Mons. Mario Alberto Molina, O.A.R., arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán, nos ofrece esta profunda reflexión para el IV Domingo de Pascua. En la figura del Buen Pastor descubrimos a Cristo que nos llama por nuestro nombre, que guía a su Iglesia a través de los ministros ordenados y que salva con un mensaje que no es cultural, sino universal.
El Buen Pastor: Cristo guía a su Iglesia con voz reconocible
Hoy es el IV Domingo de Pascua, llamado “Domingo del Buen Pastor”, porque siempre se proclama un pasaje del capítulo 10 del evangelio según san Juan. En él, Jesús se presenta como el pastor bueno y ejemplar de las ovejas que el Padre ha puesto bajo su cuidado.
Nos hacemos parte de ese rebaño cuando aceptamos la fe como criterio de vida y recibimos los sacramentos: bautismo, confirmación y eucaristía. Como enseña Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz… yo las conozco y ellas me siguen”. Él nos guía hacia la vida eterna por caminos de santidad.
Jornada de oración por las vocaciones sacerdotales
Hoy también es la jornada mundial de oración por las vocaciones. Jesucristo, el Buen Pastor, ejerce su ministerio hoy a través de ministros consagrados mediante el sacramento del orden: obispos, presbíteros y diáconos.
Siempre hay escasez de vocaciones, por eso oramos para que el Señor despierte en muchos jóvenes el deseo de entregar su vida al servicio del Evangelio. La sucesión apostólica —los obispos en comunión con el papa— garantiza la continuidad auténtica de la Iglesia. Celebramos con alegría la elección del nuevo papa, León XIV (Robert Francis Prevost), y pedimos que en él se refleje el pastoreo de Cristo.
El Cordero es también Pastor: visión de gloria en el Apocalipsis
La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, nos ofrece una imagen consoladora: una multitud incontable ante el trono de Dios y del Cordero. Ese Cordero, que fue inmolado, es también el Pastor que guía hacia las fuentes de agua viva.
Los santos “han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero”, es decir, han sido purificados por la muerte redentora de Cristo. Esta imagen expresa tanto la abundancia del don de Dios como la eficacia transformadora de su gracia.
Una salvación abundante y para todos
La visión de una muchedumbre inmensa nos habla del alcance generoso de la salvación. Dios no escoge solo a unos pocos: su don es abundante, su gracia poderosa y su amor capaz de alcanzar a todos los que responden con fe.
Además, esa multitud es universal: de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. Esto reafirma el carácter católico del Evangelio: es un mensaje que no pertenece a una sola cultura ni nación, sino que responde a preguntas universales del corazón humano.
¿Por qué anunciar el Evangelio a todos?
Hay quien piensa que el cristianismo es solo una religión más, un fenómeno cultural como cualquier otro, y que no tiene derecho a extenderse entre otros pueblos. Pero el Evangelio no es una construcción cultural: es la revelación personal de Dios encarnado que ofrece una respuesta verdadera a las grandes preguntas del ser humano.
El sentido de la vida ante la muerte
Una de esas preguntas es: ¿para qué vivir si vamos a morir? La muerte proyecta una sombra de angustia sobre la existencia. Pero Cristo resucitado ha vencido la muerte y ofrece esa victoria a quienes creen en Él. En Cristo, el final no es tiniebla sino plenitud de luz.
¿Se puede volver a empezar?
Otra gran cuestión humana es: ¿podemos recomenzar tras haber fallado? Todos tomamos decisiones erradas, a veces destructivas. El amor de Dios manifestado en la cruz responde con perdón, fuerza interior y luz moral para reorientar nuestra vida.
El Evangelio: buena noticia para toda la humanidad
Por eso el Evangelio debe anunciarse a todos los pueblos. No es imposición cultural, sino oferta de vida, libertad y plenitud. Es la buena noticia que salva, sana, perdona y guía. Es universal porque responde a lo más profundo del corazón humano.