Una palabra amiga

La vida religiosa, escuela sinodal

En el marco de la sinodalidad, continuamos reflexionando en comunión con la Iglesia sobre este signo profético, ya que la sinodalidad nos permite enfrentar el individualismo, la autorreferencialidad y el egoísmo, llevándonos hacia una Iglesia con mayor comunión, participación y misión.

La vida religiosa ha sido pionera en estos temas; por ello, me atrevo a decir que es una escuela donde se aprende a vivir en comunidad, participación y misión. Podríamos afirmar que esto es parte del ADN de la vida consagrada. De hecho, la vida religiosa tiene mucho que aportar a la vivencia eclesial de la sinodalidad, pues su propia historia ejemplifica este proceso. Como dice el documento Vita Consecrata: “en realidad, la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia”, y podemos afirmar que la sinodalidad está inmersa en la vida religiosa.

En primer lugar, la sinodalidad, que implica que todos sean escuchados e implicados, nos invita a prestar especial atención a los más necesitados. La vida religiosa, como escuela sinodal, es un espacio para la escucha. Los capítulos, asambleas y encuentros de hermanos son momentos propicios en cada instituto para escucharnos mutuamente. El papa Francisco lo expresa muy bien: “La sinodalidad es el modo de ser Iglesia hoy según la voluntad de Dios en una dinámica de escucha y discernimiento del Espíritu Santo”. La vida religiosa es maestra en este ámbito, tanto en la escucha como en el discernimiento personal y comunitario.

En segundo lugar, Jesús y la Iglesia nos llaman a vivir en comunidad. La vida consagrada no se entiende sin la comunidad; la vida religiosa no es un ente separado de la Iglesia, no es un gueto, sino que está en el corazón del pueblo de Dios. No podemos ni debemos vivir al margen de la Iglesia como pueblo de Dios. No nos salvamos solos; tenemos que caminar juntos, tanto nosotros mismos como con los demás miembros de la Iglesia. Los consagrados no formamos parte de una Iglesia paralela; estamos proféticamente presentes en ella y en el mundo.

“La sinodalidad es el modo de ser Iglesia hoy según la voluntad de Dios en una dinámica de escucha y discernimiento del Espíritu Santo”.

La sinodalidad y la tradición de la Iglesia siempre han predicado que debemos trabajar por la unidad en la diversidad. No podemos buscar uniformidad, ya que esto atenta contra la acción del Espíritu Santo, que se manifiesta en la diversidad. Si deseamos unidad en la diversidad, debemos dejar de lado los nacionalismos y localismos, pues estas actitudes dificultan la apertura, el diálogo y la escucha, elementos fundamentales del proceso sinodal. La vida religiosa debe ser instrumento de comunión y de unidad. Siempre ha sido maestra en la comunión y debe implicarse valientemente en denunciar a quienes atentan contra la unidad de la Iglesia. Nunca debemos ser instrumentos de división, porque eso no sería coherente con la vida religiosa. Sigamos propagando los valores del Reino que siempre nos han identificado como forma de vida cristiana: una comunidad más acogedora, fraterna, alegre, humana y sensible a las necesidades de los más vulnerables.

En tercer lugar, podemos decir que este proceso sinodal es una voz profética de la Iglesia en respuesta a una sociedad que promueve el individualismo y el egoísmo. Si la vida religiosa siempre se ha caracterizado por su dimensión profética, hoy más que nunca debemos reforzar esta dimensión, ayudando a la Iglesia en este proceso sinodal. Aunque algunos sostienen que vivimos en una época sin profetas, es precisamente ahora cuando los religiosos debemos asumir nuestro rol profético y comprometernos plenamente con este proceso sinodal. No será fácil, pero confiemos en Dios para llevarlo a buen término.

La comunidad cristiana mira también con atención y gratitud las experimentadas prácticas de vida sinodal y de discernimiento en común que las comunidades de vida consagrada han madurado durante siglos.

En cuarto lugar, la sinodalidad nos llama a la corresponsabilidad. En este punto, los religiosos tenemos la tarea pendiente de promover más activamente la corresponsabilidad, aunque desde hace tiempo se habla de la misión compartida con los laicos. Existe en la vida consagrada el deseo de una mayor colaboración y asociación con los laicos, para incluirlos en más funciones dentro de nuestros institutos.

Quiero concluir citando el informe de síntesis de la Asamblea de los Obispos del año pasado sobre la vida religiosa, que corrobora lo que hemos estado reflexionando: “La vida consagrada, más de una vez, ha sido la primera en intuir los cambios de la historia y acoger las llamadas del Espíritu: también hoy la Iglesia necesita su profecía. La comunidad cristiana mira también con atención y gratitud las experimentadas prácticas de vida sinodal y de discernimiento en común que las comunidades de vida consagrada han madurado durante siglos. También de ellas podemos aprender la sabiduría de caminar juntos”.

Fr. Wimer Moyetones, OAR

X