Una palabra amiga

La multiplicación de los panes: más allá del milagro

El relato de la multiplicación de los panes, junto con el de la transformación del agua en vino en las bodas de Caná y el de la pesca milagrosa en el mar de Galilea, son las tres narraciones de milagros que tienen que ver con alimentos ofrecidos en abundancia, incluso en exceso. Particularmente, el relato de la multiplicación de los panes explícitamente menciona que solo los hombres que comieron eran unos cinco mil; que disponían únicamente de cinco panes de cebada y dos pescados; y que al final, con los pedazos que sobraron de los cinco panes, llenaron doce canastos. Por una parte, hay una multitud desbordante de gente con hambre; por otra parte, los recursos para alimentarla son exiguos, insignificantes. Pero a pesar de todo, Jesús es capaz de alimentarlos y saciarlos hasta tal punto que sobra comida para muchas personas más.

A veces se oyen explicaciones de este relato en el sentido de que lo que ocurrió fue que Jesús motivó a la multitud de personas allí presentes a que compartieran lo que habían traído para comer cada uno para sí, y que la gente había traído tanta comida que al final comieron incluso los que no habían traído nada de sus casas y aún sobró. Esa es una explicación que quita el aspecto milagroso de la multiplicación de panes para poner el relato en función de una ideología económica. Esta interpretación no se ajusta al relato. En ninguna parte se dice que la gente tenía su propia comida y que el reto de Jesús era cómo motivarlos a compartir. Al contrario, Jesús plantea la pregunta de «¿cómo compraremos pan para que coman estos?» Él se siente responsable de alimentar a la multitud que lo seguía. Felipe le responde a Jesús que ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan. Está claro que la gente no tiene qué comer, que Jesús se siente responsable de alimentarlos y que los recursos disponibles en dinero y en alimentos no alcanzan para la multitud. Por otra parte, el propósito de Jesús no era resolver el problema del hambre corporal de la gente. Cuando regresaron a sus casas, ya no tuvieron ninguna comida de regalo. El hambre y la pobreza en el mundo no se resuelven repartiendo los bienes de los que tienen a los que no tienen; no se resuelven por el reparto de la riqueza que ya existe, sino por la participación de más y más personas en la creación de riqueza que todavía no existe, por medio de la inversión de capital y el fomento del empleo y del trabajo humano. Ahí están las remesas como evidencia. Los veinte mil millones de dólares que los migrantes enviaron a Guatemala el año pasado no se los quitaron a nadie; los crearon con su trabajo, porque hubo empresas que ofrecieron el capital que hizo que el trabajo fuera productivo. Así que la interpretación del relato en clave de compartir los bienes es falsa. De hecho, el próximo domingo vamos a leer la continuación de esta historia, y Jesús va a reprocharle a la gente que lo busca para que les dé de nuevo de comer, que se equivocan.

Cuando Jesús multiplicó los pocos panes y peces para dar de comer una sola vez a una multitud ingente de personas, quiso significar otra cosa. Quiso significar que solo él es capaz de saciar en abundancia otra hambre, que no es de pan, sino de sentido y de vida consistente. La gente no captó el significado del milagro. «Ustedes me andan buscando, no por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse.» Yo hice el milagro, dice Jesús, no tanto para calmarles el hambre del cuerpo, así que no me busquen para que repita el prodigio. Multipliqué los panes para darles una señal de que solo yo puedo saciarles el hambre del alma, pero ustedes no son capaces de captar que he venido para saciar un hambre más profunda que la del cuerpo. En este peligro podemos incurrir todavía hoy en la Iglesia cuando pretendemos reducir su misión a resolver necesidades temporales de la gente, o cuando pretendemos conservar adeptos y seguidores por medio de regalos que satisfacen necesidades temporales. Por supuesto que la caridad exige aliviar, hasta donde sea posible, las carencias temporales de la gente necesitada. Los cristianos, personalmente, y la Iglesia, como institución, salimos al encuentro de las personas en sus necesidades coyunturales para aliviarlas, sobre todo en momentos de adversidad. Pero la caridad no consiste en hacer a la gente dependiente de dádivas, regalos y bonos. En materia de necesidades temporales, la solución ética es la creación de oportunidades de trabajo, y es asunto de las políticas económicas.

¿Cuál es la necesidad profunda que nos afecta a todos y que solo Jesús puede remediar? Fundamentalmente, Jesús vino a darnos la posibilidad de articular nuestro sentido de vida frente a la muerte y los desvaríos de nuestra libertad. Al nacer, nuestra vida está por hacer. No nacemos con un libreto prescrito que nosotros tengamos solo que poner en escena como hacen los actores con los personajes que representan. Tenemos que inventarnos y crearnos día tras día desde que nacemos hasta que morimos. Nos planteamos preguntas tales como: ¿por qué nací? ¿para qué nací? ¿por qué me tocaron estas condiciones de vida, si veo que a otros les tocaron condiciones que me parecen más favorables? ¿a dónde voy con mi existencia? ¿qué debo hacer para que valga la pena vivir? ¿cómo debo vivir para que al final de mi existencia pueda decir que valió la pena y no fui un fracaso? Esas son las preguntas que Jesús, con su palabra, con sus obras, con su muerte y resurrección, nos ayuda a responder. Tener respuestas para esas preguntas es encontrar la salvación.

En primer lugar, Jesús nos enseña que solo en él esas preguntas encuentran respuesta cabal. Ciertamente, la humanidad que piensa ha intentado dar respuesta a esas preguntas desde la filosofía, desde las religiones creadas por el hombre, desde la cultura. Pero Jesús reclama exclusividad: solo yo puedo dar el pan de vida. Otras respuestas existen, pero no son tan buenas, ni tan profundas, ni tan verdaderas como las que da Jesús. Él es, en verdad, el profeta que tenía que venir al mundo.

En segundo lugar, Jesús ofrece respuesta y salvación en abundancia. Sus dones alcanzan para todos y aun sobran. A partir de cinco panes y dos pescados, él es capaz de saciar a la multitud y aun a muchos más. A partir de sus palabras, de sus obras, de su muerte y resurrección, él ha traído la salvación a todos. A partir de lo que desde fuera parece el fracaso de la cruz, nos ha venido la salvación. A partir de la locura de la predicación, nos ha venido la vida eterna (1 Cor 1,18-25). Pongamos nuestra fe en él.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

La imagen que acompaña el texto corresponde a la obra de Giovanni Lanfranco Milagro de los panes y los peces, Óleo sobre tela, 1620-1623. Galería Nacional de Irlanda.
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