Una profesora de nuestro Colegio Agustiniano San Martín de Porres me comentaba que había preparado un viacrucis con material específico para profesores y me preguntaba si yo veía buena esa idea que serviría para cerrar la cuaresma con el equipo docente y administrativo. Por supuesto que me parece excelente, dije yo. A lo que acotó: “Pero está hecho con inteligencia artificial”. Efectivamente, el plantel educativo goza de amplia instrucción y práctica sobre el uso de Chat gpt en el desempeño docente. Yo hojeé los tres folios del moderno viacrucis educacional y lo vi… correcto, exactamente correcto. Pero me quedé pensando… ¿Podré yo rezar vivamente este viacrucis, o más bien, me resbalarán esas palabras como voces inertes? ¿Qué hombre, qué mujer ha escrito esas plegarias, quién ha sentido previamente esas ideas? ¿En qué cobijo humano se han engendrado? ¿Proceden de un corazón o de la Nube?
Pero, por otra parte, hay que reconocer que los mensajes parecen exactos, la información es verídica. Y, además, todos sabemos de canciones, programas, tesis doctorales perfectamente diseñadas por la IA. Internet explica la primera misa de 45 minutos creada por IA y oficiada por avatares. La IA está explorando lo sobrenatural. Ante este dilema ya no me pregunto qué hacer, sino qué sentir. Un viacrucis o una oración me hacen palpitar con devoción religiosa. Pero ¿podré sentir emoción ante un viacrucis cuando sé que ha sido elaborado por una máquina obedeciendo a los algoritmos 0-1? ¿Puede estremecerse mi alma al repetir unas palabras compactadas por una máquina informática?
El razonamiento, el pensamiento, la comunicación, la oración y todo lo referido a la inteligencia humana se mueve en una experiencia afectiva. Antes de que el pensamiento humano se dirija hacia algo, hay una disposición anímica, como una fuerza de gravedad que es la que proporciona la capacidad de reunir conceptos y palabras con sentido humano. Sin esta fuerza gravitatoria del sentimiento se carece de un marco organizador y las palabras rebotan y se dispersan vacías, asépticas. En concreto, es el marco afectivo espiritual del hombre el que hace que el razonar, el pensar, el investigar sean humanos. Decían los clásicos que el pathos, la urdimbre afectiva, es el comienzo del pensamiento. Por el contrario, la IA carece de pathos, no tiene pasión. Sólo calcula. Carece de una matriz emocional que le permita parir un relato humano, tocar el corazón, llegar a la fibra sensible.
El novelista, el poeta y el orante lanzan su pensamiento hacia el futuro porque vislumbran un horizonte. El razonamiento humano es proyecto y por eso no está cerrado en el big-data, no es meramente aditivo o sumatorio de información previa, sino que crea un relato de aventura y riesgo, lanza una flecha de grito y esperanza hacia el futuro. Este camino racional humano está lleno de afecto, de esperanza, y por tanto también de sufrimiento y de vida. Un “pensamiento” artificial carece de sufrimiento y de dolor. No es acunado por la mayéutica. No ha nacido de una angustia vital como la que expresa Hamlet ante su propia indecisión, ni ha nacido en el anhelo frayluisiano de una sabiduría escondida. Todo esto se da sólo en el corazón, en el centro humano de relaciones intelectuales y afectivas. La inteligencia artificial no tiene corazón, sólo abunda en información, en datos. Sin este saber del corazón, ¿cómo podrá hacerme palpitar un viacrucis escrito por un algoritmo? La inteligencia humana produce novelas, poemas, dramas, mitos, oraciones y un emotivo salterio bíblico, todos ellos elementos que contienen la fuerza de una creación con propósito, una historia con transcendencia, un drama vital. ¿Y por qué? Porque han surgido del profundo de una persona, han sido engendradas y pasadas por el tamiz del intelecto del hombre. Han nacido del apasionamiento creativo de una persona y por eso pueden apasionarnos. Pero, no veo cómo “empatizar” con un producto sin “pathos”, sin pasión, que me entrega el Chat gtp en la bandeja de mi impresora.
Queda explicado lo del viacrucis y lo de la inteligencia artificial. ¿Y qué decir de “la carne de gallina”? Veamos: Antes de que el pensamiento penetre y fotografíe la realidad, ésta ya ha tocado al hombre pensante y le ha mordido en su mente y en su alma. La inteligencia queda estremecida al colocarse ante la realidad. “La primera afectación del pensamiento es la carne de gallina”, dice Byun-Chul Han, y la IA no puede pensar porque ni se le pone la carne de gallina ni puede conmover al receptor erizando sus fibras íntimas.
La idea, la plegaria, la belleza y la salmodia sólo brotan de un corazón individual de carne. Después de muchas décadas, aún recuerdo la emoción que sentía al leer “Oraciones para rezar por la calle”, de Michel Quoist, en mi adolescencia.
Sigo cuestionándome si el viacrucis programado para el equipo docente me pondrá o no la carne de gallina.