Que el Dios de la esperanza colme nuestros corazones de alegría y paz.
Estimados hermanos de la Fraternidad Seglar:
En pocos días celebraremos la fiesta de Santa Magdalena de Nagasaki, patrona de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta. Como cada año, les hago llegar estas letras para animarlos a vivir con fidelidad y renovado entusiasmo la vocación a la que el Señor los ha llamado. Es importante recordar que la Fraternidad Seglar es, precisamente, una vocación para vivir el bautismo en la comunidad eclesial.
Este año, la Orden ha reflexionado sobre el valor de las cosas pequeñas. El lema que ha presidido nuestras casas ha sido una frase de San Agustín: «Si aspiras a lo grande, comienza por lo pequeño». A veces, cuando observamos la vida de los santos, sentimos que son tan inmensos y grandiosos que nos resultan inalcanzables. Esto puede llevarnos a pensar que la santidad no es para nosotros. Sin embargo, olvidamos que la santidad se forja pieza a pieza, granito a granito, gesto a gesto, con la gracia de Dios. La santidad está hecha de pequeñas cosas realizadas con mucho amor. Recuerden que incluso el vaso de agua dado en nombre de Cristo no quedará sin recompensa.
La santidad no depende tanto de lo que hacemos, sino de cómo lo hacemos, del amor que ponemos en cada acción que realizamos.
La santidad no depende tanto de lo que hacemos, sino de cómo lo hacemos, del amor que ponemos en cada acción que realizamos. Por eso tenemos santos que fueron pescadores, agricultores, pastores, comerciantes, profesores, amas de casa, porteros, reyes o príncipes.
La santidad no se compra, se adquiere amando, y por eso está al alcance de todos.
La santidad no es propiedad exclusiva de los sabios ni de los grandes oradores, por eso hay santos analfabetos y muchas personas sencillas y humildes de corazón.
La santidad no es patrimonio exclusivo de aquellos que abandonan todo para seguir a Jesús en la vida religiosa o sacerdotal, sino de quienes no abandonan a Dios de sus vidas.
La santidad no está reservada a quienes hablan con retórica y elegancia, sino a quienes aman y hablan con el corazón, olvidándose de sí mismos para ayudar al prójimo.
La santidad no tiene nada que ver con el estado de vida, por lo que tenemos santos casados, solteros, viudos y consagrados.
La santidad no tiene restricción de edad, pues hay santos niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos.
La santidad tampoco está condicionada por la posición social; habita en el suburbio y en el centro de la ciudad, en el campo y en la urbe, en la sierra y junto al mar.
La santidad no tiene ideología ni bandos. No perjudica la salud, por lo que puede ser practicada sin riesgos por jóvenes que buscan emociones fuertes, o por quienes esperan el amor en un lecho de hospital.
La santidad no consiste en hacer milagros, ni en entregar el cuerpo a las llamas, ni en hablar la lengua de los ángeles, sino en AMAR.
Santa Magdalena de Nagasaki es un ejemplo inspirador de cómo los pequeños actos pueden tener un profundo impacto en la vida de las personas y en la historia.
Al mirar la vida de nuestra querida Magdalena de Nagasaki, no caigan en la tentación de alejarse al contemplar su admirable y excelsa existencia. Su vida, como la de todos nosotros, se fue construyendo día a día, con pequeños gestos. El martirio de Magdalena fue la culminación de una vida vivida con sencillez, fidelidad y entrega generosa. La fidelidad de hoy, la lucha contra las tentaciones de hoy nos prepara para la victoria de mañana.
Santa Magdalena de Nagasaki es un ejemplo inspirador de cómo los pequeños actos pueden tener un profundo impacto en la vida de las personas y en la historia. Nacida en tiempos de gran adversidad, se destacó por su valentía y dedicación a los demás. En una época de persecución de la fe cristiana en Japón, ella y otros mártires demostraron que incluso los gestos más pequeños de amor y compasión pueden ser faros de esperanza.
Magdalena fue testigo del martirio de sus padres y de los frailes recoletos. Podría haber elegido apostatar o huir para evitar el mismo destino, pero prefirió esconderse en los montes junto a otros hermanos en la fe. En esos montes, Magdalena consoló a los afligidos, fortaleció a los desanimados, catequizó corazones, sirvió como intérprete para los agustinos recoletos, y oraba con la comunidad perseguida, manteniendo viva la llama de la fe. No realizó grandes hazañas ni buscó reconocimiento, pero su corazón, lleno de amor, desbordaba en pequeños actos de bondad. Y esos pequeños actos de amor están al alcance de todos nosotros, que estamos hechos del mismo barro de Magdalena: el barro de la fragilidad, de la pobreza, del miedo, de la duda y del desánimo. Somos barro, pero también capaces de amar, y ahí reside el milagro, pues con ese amor podemos transformar todo. Somos capaces de vivir con pasión y con alegría, de anhelar, soñar y transformar las cosas, de convertir nuestra flaqueza en una fortaleza por ese amor que todo lo transforma. Somos barro, sí, pero podemos ser reflejo del alfarero que hace de cada uno de nosotros una pieza única y magnífica. Somos barro, sí, pero barro enamorado….
La historia de Santa Magdalena nos recuerda que cada pequeño gesto cuenta.
En nuestra vida cotidiana, a menudo nos sentimos abrumados por los grandes problemas que nos rodean; sin embargo, la historia de Santa Magdalena nos recuerda que cada pequeño gesto cuenta. Una sonrisa, una palabra amable, una llamada, una visita al enfermo o anciano, o simplemente estar presente en la vida de quien nos necesita, son acciones que pueden transformar el día de otra persona. Como Magdalena, podemos aspirar a lo grande comenzando por lo pequeño que tenemos a nuestro alcance.
Que al renovar las promesas que un día hicieron, comprendan que el Señor nos llama, en nuestro estado y condición actual, a vivir la santidad de las pequeñas cosas.
¡Feliz fiesta de Santa Magdalena!
CDMX, 16 de octubre de 2024.
Fr. Miguel Ángel Hernández, OAR