Una palabra amiga

Mi vida en los Andes

Desde hace semanas, por esos giros que provocan nuestras circunstancias, por un tiempo, vivo en las montañas, en el sector occidental de la Cordillera de los Andes. Es un espacio mágico y valioso de Perú. Aquí estoy sobre esta cadena rocosa, que se erige soberana, imponente y señorial, con peñas, nevados, ríos, estrellas y viento: la Cordillera de los Andes, columna vertebral de Sudamérica.

La vida a más de 3,500 m.s.n.m. es retadora y emocionante, demanda pasión humana y creatividad cristiana. Aquí la vida tiene un ritmo lento y rápido, suave y violento, de acuerdo a la necesidad. El sol otorga al paisaje un matiz nostálgico de antigüedad vintage y filtro fotográfico, natural.

La lluvia se manifiesta enérgica y exagerada, y, a veces, rala y escaza. Sin duda, hace valer su poder y jerarquía. Se muestra como es: violenta, competente, engreída e impredecible.

Los caminos son abruptos, rocosos y desafiadores. Ellos solo aceptan caminantes valientes, realistas y aventureros. Las carreteras asfaltadas semejan serpientes de brea o tierra compactada. Soleadas o mojadas, siempre se ven perezosas, aletargadas y sin prisa.

El hombre del Ande se adapta muy bien a su entorno. Conoce su hábitat y lee los signos que aparecen en el cielo y se revelan en la atmósfera. El hombre andino se ríe, de sus problemas y relativiza los afanes, las desgracias y las prisas: ¡Así es! ¡Qué vamos a hacer! ¡Dios sabrá!

Pero lo que más me deslumbra y emociona es el testimonio de su fe. La fe de estos hombres y mujeres, resiste pruebas existenciales, desgracias sociales y abandono misionero.

Una fe personal que lucha contra la voracidad de las sectas, la supervivencia de las supersticiones y la ausencia de curas. Una fe testimonial y ancestral, que, además, sobrevive a la sequía misionera, la indiferencia postmoderna y al paternalismo retórico de teólogos y biblistas.

La fe de estas personas sencillas es bíblica y asentada sobre roca montañosa. Parece que los evangelios se hacen realidad en los Andes. Los pobres, aquellos que suenan a leitmotiv de discursos y sermones, aquí son seres encarnados, vivos y perseverantes. Tienen rostros e historias que contar, protagonizadas en carne propia, con dolor y sacrificio.

En realidad, los anawin del Reino, nos dan lecciones de generosidad, fe y esperanza. Más de una vez he regresado de muchos de estos pueblos pequeños, desperdigados como puñados de pedruscos sobre las montañas, cargado de regalos y ofrendas. Ahíto de abrazos, bendiciones, agradecimientos y buenos deseos. ¡Qué terapéutico y vital es una sonrisa y abrazo evangélico!

Y, cuántas otras veces, me he sentado en una banca de madera o piedra, improvisada, o caminado sobre polvo y barro para confesar y regalar misericordia. Igualmente, no han sido pocas las veces que he convertido mi casa en una iglesia doméstica para escuchar, sanar mentes, curar heridas, compartir el Evangelio y hablar del Reino de Dios.

Mi vida en los Andes es un regalo, un beso y un premio. Algo que Dios pone en mi camino y que yo, agradecido, recibo emocionado. Ante un don como este, solo tengo que quitar, con gracia, la envoltura sencilla y disfrutar de él. Aquí estoy. Aquí vivo cada día apasionado, emocionado, por este Reino de los sencillos. De aquellos olvidados, que poco tenemos que dar y ofrecer. ¿Qué tenemos para dar, sino amor y misericordia?

Nicolás Vigo

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