartolomé de los Ángeles y Miguel de la Magdalena fueron asesinados de forma violenta por los indios de Urabá y Darién.

Otros muchos religiosos han trabajado en las misiones, y sus nombres no figuran en las listas de siervos de Dios ni de venerables, pero a buen seguro que están inscritos en el Libro de la Vida.

Cuando el P. Ignacio Martínez es informado de su destino a las misiones de Lábrea, en Brasil, con apenas 21 años, escribe en estos términos a sus dos hermanas religiosas: ¡Me voy misionero!, es decir, a trabajar cuanto pueda por la gloria de Dios nuestro Señor y la salud de las almas, pero así, con entusiasmo y de veras, hasta dar la vida si necesario fuera por llevar un alma más a Jesucristo nuestro Dios y nuestro único Amor8.

Seguramente no era su intención, pero en la simplicidad y profundidad de esas tres líneas, Ignacio Martínez describe con perfección el ser y la misión, valga la redundancia, del misionero: trabajar con pasión por la gloria de Dios y la salvación de las almas, si fuera necesario entregando la propia vida.

Y sobre ser misionero entendía mucho el P. Ezequiel Moreno, que dice: La vocación del misionero es sublime, porque consiste en el anuncio de Cristo, camino, verdad y vida de los pueblos y única fuente de salvación individual. Su misión es de carácter espiritual, pero produce reflejos benéficos en todos los aspectos de la vida humana […] como embajador de Dios, como enviado suyo, el misionero está llamado a mostrar al hombre el camino que lo conduzca a la felicidad integral, tanto eterna como temporal. Deberá predicar la humildad de corazón, la castidad, la mansedumbre, la resignación en las adversidades, el perdón de las injurias, la compasión con el desgraciado y todo cuanto ennoblece al hombre y purifica y santifica sus afectos, poniendo siempre de relieve los valores de la fraternidad universal, de la igualdad ante la ley y del derecho de todos a participar en la herencia del padre común9.

Es verdad que en las misiones hemos sufrido numerosas defecciones, pero… ¿solo en las misiones? Sin embargo, es mucho más, infinitamente más, lo que de ellas hemos recibido y que ya hemos recordado más arriba: nos han dado cohesión interna, nos han sacado del anonimato, nos han ayudado a liberarnos de la amenaza de la autorreferencialidad, han ensanchado nuestros horizontes apostólicos, hemos aprendido a ver la vida por los ojos de los más necesitados, hemos entendido mejor las bienaventuranzas, hemos ganado en sensibilidad social, hemos puesto en práctica lo que decía Agustín, aquello de que es mejor necesitar menos que tener mucho10.  Nos hemos hecho todo a todos: palaweños, casanareños, labrenses, marajoaras, chotanos, bocatoreños, sierraleoneses etc., para ganar como sea a unos pocos, (1Cor 9,22). Las gentes de estos pueblos nos han enseñado a ser generosos y desprendidos, compartiendo lo poco que tienen; nos han enseñado a confiar en la Providencia, a no quejarnos, a ser agradecidos y a nunca dejar de sonreír. De esos pueblos y de esas gentes sencillas y humildes hemos aprendido a cargar las cruces de cada día con alegría. Junto a ellos el mandamiento del amor se ha hecho más inteligible, y lo nuestro y lo mío; ha pasado a no importar tanto porque hemos aprendido a poner por delante los intereses de los pequeños a los que servimos como si fueran nuestro Señor. Las misiones han curado nuestra ceguera y nos han enseñado a ver a Jesús en el rostro del pobre; pero también a ser rostro de Dios para ellos.

En definitiva, como dice el evangelio, los pobres nos evangelizan, y sin duda que muchos misioneros de la Orden deben “su evangelización” a su trabajo entre los preferidos del Reino. Su paso por las misiones los ha marcado definitivamente y ha forjado sus personalidades para siempre, y aun fuera de la misión, la mayoría siguen siendo esos testigos del Reino con una forma muy especial de ser, porque en esas tierras y con esas gentes se les ha revelado el rostro más humano, tierno y cercano de Dios.

Y como hemos visto con innumerables testimonios, la misión no está reñida con la observancia religiosa, ni con la santidad de vida; muy por el contrario, creo que las misiones nos ofrecen el terreno más propicio y abonado, para que la semilla de Dios pueda fecundar los corazones de los misioneros y dar frutos de santidad.

Sin embargo, como si de una enfermedad crónica se tratara, nuestras misiones han adolecido casi siempre de falta de personal, comprometiendo gravemente la eficacia de la labor apostólica, y poniendo en riesgo con frecuencia la propia vocación religiosa del misionero; y todo eso a pesar del clamor de los Prelados del lugar y de los propios misioneros. Son muchos los detalles, situaciones y nombres de lugares y personas que ofrecen nuestras crónicas confirmando todo esto. Los años van pasando, seguimos añadiendo páginas a la historia de la Orden, pero pareciera como que en este aspecto de compromiso con la misión no hubiéramos avanzado nada, y seguimos repitiendo la historia: algunos obispos de nuestras misiones notoriamente desanimados nos hacen llegar por carta sus quejas, al contemplar el abandono en que se encuentran algunas de nuestras comunidades misionales, y también los misioneros siguen expresando su malestar con la situación.

El capítulo general de 2016, que reestructuró la Orden en cuatro Provincias, pedía a todas las Provincias que elaboraran un Proyecto de vida y misión en consonancia con el de la Orden en el que se impulsara la identidad carismática y se fortaleciera, entre otros aspectos, las misiones11, y en concreto a la Provincia de San Ezequiel se le pedía abrir dos casas en un nuevo país de Asia y fortalecer la misión de Sierra Leona12.

El Capítulo general de 2022 repitió literalmente estas mismas Decisiones13 y además pidió a los Priores provinciales conformar las comunidades misioneras con al menos cuatro religiosos, a fin de garantizar la vida fraterna en comunidad y la adecuada atención de la realidad pastoral y social de cada lugar 14. Hasta la fecha, solo una Provincia ha cumplido con lo establecido en nuestra legislación, y de corazón quiero agradecer su gran esfuerzo.

En todos los capítulos provinciales se han hecho evidentes la pérdida del espíritu misionero y la dificultad enorme de los provinciales para encontrar religiosos dispuestos a servir en nuestras misiones. ¿A qué se debe esto? Entiendo que las causas deben ser múltiples, y no quiero caer en un reduccionismo ni tampoco perderme en casuísticas, pero pienso que la falta de espíritu misionero es consecuencia clara e inmediata de la falta del espíritu religioso. Se nos ha contagiado el secularismo, y la mundanidad se ha infiltrado en nuestras comunidades; hemos disminuido las exigencias y la observancia y aumentado el conformismo, la contemporización, la acomodación y la mediocridad; estamos más preocupados por nosotros mismos, con nuestro proyecto de autorrealización personal que por la salvación de las almas; nuestra vida consagrada se ha convertido en un modus vivendi, y ha dejado de ser pasión por el Reino. En definitiva, creo que nos falta la experiencia fuerte, marcante y configuradora del amor de Dios en nuestra vida, que nos saque del abismo de indiferencia y pasividad en el que hemos caído, y nos lance con audacia evangélica y creativa a anunciar la Buena Noticia en nuestras misiones.

El poeta William Blake escribió un famoso poema sobre el fuego del Espíritu Santo que es muy iluminador:

A menos que el ojo no se incendie, Dios no será visto.
A menos que el oído no se incendie, Dios no será escuchado.
A menos que la lengua no se incendie, Dios no será nombrado.
A menos que el Corazón no se incendie, Dios no será amado.
A menos que la mente no se incendie, Dios no será conocido.

También el último Capítulo general nos ha pedido que afiancemos la presencia misionera interprovincial en Cuba.15

He tenido la oportunidad de visitar recientemente la comunidad de Banes en Cuba y créanme si les digo que en ningún otro lugar en donde estamos, de los que yo conozco, somos tan necesarios en este momento como lo somos en Cuba.

El obispo de la Diócesis de Holguín, a la que pertenecemos, Mons. Emilio Aranguren, acompañado de su obispo auxiliar nos visitaron en Banes y nos dijeron que para entrar en la dinámica del Reino de Dios en Cuba hay que entender el valor de lo poco, el valor de lo pequeño, el valor de lo anónimo y el valor de lo gradual.

Y es verdad. Si uno se dejara llevar por los pocos católicos a los que atendemos, con nuestra mentalidad utilitarista diríamos: vamos a otros lugares donde hay muchísima más gente que atender y que demandan mucho más de nosotros, y no perdamos el tiempo aquí.

Aquí en Cuba uno entiende mejor la Escritura, cuando se nos habla del resto de Israel o del pequeño rebaño. Es ahí en medio de ellos y con ellos donde Dios viene haciendo su obra, y confiamos en que un día haga surgir de en medio de ese pequeño resto, un pueblo numeroso que le dé gloria.

A veces en el ministerio somos tentados por el “estrellato”, queremos brillar, atraer a multitudes, lucirnos, llamar la atención… En Cuba no pasamos de unos meros servidores anónimos, que pocos conocen, pero que tratan de sembrar la semilla del evangelio en el corazón de nuestros hermanos, lejos de los focos y de los aplausos, y sabiendo que probablemente no verán el fruto de lo que están sembrando.

Finalmente, hay que tener mucha paciencia y no desistir ante las dificultades, entender que el proceso es lento y gradual, y que hay que partir de muy abajo y conocer de dónde viene esta Iglesia de Cuba y todo lo que ha tenido que sufrir para llegar al momento presente.

No importa que seamos pocos y atendamos a pocos; no importa que seamos pequeños e insignificantes delante de los desafíos de esta Iglesia; no nos hacen falta reconocimientos, ni homenajes, porque sabemos que nuestros nombres están inscritos en el Libro de la Vida; y no importa tampoco que el proceso sea lento y gradual con tal de no abandonar a este pequeño resto al que nos envió el Señor.16

A los misioneros les quiero agradecer, en nombre de la Orden, no sólo la labor que hacen, sino principalmente lo que son y representan en la vida de las personas a las que han sido enviados. Gracias, por su disponibilidad y por su entrega, no exenta de sacrificios y dificultades.

Cuando pienso en vosotros me viene a la cabeza la parábola de los jornaleros de la viña (Mt 20, 1-16), en la que el dueño saliendo a la plaza los contrata para trabajar en distintos horarios; y me fijo en los que se quejan por la dura jornada y por haber estado trabajando desde el amanecer. ¡No han entendido nada! No han disfrutado del trabajo, ni de la magnanimidad del dueño de la viña, ni han entendido lo que significa la gratuidad. En su corazón y en su pensamiento su única preocupación es el dinero. Les pido que su actitud en la misión no sea como la de estos jornaleros, la actitud de apenas aguantar, porque no sois asalariados sino apóstoles enamorados del Señor y de su viña. Vuestra entrega al Señor en las misiones o es respuesta de amor a un Amor que nos ha amado antes y ha dado su vida por nosotros, o entonces somos como los trabajadores de la viña, asalariados a los que no les interesa la viña, sino una forma de ganarse la vida. Vivan con alegría el privilegio de haber sido enviados a evangelizar a los preferidos del Reino, no se reserven nada para sí, no tengan miedo de entregarse y desgastarse en la misión confiada, porque en esa entrega el Señor irá haciendo su obra en cada uno de vosotros.

A los Provinciales les recordaría lo que dijo el Prior general, P. Almarcegui, en 1963 en carta dirigida a Mons. Florentino Armas: Hay que mirar a las misiones encomendadas como “un gran honor” y no apenas soportarlas como una carga de la que no nos es permitido desprendernos17.

Nuestras misiones no son una carga pesada, son nuestro orgullo y nuestra gloria; deberían ser junto con nuestras casas de formación, la niña de nuestros ojos. Por ellas debemos velar, en ellas debemos invertir y a los misioneros debemos acompañar.

Nuestras Constituciones dicen: La Provincia haga una opción clara y firme por sus misiones. Considere y estime la misión encomendada como un beneficio otorgado por la Iglesia y preocúpese de proveerla adecuadamente de religiosos y de medios necesarios18.

Les pido que trabajen intensamente para superar la tendencia egocéntrica de repliegue y de cierre que vivimos, y miremos un poco más allá de las necesidades inmediatas y urgentes que se nos van presentando. A corto plazo, traten de proveer a las misiones con el personal necesario, para que nuestra obra de evangelización y de promoción social no se detenga; y a medio y largo plazo, trabajen para recuperar el espíritu misionero en las Provincias, partiendo de un análisis objetivo de la realidad, que nos lleve a implementar las acciones que se vean más convenientes.

A los religiosos enfermos y ancianos les diría que la oración ha sido, es y será siempre el primer factor en la obra de la Evangelización. Por mucho que me esfuerce en predicar, demostrar la falsedad de sus cultos, en exponer la eternidad de una vida dichosa o en extremo desgraciada, todo es inútil si no me dedico antes a ganar el corazón de Aquel, todo amor, que nos dice: “Nada podéis hacer sin mi” (Jn 15, 5). Son palabras del P. Gazpio19, cuando estaba como misionero en China y que podemos hacer nuestras. Les pido que sigan misionando desde las limitaciones de su salud, desde el dolor, desde la enfermedad, tendidos en un lecho o postrados en una silla de ruedas; sigan orando y tratando de conquistar cada día, como nos dice el P. Gazpio, el corazón de Cristo, para que muestre su rostro misericordioso sobre nuestros misioneros y se sientan fortalecidos en la misión que la Iglesia y la Orden les ha confiado. Sé que no les puedo pedir más porque ya lo han dado todo. Desde aquí también mi agradecimiento por esa vida que se ha ido desgastando en el servicio a los hermanos. Pero, por favor, no dejen de hacer lo que todavía pueden hacer: orar por nuestras misiones y misioneros y por las vocaciones en nuestra Orden, ofreciendo su sacrificio en el atardecer de la vida.

A los religiosos jóvenes y a los que todavía se sienten con fuerzas e ilusión, a pesar del paso de los años:

¿Por qué yo no? Esta fue la respuesta de Agustín cuando le fueron relatando algunos episodios de conversión de personas conocidas, que lo habían dejado todo para seguir al Maestro, como fue el caso de Antonio en Egipto, o de los soldados romanos,que dejaron las seducciones del mundo para consagrarse al Señor. Esa me gustaría también que fuera la respuesta de muchos de nuestros jóvenes religiosos y no tan jóvenes, que sienten que todavía tienen mucho para dar. Ojalá que, al haber escuchado las gestas gloriosas de nuestras misiones, nuestro corazón, como el de Agustín, se nos haya ido inflamando y rebose disponibilidad. La disponibilidad del profeta cuando escuchó la voz del Señor diciendo: ¿A quien enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte? ¡Aquí estoy, Señor; envíame! (Is 6, 8) dijo Isaías. Y lo dijo temblando, asustado, muerto de miedo y sabiendo de sus limitaciones, pero poniendo por delante su confianza en Dios y sabiendo que cuando Él llama también nos da las gracias que necesitamos para abrazar la misión que nos confía.

¿Por qué no te animas a entregar unos años de tu juventud allí donde eres más necesario? ¿Por qué no das un paso al frente y, como Isaías, le dices a tu Provincial: ¡Aquí estoy, envíame!?

A los formandos, postulantes, novicios y profesos:

Los animo a prepararse bien para poder dar lo mejor de cada uno en la evangelización. No le escatimen nada al Señor. Celebro que, como ha aparecido en las redes sociales, en alguna casa de formación hayan celebrado una semana misionera, con la finalidad de conocer nuestras misiones, divulgar la labor de nuestros misioneros e incentivar el espíritu misionero. Me entristece cuando veo a los jóvenes de nuestras casas de formación más preocupados por el incienso y las vestiduras litúrgicas que por la promoción de la dignidad humana y la evangelización de los hombres.

Todo es importante, pero hay que saber priorizar. Les pido y pido a los formadores, que cultiven en las diferentes etapas de la formación el espíritu misionero en el corazón de nuestros jóvenes. Si en las etapas formativas no vibran, no hay compromiso, no sintonizan ni les entusiasma la obra misional de la Provincia y de la Orden, no esperen que al salir ordenados comiencen a interesarse por ella. Vean, pues, la manera de ir sembrando en el corazón de nuestros formandos esa semilla que despierte en ellos ese anhelo de ser enviados y salgan de los recintos sacros del templo para dejar que la ternura de Dios se desborde en favor de los hombres20.

Termino con las palabras finales del mensaje del Papa Francisco con motivo de la 97ª Jornada Mundial de las Misiones, que celebraremos el próximo día 22 de octubre: Pongámonos de nuevo en camino también nosotros, iluminados por el encuentro con el Resucitado y animados por su Espíritu. Salgamos con los corazones fervientes, los ojos abiertos, los pies en camino, para encender otros corazones con la Palabra de Dios, abrir los ojos de otros a Jesús Eucaristía, e invitar a todos a caminar juntos por el camino de la paz y de la salvación que Dios, en Cristo, ha dado a la humanidad. Santa María del camino, Madre de los discípulos misioneros de Cristo y Reina de las misiones, ruega por nosotros21.

Palawan (Filipinas), 16 de octubre de 2023

 

1 PS.33,2,6

2 Ángel Martínez Cuesta; Aportación de la Orden a la Obra misionera de la Iglesia, p.26

3 Provincia San Nicolás de Tolentino; Siempre en misión, p. 26

4 Const. OAR 286

5 Ángel Martínez Cuesta; Aportación de la Orden a la Obra misional de la Iglesia, p. 30

6 Ángel Martínez Cuesta; Aportación de la Orden a la Obra misional de la Iglesia, p. 35

7 Cfr. Provincia San Nicolás de Tolentino; Siempre en misión.

8 Libro Siervo de Dios Ignacio Martínez, Apóstol del Amazonas- Epistolario, p.38

9 Ángel Martínez Cuesta, Beato Ezequiel Moreno, 251

10 Regla 3, 17

11 PVM OAR 2016-2022, A.7.

12 Ibid. A.23 y A.24

13 PVM OAR 2022-2028, A.1 y A.3

14 Ibid. D.7.

15 PVM OAR 2022-2028 D.10

16 Artículo publicado en la Web de la Orden. Fr. Miguel Ángel Hernández, Prior general.

17 Carta a Mons. Florentino Armas, Roma 24 de abril de 1964, en Acta OAR 8 (1963-64) 25-27

18 Constituciones OAR, 288.

19 Carta escrita por el P. Gazpio el 14 de julio de 1930 desde China.

20 Papa Francisco. Homilía de la misa crismal del 24 de marzo de 2016

21 Mensaje del Papa Francisco con motivo de la 97ª Jornada Mundial de las Misiones.

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