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No es tan importante hacer «grandes cosas» sino hacer bien la tarea que debemos hacer

Cada 19 de marzo la Iglesia celebra la Solemnidad de san José. Para los Agustinos Recoletos es un día especial, teniendo a José como especial protector de la Orden, cuyo culto y devoción constituyen parte de la espiritualidad agustino recoleta.

Con motivo de la celebración de este año, el Prior general, Fr. Miguel Ángel Hernández, ha dirigido una carta a la Familia Agustino Recoleta, que reproducimos a continuación:

 

En medio del desierto cuaresmal, como si de un oasis se tratara, emerge discreta la figura del Patriarca José, especial protector de la Orden. “Su culto y devoción, dicen nuestras Constituciones, hace parte de la espiritualidad agustino-recoleta” (Const. OAR, 80).
En este año en que en la Orden reflexionamos sobre las cosas pequeñas, no es difícil encontrar en José muchos rasgos, que muestran que su personalidad está forjada y conformada de pequeñas cosas. Pequeñas, pero no por ello menos importantes; incluso me atrevería a decir que pequeñas, pero esenciales y necesarias. Me fijo en tres: el silencio, la discreción y la obediencia.

 

El silencio, es una virtud poco o nada valorada en nuestros días, incluso cuando nos topamos con una persona callada o silenciosa, lo primero que hacemos es preguntarle directamente a él o a sus conocidos si le pasa algo, porque en nuestra sociedad no hay lugar para el silencio. El silencio no se entiende. Nos gusta el ruido y hacer ruido, nos gusta hablar, aunque no tengamos mucho que decir, nos gusta hablar, aunque no aportemos nada. De José no conservamos ni una sola palabra, pero su vida, sus actitudes y su comportamiento lo dicen todo. Me atrevería a decir que somos palabras, pobres náufragos en un mar de palabras. Hablamos mucho, pero nuestras vidas dicen poco. José por el contrario no habla nada, pero su vida lo dice todo. Su vida nos dice que es un hombre que sabe escuchar a Dios y a los hombres. Su vida nos dice que es un hombre obediente a la voluntad de Dios y que actúa con total prontitud y disponibilidad para hacer lo que Dios le pide.

 

Es un hombre que trabaja y se gana el pan como carpintero, con el esfuerzo y el sudor de su frente; un hombre que cuida de su familia y la custodia de todos los peligros; un hombre que renuncia a su patria y vive en la itinerancia por salvar a su pequeño y proteger a su familia.
El silencio de José es un silencio respetuoso y puesto al servicio de la escucha, un silencio que ayuda a tener una mirada hacia dentro para meditar y conocer la voluntad de Dios. El Papa Benedicto XVI dijo “dejémonos invadir por el silencio de san José, el ruido nos impide escuchar o percibir las grandes verdades de la vida”.

 

San José es también el hombre discreto, otra de esas virtudes que tampoco está de moda en nuestra sociedad. Si vendieran discreción en las tiendas, probablemente caducaría en las estanterías, o si fuera un producto perecible se descompondría. No hay demanda en el mercado de discreción y no hay oferta lo suficientemente buena como para darle salida. Ni regalada la queremos. Por lo general, la discreción es fruto de una madurez espiritual que evidentemente el patriarca José tenía. Basta observar cómo manejó la situación del embarazo de María: nada de escándalos y alborotos, nada de exponerla al escarnio público y dejarla en mal lugar, no hay necesidad de eso. ¿Cumplir la ley? Sí, pero en secreto y sin publicidad. A nuestra sociedad le gusta el ruido mediático, le encanta el espectáculo y sacar las cosas de su contexto, nos encanta la crítica, el desprestigio y el ensañamiento moral, por encima del respeto a la dignidad de las personas.

 

José no usó de discreción únicamente en el asunto de la gravidez de su esposa, sino que fue una actitud de vida en todos los momentos de su historia. José decidió vivir toda su vida en la sombra, en un lugar discreto y darle a María todo el protagonismo que merecía. La presencia de José en la Sagrada Familia dio aires de normalidad a una situación totalmente anómala: María era su esposa, pero José sabía que ella pertenecía por completo a Dios; Jesús lo llama de padre, pero él sabe muy bien que no tuvo nada que ver con su concepción, y ni siquiera le fue permitido elegir su nombre. La familia de Nazaret parece una familia normal de gente humilde y trabajadora, cumplidora de la ley: circuncidan al niño, lo presentan en el templo, acuden a la sinagoga, peregrinan a Jerusalén, trabajan en un taller de carpintería… una familia normal, pero totalmente especial porque ha sido diseñada por entero por Dios. José nos enseña a ser discretos, y a esperar los tiempos de Dios en silencio.

 

La tercera virtud que me gustaría destacar en san José es la de la obediencia. Normalmente usamos la obediencia como recurso límite para situaciones extremas donde nos toca asumir decisiones externas a nosotros y que van en contra de nuestro deseo o voluntad. En realidad, en José la obediencia es también una actitud de vida, que se vive en las cosas pequeñas de cada día, y así debería ser también para nosotros, especialmente los religiosos-as.

La obediencia de José se apoya en una confianza total en Dios, es una obediencia que no busca muchas explicaciones, ni trata de racionalizarlo todo. En la vida de José no hubo “peros” ni “porqués”. José se fía de Dios y sabe muy bien en quién ha puesto su confianza. En realidad, los fallos en la obediencia ponen al descubierto, muchas veces, nuestra falta de fe.

 

Obedecer es mucho más que un recurso extremo para situaciones límites. Obediencia es vivir abierto a los planes de Dios y a las necesidades de los hombres; es saber quitarse del centro y echarse a un lado; es vivir de fe; es morir a sí mismo y anteponer lo común a lo propio; es docilidad a lo que Dios nos va manifestando a través de las mediaciones normales; es renunciar a tener que entenderlo todo y a querer tenerlo todo muy claro, abandonándose en Dios, que sabe lo que nosotros ignoramos. Es entender que Dios tiene una mirada mucho más amplia que la nuestra.

En definitiva, la vida de José nos dice que no es tan importante hacer “grandes cosas” sino hacer bien la tarea que debemos hacer.
«Y pues que el mundo entero te mira y se pregunta, di tú cómo se junta ser santo y carpintero, la gloria y el madero, la gracia y el afán, tener propicio a Dios y escaso el pan» (himno de vísperas).

Roma, 17 de marzo de 2024

Fr. Miguel Ángel Hernández Domínguez

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