Desde los primeros días de su vida monacal, la madurez y la perfección de Rita dieron pruebas a la comunidad del Monasterio que podrían sugerir una experiencia religiosa de larga duración. Cada una de las Hermanas tomó conciencia de su presencia inesperada gracias a acciones sobrenaturales que les confundieron.
Ellas poseen un profundo respeto por ella, mezclado de ternura, temor y, a veces, hasta envidia. Por cierto, alguna de ellas se hicieron religiosas por las circunstancias de la vida o forzadas por la familia, y en el caso de Rita se trata de una vocación predestinada que derribó todos los obstáculos para poder realizar sus expectativas. ¡Qué responsabilidad y qué gracia para la Superiora tener entre sus religiosas una enviada del Señor! Fue Dios, personalmente, quien la puso allí para ser su sierva y para favorecer el recorrido de los que están buscando a Dios.
Para dar una idea más exacta de la extensión de su renuncia al mundo exterior, es necesario recordar que, ahora que finalmente está en su lugar, Rita – cuyo sueño siempre fue ese- tiene en adelante toda la posibilidad de ejercitar su fe viva en relación a Dios y a los hombres. Una persona como ella que vive en las manos de Dios, manifiesta una gracias particular que cada una de las compañeras puede percibir.
Algunas religiosas que también buscan la perfección procuran imitarla. La caridad le lleva, de modo incesante, a recibir con mansedumbre y amor a las personas que van a buscarla en el locutorio. Campesinos de Roccaporena, madres de familia de Cassia y alrededores, jóvenes sin perspectivas de vida, andariegos desamparados, viudas sin familia, mujeres maltratadas, divorciadas o que perdieron un hijo, enfermos y oprimidos, le suplican que oiga sus miserias.
Aquí nos acercamos a la verdadera espiritualidad de Rita, que recibió muy temprano el don del amor, de la paciencia y de la compasión. Desde pequeña, en la escuela de sus padres, aprendió la generosidad, el compartir, la escucha y la caridad. En la primera mirada perdida de un mendigo desamparado que encontró en la calle en su infancia en Roccaporena, sintió toda la tristeza, el hambre, la privación y la desesperanza. Es un aprendizaje terrible de la vida aquél que nos lleva a encontrar la extrema pobreza y el sufrimiento de aquellos que están en lo peor de la vida.
El bienaventurado San Giacomo della Marca, de la Orden de los Hermanos Menores vino a predicar en la parroquia para el oficio de la Pasión de Nuestro Señor, en el Viernes Santo del año 1442. Como muchos de su Orden, él tiene una devoción particular a la Pasión de Jesús. Las Hermanas de Cassia, autorizadas para dejar los muros del Monasterio, están en la primera fila. Rita, en medio de ellas, contempla el rostro liso y profundo del franciscano. Su corazón es traspasado de amor por el Señor.
“De ese amor, nos indica la breve biografía de 1628, ella fue ampliamente recompensada: en cuanto predicaba, Giacomo della Marca se dejó arrebatar por el fervor a hablar con tanta emoción de los dolores atroces sufridos por el Salvador, que los oyentes tenían el corazón abrasado.”
Oyéndolo con atención. Rita se siente profundamente tocada. En su apostolado de la Escucha, paciente y afectuosa, de los que vienen a confiarles su penas, ella da en sacrificio su propia vida, a fin de acompañarlos, socorrerlos y ayudarles a encontrar un alivio y solución a sus dificultades.
Su deseo de participar en los sufrimientos de Cristo, será atendido. Pues al oír el sermón del Padre Guiacomo, Rita se queda conmovida, más que las otras Hermanas, se sintió tomada por un violento deseo de participar de los tormentos de Cristo, de un modo o de otro. Cuando volvió al monasterio y corrió a postrarse delante de Cristo, representado en el centro de una pintura que había en un oratorio al lado de la capilla. Un rayo de luz inundó el recinto.
Ella llora y sus lágrimas son lágrimas de amor y dirigiéndose a Cristo le dice: “Oh Jesús, dame que yo participe de los sufrimientos de vuestra agonía. Os lo suplico: haz que, al menos, una de esas espinas que queman tu frente traspase también la mía. No olvides mi deseo, haz que corra por mi frente la sangre de tu Pasión”.
Rita recibió el don de la Espina como una gracia celestial que ella llevará durante los 15 años últimos de su vida. Fue en honra a esos quince años que se instituyó la práctica de los 15 Jueves, a lo largo de las 15 semanas que anteceden al día 22 de mayo, día de la fiesta de santa Rita.
P. Francisco Javier Hernández Pastor, OAR
(Artículo publicado en la revista Santa Rita y el Pueblo Cristiano)