Una palabra amiga

San Agustín y la sabiduría de la Creación: un antídoto contra la necedad

En su obra «Del Génesis a la letra», libro II, tomo para ustedes algunos fragmentos que nos reafirman en nuestra fe. San Agustín hace un recorrido por los días en los que Dios dijo “hágase” y en todo “vio que era bueno”. Una nota interesante es sobre la creación del cielo y la luz.

“…La noche no quedó tampoco a oscuras, sino con la luz de la luna y las estrellas, a fin de aliviar no sólo a los hombres, para quienes muchas veces existe la necesidad del trabajo por la noche, sino también para atemperar lo suficiente a ciertos animales que no pueden soportar la luz del sol (Del Génesis, 2,13,27).”

Sobre las estrellas, el sol y la luna, San Agustín indaga al respecto de por qué las Escrituras se refieren a los astros celestes como signos:

“Ciertamente que no habla de los signos cuya observación es vanidad, sino de los signos que son utilísimos y necesarios para los usos de la vida, los cuales se observan, ora por los navegantes para dirigir las naves, ora por todos los hombres para prever las condiciones atmosféricas durante las estaciones de la primavera, del verano, del otoño y del invierno (Ib 2,14,29).”

Como se ve, cada palabra en las Escrituras sobre la creación es tomada en cuenta por Agustín de Hipona. En este caso, lo que quiere es prevenirnos, para no caer en la trampa de genetlíacos -que presumen de interpretar adecuadamente el Génesis-, o de astrólogos que inducen a creer en cosas falsas, u oscuras, con verdades a medias:

“Repudiamos en absoluto, como opuesto a la pureza de nuestra fe, todas las argucias de los que vaticinan el destino del hombre por los movimientos de los astros, fundados en los experimentos de las enseñanzas de la astrología, cuyos vaticinios llaman ellos apotelésmata (resultado o fuerza), porque con tales doctrinas intentan apartarnos del trato con Dios, y con impía perversidad nos inducen a acusar a Dios, Señor de las estrellas, como autor más bien que al hombre de los hechos abominables que rectísimamente se condenan (Ib 2,17,35).”

El argumento agustiniano parte de la base de que nuestras almas no están sometidas a ningún cuerpo; ni a los cuerpos terrenos ni celestes. La voluntad y la razón sólo dependen del mismo ser humano. Y por si fuera poco, nos hace notar que los astros no son superiores a los cuerpos terrenos:

“…Observen alguna vez que muchos cuerpos de diversas especies, ora de animales, ora de hierbas y arbustos, son sembrados en el mismo sitio y tiempo, y naciendo muchas cosas en el mismo momento, no sólo en diferentes sitios, sino en los mismos lugares de la tierra, es tanta la variedad en sus nacimientos, en sus acciones y en sus perturbaciones, que verdaderamente, si estos tales consideran estas cosas, perderían, como se dice, su estrella (Ibidem).”

Las plantas, los árboles, los animales y el ser humano se multiplican en la tierra. Pero sobre todo, el ser humano es más hermoso que la luna, por eso a quien amamos le decimos “mi cielo”, y no únicamente “mi amor” y “mi patria”. Para San Agustín, nada más necio que pensar que los hombres están bajo el dominio de los astros y que la fatalidad de su destino depende de las estrellas. Prueba del error son los hermanos mellizos, quienes teniendo las mismas constelaciones en sus nacimientos, llevan vidas diversas y mueren en distintos lugares y tiempos.

“Al nacer, la mano de Jacob, que venía detrás, estaba agarrando el pie de su hermano. De tal modo nacieron como si fuera el nacimiento de un solo niño de doble tamaño. Ciertamente las constelaciones a que éstos recurren para explicar la vida del hombre, en estos hermanos de ningún modo pudieron ser diferentes –y sus vidas lo fueron y mucho- (Ib 2,17,36). … Por todo lo expuesto, el buen cristiano se ha de apartar, y sobre todo cuando dicen verdad, ora de los astrólogos, ora de cualquier impío adivino, no sea que por la comunicación con los demonios, engañada el alma, se enrede en algún pacto amistoso (Ib 2,17,37).”

Al final del libro dos de esta obra, nos pide que sigamos la norma de la santa prudencia y no creer temerariamente sobre ningún asunto oscuro: “No sea que la verdad se descubra más tarde y, sin embargo, la odiemos por amor a nuestro error, aunque se nos demuestre que de ningún modo puede existir algo contrario a la verdad en los libros santos, ya del Viejo como del Nuevo Testamento (Ib 2,18,38).”

Amo el realismo agustiniano que nos obliga a usar la razón y la voluntad en toda situación, circunstancia, momento y lugar.

Tere García Ruiz

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