Una palabra amiga

Volver al Padre: el camino de la reconciliación

La parábola que escuchamos este IV Domingo de Cuaresma es una de las mejores de Jesús. Se puede interpretar desde la perspectiva de cada uno de los tres personajes principales. Tradicionalmente se la conoce como la parábola “del hijo pródigo o hijo derrochador”, pero puede llamarse también la parábola “del padre misericordioso” o incluso la parábola “del hermano envidioso”. Desde todas las perspectivas podemos sacar una enseñanza.

De hecho, Jesús cuenta la parábola para responder a unos escribas y fariseos que murmuraban contra Él porque recibía a pecadores y comía con ellos. Es decir, Jesús cuenta la parábola desde la perspectiva del hermano envidioso, pues la propone para censurar la conducta de esos escribas y fariseos que criticaban a Jesús como, en la parábola, el hermano envidioso a su padre. La parábola nos explica cómo es Dios y cómo nos colocamos ante Él.

El hermano envidioso: esclavo en casa del padre

Los escribas y fariseos, que critican a Jesús porque acoge y se acerca a los pecadores para invitarlos a la conversión, actuaban como el hermano envidioso e hijo ingrato que critica a su padre porque acoge a su hermano derrochador que ha recapacitado y vuelve a su casa arrepentido y humilde. El hermano envidioso representa a todos aquellos que viven su relación con Dios como un régimen de esclavitud y no como un régimen de libertad. “Te obedezco porque eres poderoso y temo tu castigo”.

El hermano envidioso, que se quedó en casa y que nunca desobedeció ni una sola orden del padre, reclama al final que su padre nunca le dio ni un cabrito para hacer fiesta con sus amigos. El padre se sorprende de que el hijo envidioso viviera como invitado en su propia casa y que nunca se sintiera libre para disfrutar de los bienes familiares. Por eso el padre replica con asombro:

“Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”.

El hijo envidioso en verdad nunca se sintió hijo, se sintió esclavo, mozo de su propio padre, ignorando por completo que esa no era la actitud del padre hacia él.

Preguntémonos: ¿Dios es para nosotros padre o patrón? ¿Es Dios para nosotros el soberano poderoso que solo sabe exigir, o lo conocemos como uno cuyo poder es misericordia y cuyo juicio es clemente? ¿Es Dios para nosotros creador de gratuidad o casero cobrador? ¿Sabemos alegrarnos con Dios o preferimos vivir lejos de Él?

El hijo derrochador: la libertad mal entendida

El hijo derrochador nos plantea otras preguntas. Abusa y se aprovecha de la bondad de su padre. Le pide la herencia antes de que el padre se la ofrezca o antes de que el padre muera. Es como si le dijera:

“Mira, ya estás muy viejo, tardas mucho en morirte, yo necesito la parte de mi herencia ahora, dámela ya”.

Ese hijo, al principio, tampoco necesitaba de su padre, sino del dinero de su padre. El hijo recibe la herencia, se va de la casa y derrocha lo que recibió en gustos y caprichos, en lujos y una vida frívola y superficial. El hijo derrochador representa a quienes Dios realmente estorba, y solo es útil cuando nos puede traer algún beneficio temporal. Entiende la libertad como libertinaje.

Pero el dinero, como todos los bienes materiales, se acaba. Al hijo derrochador también. Y conoció la indigencia y el sinsentido de la vida. Tuvo que comenzar a trabajar. Y lo que encontró fue de lo más humillante: cuidar cerdos, en circunstancias que le hacían pensar que los cerdos vivían mejor que él, pues tenían comida buena y segura, de la que no gozaba él.

Y en la profundidad de su abyección tuvo un pensamiento luminoso: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me estoy muriendo de hambre!”. Después de todo, la vida en casa de ese padre, del que huyó buscando una imaginaria libertad y un deseado desenfreno, resultaba ahora apetecible. Los trabajadores de esa casa vivían mejor que él ahora.

Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”.

El recuerdo de su padre y del modo como trataba a sus obreros abre para el joven la puerta de regreso. Porque así es Dios con nosotros. No es nuestro arrepentimiento el que suscita en Dios la voluntad de perdonar; al contrario, es su misericordia y su perdón ofrecido de antemano los que alumbran en nosotros la voluntad de arrepentirnos para volver a Él.

El hijo derrochador cumple su propósito. Al llegar, no solo su padre no le deja terminar el discurso que había preparado ni lo recibe como a un trabajador, sino que lo honra como hijo que andaba perdido y ha vuelto a ser encontrado. Así es también Dios con nosotros.

El padre: icono de la misericordia divina

¿Y qué decimos del padre del cuento, que representa a Dios? En primer lugar, no parece sentirse ofendido porque el hijo menor le pida la herencia antes de tiempo. Les reparte la herencia a los dos —esto se debe subrayar—: uno pide la herencia, pero los dos hijos la reciben, y cada uno a su modo la malgastó.

¿Qué es esa herencia? En la vida real, es el don de Dios: nuestra libertad, nuestra dignidad, nuestra capacidad de configurar nuestra vida, aun equivocándonos. Podemos utilizar nuestra libertad para el desenfreno, como el hijo pródigo, o podemos temer usarla y convertirnos en esclavos, como hizo el hijo envidioso.

De los dos hijos, quien aprendió a utilizar su libertad fue el pródigo, a través del sufrimiento y del dolor, de las experiencias que golpearon su vida. Hasta que aprendió a tomar la decisión correcta. En términos de la propuesta de vida de Jesús: hasta que aprendió que la vida plena se vive junto al Padre Dios.

El padre de la parábola nunca olvidó a su hijo. Me imagino que todos los días se asomaba a la ventana de su casa para ver si venía, pues el cuento dice que enseguida lo divisó a la distancia cuando se acercaba a su casa. Así es Dios, que siempre está a la espera del hijo que quiera regresar a Él para salir a recibirlo.

El padre del cuento también sale al encuentro del hijo envidioso que no quiere entrar en la casa, donde hay fiesta por el hijo que ha regresado. Porque Dios tampoco rechaza a los que protestan contra Él porque sea misericordioso y bueno, sino que los invita a cambiar de actitud y a aprender a perdonar y a alegrarse con quienes se convierten.

Reconciliados con Dios

Muchas más cosas se pueden decir sobre esta parábola. San Pablo nos ofrece un resumen de la enseñanza principal del cuento:

“En Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres. Y a nosotros —es Pablo el que habla— nos confió el mensaje de reconciliación. Por nuestro medio, es Dios mismo el que los exhorta a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios”.

Si están alejados, Él los espera.

Si se sienten esclavos, Él los libera.

En su casa hay gracia y perdón para todo el que reconozca su indigencia y deponga su altanería y autosuficiencia.

 

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

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