Una palabra amiga

Pon amor en lo que haces y sacarás amor

En estos días, en los que el mundo está pasando por una dispersión de valores y principios cristianos, quisiera comenzar esta crónica con las palabras que enfatizó D. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, durante la celebración de la consagración de Nuestra Madre del Socorro en el templo del convento de las Madres Agustinas Recoletas del Santísimo Corpus Christi, el pasado 11 de febrero del presente año del Señor: “Marquemos nuestras raíces católicas en la educación”.

Sembradores en tierra ajena y suelo santo. Todos somos sembradores de la buena semilla del Reino; unos, como padres, en la iglesia doméstica en la que nuestros niños nacen, se alimentan y crecen con el testimonio vivo, que ha de ser el pan que alimente su espíritu. Otros, desde la cátedra del aula multitudinaria donde se nos sitúa, como profesores expertos en el arte de ayudar a desarrollar la semilla de la fe que conduzca a nuestros niños por las sendas de valores y virtudes que les hagan hombres y mujeres de provecho para Dios, para la Iglesia y para la sociedad.

Ni que decir tiene que nuestra docencia se basa más en el testimonio de vida que en los sabios principios que se presentan como materias curriculares, necesarias para una promoción académica conveniente. Es por eso que tanto padres como profesores han de ser maestros animosos y comprometidos que manifiestan con su plena dedicación creer en sí mismos como transmisores de vida y maestros que han querido consagrar su tarea de por vida. Sólo así serán creíbles en su labor de padres amorosos y docentes consagrados a la sublime tarea de ayuda a crecer a las nuevas generaciones. Sólo de esta forma de entrega, desde el amor constante al alumnado, enseñaremos a los hombres y mujeres del mañana que, ellos y ellas han de recrear una sociedad más justa en la que todos los ciudadanos sean más felices.

Ministros débiles que han de esforzarse en poner los dones recibidos en el surco de la vida nueva. Naturalmente, si nos sentimos padres y maestros, miembros vivos de la Iglesia, nuestra enseñanza ha de estar impregnada de la presencia del amor de Dios que se hace presente en sus criaturas, especialmente en los más débiles y pequeños. No en vano nos dejó dicho: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Es razón por la que la misión evangelizadora de la Iglesia en las instituciones educativas requiere de la presencia de educadores que testimonian con su vida y con su entrega las virtudes cristianas en la labor de siembra diaria; conscientes de la semilla arrojada en el surco del “corazón niño” no calará si no va regada con el agua del amor y de la entrega.

La presencia de la Madre, tanto en la cocina como en el aula, resulta luminosa. Ella sabe de amor, y lo que es más importante, sabe cómo transmitirlo: será callando a veces: … “María conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”. Será acatando, otras: “Hágase en mi según tu voluntad”. Será aconsejando, cuando lo crea oportuno: “Haced lo que Él os diga”.

Siempre en actitud humilde y colaboradora… Ella nos enseña a nosotros, que nos decimos maestros, un modo nuevo de sembrar y de ver la vida, que es tarea, más agradable, fructuosa y próspera. Ella abrió su corazón a la voluntad de Dios; se fio, se puso a disposición de los planes Divinos y formó su propia escuela: la cátedra de acoger en todo momento la voluntad del Padre, para así, engendrar en sus entrañas al Hijo, abriendo su actuar a los silencios, a las caricias y a las inspiraciones del Espíritu Santo.

Para concluir, quisiera resaltar que no todo está perdido. Hay brotes que rompen la costra que cubre el suelo donde hemos arrojado la semilla que son signos de esperanza. Jóvenes que se privan de sus vacaciones para poner su juventud en disposición de auxilio en países de misión. Grupos capaces de sorprendernos con su actitud solidaria acudiendo a la “Corrala” de la soledad y del miedo para infundir un hálito de vida y quienes dicen creer que no vale la pena vivirla. Costaleros que bajo el peso del trono han paseado su creencia y su virgen por las calles desoladas y exentas de piedad tradicional.

 

Silvia Crespo Rica

(Artículo publicado en la revista ‘Santa Rita y el Pueblo Cristiano’)

X