En un mundo que parece tambalearse bajo el peso de la incertidumbre, la esperanza se convierte en un pilar fundamental para la existencia humana. Este Año Jubilar que acabamos de iniciar nos brinda una buena oportunidad para reflexionar sobre esta virtud, alentándonos a convertirnos en peregrinos y portadores de esperanza. Tres papas recientes, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, han explorado esta temática desde enfoques que se complementan entre sí, ofreciendo una guía enriquecedora.
San Juan Pablo II: la esperanza como un compromiso radical
El Papa san Juan Pablo II, conocido por su carisma y su papel crucial en la caída del comunismo en Europa del Este, veía la esperanza como una expresión de la dignidad humana. Durante sus muchos viajes por el mundo, predicó incansablemente sobre la importancia de mantener viva la esperanza, incluso en medio de circunstancias opresivas. Enseñó que la esperanza cristiana no es una espera pasiva de mejores tiempos, sino una actitud activa de confianza en Dios y de compromiso con el prójimo. Para él, la esperanza implicaba acción: la lucha por la justicia, la solidaridad con los más pobres y la defensa de los derechos humanos eran expresiones tangibles de la esperanza cristiana (Homilía en Gdansk, 12 de junio de 1987). La clave estaba en no dejarse vencer por el miedo ni el odio, sino responder con amor y compromiso.
En su encíclica Redemptoris Mater, se refiere, además, a la Virgen María como un modelo de esperanza activa, alguien que no sólo espera pasivamente, sino que responde con valentía al llamado de Dios (Redemptoris Mater, 46).
Benedicto XVI: la esperanza, una relación personal con Dios
Para el Papa Benedicto XVI, la esperanza tiene una dimensión profundamente teológica y personal. En su encíclica Spe Salvi, Benedicto subraya que la esperanza cristiana es mucho más que un simple optimismo humano; es una confianza radical en la promesa de Dios, una certeza en el sentido último de la vida que se encuentra en la relación con Cristo (Spe Salvi, 2). Benedicto hace énfasis en que la esperanza es un don que se cultiva a través de la oración y de la cercanía con el Evangelio. Benedicto lo describe como un proceso de crecimiento espiritual que se alimenta con la oración y la meditación de las Escrituras (Spe Salvi, 32).
Benedicto XVI nos recuerda, además, que la esperanza auténtica no se limita a buscar soluciones rápidas o éxitos inmediatos; más bien, es una actitud que apunta a la eternidad. La esperanza nos abre a la perspectiva del cielo, nos da la fuerza para sobrellevar el sufrimiento presente y nos permite ver más allá del dolor. Es una esperanza que, al centrarse en Dios, no puede ser destruida por las circunstancias terrenales.
Su reflexión sobre los mártires también es significativa: para Benedicto, los mártires son testigos de una esperanza que no se rinde, que ve en la cruz no una derrota, sino un puente hacia la vida eterna (Spe Salvi, 37). Es en la experiencia del dolor, dice Benedicto, donde se puede encontrar la esperanza más profunda, la que trasciende este mundo.
Francisco: la esperanza en la fraternidad y la solidaridad
El Papa Francisco, con su estilo pastoral y su enfoque en las periferias, nos presenta una visión de la esperanza que está íntimamente ligada a la fraternidad y la solidaridad. En sus encíclicas Fratelli Tutti y Laudato Si’, Francisco llama a una esperanza que se construye colectivamente, una que desafía la cultura del descarte y propone una humanidad reconciliada y en armonía con la creación (Fratelli Tutti, 66; Laudato Si’, 13).
Para Francisco, la esperanza cristiana no puede desvincularse de la acción concreta hacia los demás, especialmente hacia los más vulnerables. Habla de una «esperanza social» que encuentra sentido en el trabajo conjunto para construir un mundo mejor, en el cuidado del medio ambiente y en la creación de una sociedad más justa. Francisco menciona que esta esperanza nos impulsa a trabajar por la justicia y la paz, y se nutre del sentido comunitario (Fratelli Tutti, 116). Su esperanza es audaz y desafiante: no se contenta con el consuelo individual, sino que busca transformar las estructuras que generan sufrimiento.
En sus homilías y discursos, Francisco frecuentemente utiliza la metáfora de la «esperanza como un faro» que guía a aquellos que se sienten perdidos. Para él, la esperanza debe encenderse mutuamente, siendo un testimonio vivo de la presencia de Dios entre nosotros. No es un acto solitario, sino un compromiso colectivo de cuidarnos unos a otros y de cuidar la casa común, la tierra.
Un encuentro de tres miradas: la esperanza como camino compartido
Aunque cada uno de estos tres papas ofrece una perspectiva única sobre la esperanza, hay un hilo conductor que los une: la certeza de que la esperanza cristiana es una fuerza transformadora, anclada en la fe en Dios y en el amor hacia el prójimo. Juan Pablo II nos habla de la esperanza que nos impulsa a la acción y al coraje; Benedicto XVI, de la esperanza como una relación íntima y confiada con Dios; y Francisco, de la esperanza que se manifiesta en el cuidado mutuo y en la justicia social.
Estas enseñanzas son especialmente relevantes hoy en día, cuando tantas personas se sienten desalentadas frente a los desafíos globales como las crisis económicas, el cambio climático y los conflictos bélicos. La esperanza que nos proponen estos papas no es ingenua ni desconectada de la realidad; es una esperanza que sabe del dolor, que ha visto la oscuridad, pero que se atreve a creer en la luz. Es una esperanza que nos llama a actuar, a confiar y a amar, incluso cuando el mundo parece sumido en el caos.
En palabras de Francisco, «no dejemos que nos roben la esperanza». Esta frase resume el compromiso de los tres papas: proteger y cultivar la esperanza como un tesoro invaluable, como un faro que ilumina el camino de la humanidad hacia un futuro de paz, justicia y amor. Siguiendo sus enseñanzas, estamos llamados a ser portadores de esperanza en un mundo que tanto lo necesita, recordando siempre que la verdadera esperanza no es un simple deseo, sino una certeza en el amor de Dios y en nuestra capacidad de construir un mundo mejor juntos.
Antonio Carrón de la Torre, OAR