Una palabra amiga

Santa María, Madre de Dios: un inicio del año bajo el amparo de la fe y la esperanza

Cada 1 de enero, la Iglesia Católica celebra la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, una de las festividades más significativas dedicadas a la Virgen María. Esta fecha destaca el papel único de María como Madre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Fue en el Concilio de Éfeso, en el año 431, cuando se proclamó oficialmente su título de Theotokos, que significa IB. Este reconocimiento subraya su papel central en el misterio de la Encarnación.

La celebración del 1 de enero no solo honra a María, sino que también invita a reflexionar sobre la encarnación de Cristo, el inicio de nuestra redención. Además, al coincidir con el comienzo del año civil, se asocia con la Jornada Mundial de la Paz, instituida por el Papa Pablo VI en 1968. Durante esta solemnidad, los fieles piden la intercesión de María como Reina de la Paz, y meditan sobre la necesidad de construir un mundo más justo y solidario.

San Agustín y la maternidad divina de María

Aunque san Agustín de Hipona murió en el año 430, un año antes del Concilio de Éfeso, su pensamiento teológico ejerció una influencia profunda en las deliberaciones del concilio, especialmente en la definición del título de Theotokos aplicado a la Virgen María.

Para san Agustín, la maternidad de María no se limita a un aspecto biológico, sino que tiene una dimensión teológica crucial. En su obra De Natura et Gratia, escribió:

“De María nació el Hijo, quien es igual al Padre según la divinidad, pero menor que el Padre según la humanidad” (De Natura et Gratia, cap. 36).

Con esta afirmación, san Agustín reafirma el dogma de la Encarnación: Jesucristo es una única persona con dos naturalezas, divina y humana, unidas de manera inseparable. Este dogma, defendido durante el Concilio de Éfeso, se opuso firmemente a las herejías que intentaban dividir o confundir estas dos naturalezas.

María, modelo de fe y humildad

Para san Agustín, la verdadera grandeza de María no radica solo en su papel como madre de Jesús, sino en su fe y obediencia a la voluntad de Dios. En uno de sus sermones afirmó:

“María fue más bienaventurada al aceptar la fe de Cristo que al concebir la carne de Cristo” (Sermo 72A, 7).

Con esta reflexión, el obispo de Hipona subraya que el “fiat” de María, su “Hágase en mí según tu palabra”, fue un acto de confianza absoluta que la convirtió en un modelo perfecto de fe. Para Agustín, María es un ejemplo de humildad y entrega total a los planes divinos.

El misterio de la Encarnación y la paradoja divina

En otra de sus obras, Enarrationes in Psalmos, san Agustín reflexiona sobre el misterio de la Encarnación con una expresión que captura la paradoja divina:

“El Creador de María nació de María; el Hijo de María es al mismo tiempo el Hijo de Dios y el Creador de María” (Enarrationes in Psalmos, 86, 5).

Con estas palabras, san Agustín destaca la grandeza de María como madre del Hijo eterno de Dios, y la infinita humildad de Cristo, quien, siendo Dios, asumió nuestra naturaleza humana. Este misterio es el corazón de la fe cristiana y confirma el papel único de María en la historia de la salvación.

La maternidad divina en la obra redentora

San Agustín también vinculó la maternidad divina de María con el plan de redención. En De Trinitate, escribió:

“La Virgen dio a luz a aquel que es nuestra salvación, nuestra vida y nuestra redención” (De Trinitate, IV, 13).

En esta visión, María no solo es la madre biológica de Cristo, sino un instrumento esencial en la obra redentora de Dios. Su obediencia contrasta con la desobediencia de Eva, por lo que la tradición cristiana la ha reconocido como la “Nueva Eva”, cuya fe y humildad repararon el daño del pecado original.

Legado y contribución al Concilio de Éfeso

Los escritos de san Agustín fueron una referencia clave para los obispos que participaron en el Concilio de Éfeso, especialmente para quienes defendían el título de Theotokos frente a las doctrinas de Nestorio. Entre estos defensores destacó san Cirilo de Alejandría, quien compartía la visión agustiniana sobre la unidad de las dos naturalezas de Cristo y el papel esencial de María en la economía de la salvación.

La solemnidad de Santa María, Madre de Dios, nos invita a contemplar la profundidad del misterio de la Encarnación y a redescubrir el papel único de María en la historia de la fe. Su ejemplo de fe, humildad y amor nos inspira a confiar en los planes divinos, al tiempo que pedimos su intercesión para alcanzar la paz y la reconciliación en nuestro mundo.

Fr. Antonio Carrón de la Torre, OAR

La imagen inicial que acompaña este texto pertenece al cuadro La Virgen y el Niño, de Bartolomé Esteban Murillo.
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