La Navidad es también la historia de un viaje, una misión, unos magos puestos en marcha. Una Iglesia en salida, que sigue a la luz y adora a la Verdad.
El relato de la escena en que los magos —la tradición los ha elevado a reyes— se postran para adorar al Niño Jesús es un acontecimiento bíblico fundamental. Sin duda, nos reconcilia con la idea de estar de viaje y con el camino emprendido por tantos que abandonaron su hogar en busca de una vida mejor. No es tanto que los tres magos visibilicen el fenómeno de la inmigración, sino que, con su tránsito, revelan que el viaje físico va acompañado de un viaje interior.
Porque todo viaje tiene un principio, una motivación. En el caso de los magos, avistan una estrella. En el pasaje bíblico narrado en Mateo 2, 1-12, es precisamente el descubrimiento de la estrella lo que les indica que Jesús ha nacido en Belén de Judá. Y por ello emprenden su camino. A lo largo del relato apreciamos que la estrella va delante de ellos, hasta detenerse justo en el lugar donde se encuentra el Niño Dios.
Esa estrella se convierte en fuente de luz, en el resplandor de la fe, para empujar y guiar el camino de esos tres buscadores, que lo habían dejado todo al descubrir la luz. Los comentarios sobre este texto nos revelan que los magos probablemente fueran astrónomos, de manera que su saber concreto les permitió descubrir un brillo especial en aquella estrella. Dejaron su hogar y se pusieron en marcha, porque entendieron que lo que habían descubierto merecía dejar todo atrás.
Por ello, el pasaje de los magos es la historia de una vocación. Como en el Antiguo Testamento sucedió con Abrahán, la voz del Señor actúa como una luz que impulsa a salir de tu tierra, de tu zona de confort, para activarte en la búsqueda y la construcción del Reino. Los tres magos son el ejemplo perfecto de peregrinos a quienes ninguna fuerza ni obstáculo les impide completar su misión. Son imagen, hoy, de la ciencia orientada hacia la fe.
Porque el objetivo final de nuestros tres magos es adorar a Dios. Para ello han abandonado sus ocupaciones. Por eso, cuando la estrella se detiene sobre el portal, su viaje adquiere todo su sentido. Entonces tiene lugar la escena culminante, grandiosamente retratada por los maestros de la pintura: esos magos arrodillados, postrados en adoración ante el Niño Dios. Y en ese momento, el pasaje revela que sintieron un gran gozo.
Y es que la alegría verdadera es incontenible. No existe un virus más contagioso que el del verdadero gozo, que se transmite a quienes tienes cerca. Jesús es la auténtica razón de la alegría y la felicidad del ser humano. Ante su majestad, toda rodilla se dobla. Y así acontece con la ciencia y el poder, que se inclinan en reconocimiento de su potestad ante la Verdad, una verdad en pañales que denota el tremendo significado de un Niño indefenso.
Cuando uno experimenta esa alegría transformadora, siente el deseo irrefrenable de entregarse plenamente a esa fuente del gozo. Por ello, los magos pasaron a la historia ofreciendo oro, incienso y mirra, que resumen, de algún modo, todos los regalos del mundo. Porque, aunque el mejor regalo para Jesús es dejarle habitar en nuestro corazón, los cofres de los magos portaban el valor, el sacrificio y la propia vida, que así entregados, representan a la humanidad misma.
Resulta muy curioso el diálogo de los magos con el rey Herodes. Sabemos que él no tenía el menor deseo de adorar al Niño, pero sentía miedo, temía que el rey de los judíos le arrebatara su corona. Esta enseñanza es clave en la historia. Quien a Dios tiene, nada teme, porque Dios lo es todo. Pero Herodes era pequeño y se sentía frágil.
“Y regresaron a su tierra por otro camino”. Estas palabras son el colofón al relato bíblico, tantas veces releído e interpretado. En el texto se nos advierte que habían sido alertados en sueños para que no regresaran a Herodes. Los magos, prudentes, hicieron caso omiso a las indicaciones del rey y, en efecto, volvieron por otro camino. Porque eso es lo que sucede cuando vivimos una experiencia que nos cambia la vida. Ya no es posible regresar del mismo modo. Hay que descender del Monte Tabor, sí, pero la bajada, la vuelta, es distinta al camino de ida.
¿Qué nos revelan Baltasar, Gaspar y Melchor a los hombres y mujeres del siglo XXI, en la era de la información y el multiverso, en los años de la inteligencia artificial? Pues bien, la tradición de los magos nos reconcilia con la desnudez de la vida auténtica, de ese viaje repleto de obstáculos que es la vida, entregada hasta el extremo. ¿Cuál es hoy el regalo que tengo para ofrecer al Niño?