Una palabra amiga

Las Bodas de Caná: el primer signo de la Gloria de Cristo

El evangelio de este día concluye con una frase que merece nuestra atención. Es el comentario que el evangelista hace en torno al milagro que acaba de narrar:

Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él.

Se podría traducir también que Jesús estableció este principio de sus señales milagrosas en Caná de Galilea; no solo fue la primera, sino que de ella surgieron todas las demás. En el evangelio según San Juan, quien es el único que narra este milagro, la transformación del agua en vino tiene una importancia tan grande que suscitó la fe de sus discípulos, casi como un adelanto de la resurrección. Así mostró su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

Este milagro, junto con la visita de los magos al Niño Dios en Belén y el bautismo de Jesús, son los tres acontecimientos que las Iglesias cristianas de Oriente celebran juntos, pues en ellos se dio a conocer a Jesús como Dios hecho hombre y Salvador de la humanidad. Es necesario, pues, encontrar en la narración de este milagro los indicios que nos permitan comprender su significado y su trascendencia para los discípulos de Jesús y para el evangelista que lo relata.

El evangelista San Juan insinúa siempre a lo largo de su evangelio que las palabras y acciones de Jesús tienen un sentido más profundo que lo aparente. En este relato, llama poderosamente la atención la respuesta de Jesús a su madre. Cuando María, que estaba invitada junto a su Hijo a la boda, le señala que ya no tienen vino, Jesús responde:

Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora.

La “hora” de Jesús es la de su muerte en la cruz, su entrega por la humanidad y su ofrenda suprema a Dios. Este evangelio apenas comienza, pero ¿por qué el comentario de María sobre la falta de vino lleva a Jesús a pensar que ella le está pidiendo morir en la cruz? Si nos quedamos en el plano literal, la respuesta de Jesús parece desproporcionada. Sin embargo, si la observación de María tiene un significado más profundo, debemos preguntarnos qué entendió Jesús en sus palabras para protestar que su hora no había llegado.

Otra observación importante es que, en este relato, nunca aparece la novia. Los protagonistas son Jesús, su madre, los discípulos que le acompañan y los sirvientes que obedecen su orden de llenar seis tinajas de agua destinadas a las purificaciones judías. No se narra el momento exacto en que el agua se convierte en vino. Solo se menciona que, al llevar el agua al encargado de la fiesta, este se admira de la calidad del vino y alaba al novio, quien no ha tenido nada que ver en el acontecimiento.

El evangelista parece sugerir que el verdadero novio es Jesús, quien ha venido a celebrar sus bodas con la Iglesia. La protesta de Jesús de que aún no ha llegado su hora cobra sentido si entendemos este milagro como un anticipo de su entrega por la humanidad, simbolizada en el vino, imagen de su sangre derramada para el perdón de los pecados.

El profeta Isaías proclama:

Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor; como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo.

Este lenguaje nupcial describe la salvación como un acto de amor profundo de Dios hacia la humanidad. El Nuevo Testamento continúa esta tradición: Jesús es el novio que se desposa con su Iglesia, y el reino de los cielos se compara con un banquete de bodas.

El vino nuevo que ofrece Jesús simboliza su sacrificio en la cruz, mientras que el agua de las purificaciones judías, destinada al régimen antiguo, cede su lugar al vino de la salvación. Así manifestó Jesús su gloria, pues la gloria de Dios es la salvación de la humanidad.

Nosotros participamos de estas bodas y de esta gloria si ponemos nuestra fe en Jesús. Como dice la aclamación antes del evangelio:

Dios nos ha llamado por medio del evangelio para participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Dejémonos llenar de la gloria de Dios y participemos desde ahora en las bodas del Cordero, recordando que, al término de las fiestas de Navidad, celebramos que Dios se ha unido a nuestra humanidad en la encarnación de su Hijo.

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