Estamos viviendo un fenómeno eclesial como es la escasez de vocaciones al seguimiento de Jesús de una forma más radical. Esta realidad nos preocupa a todos, nos cuestiona y nos preguntamos: ¿Por qué no tenemos vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal?
Me imagino que será porque nosotros mismos como consagrados, no estamos motivando a los jóvenes para que sigan a Jesús. Sabemos que es un estilo de vida que no es para todos, porque seguir a Jesús de manera radical es para una parte de la humanidad, y que de verdad es un estilo de vida como lo vivió Jesús, y quien o quienes quieren vivir así, seguro que casi nadie, es muy difícil, ya que te complica la vida y te compromete. Ya lo dijo Santa Teresa mirando a Jesús crucificado: “por eso tienes poco amigos, porque tu seguimiento es exigente”.
Si queremos encontrar jóvenes que arriesguen su vida por el evangelio, tenemos que hacer la propuesta del evangelio sobre el seguimiento. Creo que hemos insistido en nuestros planes pastorales solo en creer en Jesús y no en el seguir a Jesús, ya que los evangelistas hablan más del seguimiento que de la fe en Jesús. Y hablar de seguimiento significa caminar tras o con alguien que marca el itinerario, manteniendo la cercanía con él; es una relación íntima y personal con el mismo Jesús, una relación única y totalizante que abarca toda la vida y que además es la fuerza que da sentido a tu vida.
Es más, el encuentro de Jesús no fue tanto por la fe, sino por el seguimiento; más bien Jesús les echa en cara a los discípulos su falta de fe. La clave está en el seguimiento, ya que los diversos encuentros con Jesús, se dieron porque escucharon la invitación y lo siguieron. En varios pasajes leemos: “lo siguieron grandes multitudes”. Cuando los evangelistas se refieren a la relación de Jesús con sus amigos, lo que más destacan es el mandato de Jesús: Sígueme (Mt 8,22; Mc 2,14; Lc 5,27; Jn 1,43). Lo mismo que dijo Jesús al joven rico, “sígueme” o lo mismo que dijo Pedro: “te hemos seguido”. En todos estos casos no se habla de una teoría o mejor dicho de una creencia, sino de un hecho concreto, es un dejar todo para responder a la invitación de Jesús; perdieron toda seguridad, solo les quedó una opción: vivir con Jesús y vivir como Jesús, en otras palabras: al que es llamado no le queda más seguridad que la comunión con Jesús.
Realmente, el seguimiento de Jesús es lo central del evangelio, esta exigencia, abarca tres pilares fundamentales de la vida humana que son los que dan “seguridad en la vida”: la propiedad, es decir lo que tenemos para vivir y disfrutar en esta vida; la dignidad y la familia. Son estas cosas indispensables para la vida de todo mortal, las cuales muchos no quieren dejarlas, por miedo o por pánico a la inseguridad, y Jesús nos invita a seguirle dejando todas estas cosas, todos queremos asegurarnos todo. Jesús no nos brinda esa seguridad, porque a la hora de seguirlo nos dice: hay que desprenderse de todo, hasta el extremo de no tener ni lo poco que tienen las alimañas del campo, una madriguera, ni un nido como tienen los pájaros, ni tan siquiera una piedra donde reclinar la cabeza para descansar.
Además, para seguir a Jesús hay que abandonar toda atadura familiar de tal manera de no estar acondicionado ni por el entierro del propio padre, ni tan siquiera despedirse de los parientes y amigos. Estas exigencias radicales del seguimiento en el tiempo de Jesús también eran inconcebibles, y en este tiempo de la historia es lo mismo. Hoy en día buscamos tener esas mismas seguridades, y sentirnos llamados para seguir a Jesús es difícil dar esa repuesta, pero para Dios es posible, porque es una vocación y es un don de Dios, no es solo cosa de nosotros mismos.
En definitiva, el llamado de Jesús no es para unos privilegiados, sino que es la condición y la forma de vivir de todos los bautizados, una cosa es que le sigamos y otra cosa es que nos quedemos instalados en nuestras falsas seguridades.
Para seguir a Jesús es necesario escuchar su voz, por medio de su palabra, discernir por medio de un acompañante y dar una repuesta valiente y generosa como los discípulos, y ahí entra a jugar un papel importante la libertad del ser humano.
Fr. Wilmer Moyetones, OAR