Actualidad | Una palabra amiga

La Ascensión: Cristo glorificado y nuestra esperanza de gloria

Mons. Mario Alberto Molina, O.A.R., arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán, nos conduce en esta Solemnidad de la Ascensión del Señor a comprender que la subida de Cristo al cielo no es una despedida, sino la apertura de un camino seguro para nuestra propia glorificación en Dios.

Cristo asciende al cielo: el cumplimiento del tiempo pascual

San Lucas es el único evangelista que narra directamente la Ascensión de Jesús, tanto en su evangelio como en los Hechos de los Apóstoles. Han pasado cuarenta días desde la resurrección, un número simbólico: no señala una cantidad exacta, sino el tiempo necesario para consolidar la fe de los discípulos y prepararlos para la misión.

Durante ese tiempo, Cristo, con la colaboración del Espíritu Santo, instruyó a sus apóstoles. Antes de la efusión plena del Espíritu en Pentecostés, Jesús los exhorta a permanecer en Jerusalén para recibir la promesa del Padre: el bautismo en el Espíritu Santo, que los fortalecerá para el testimonio universal.

La Ascensión: glorificación de la humanidad de Cristo

La Ascensión complementa la resurrección. Si en la resurrección Cristo vence a la muerte, en la Ascensión su humanidad es elevada a la gloria de Dios. Como enseña san Pablo, Cristo “se despojó” al hacerse hombre y ahora es “exaltado” con el nombre que está sobre todo nombre.

Celebramos que el Hijo de Dios encarnado recupera la gloria que le correspondía desde la eternidad, abriéndonos a todos el acceso al cielo. El misterio pascual no solo es victoria sobre la muerte, sino entrada definitiva de la humanidad redimida en la gloria divina.

Cristo, sumo sacerdote que intercede por nosotros

La carta a los Hebreos explica este misterio con imágenes del culto del templo de Jerusalén:

  • El templo terrenal tenía espacios limitados donde solo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año para pedir perdón por los pecados del pueblo.

  • Cristo, en cambio, entra en el santuario del cielo, no con sangre de animales, sino con su propia sangre derramada en la cruz.

Su sacrificio es perfecto, definitivo y universal. Cristo intercede permanentemente por nosotros en la presencia de Dios. Él es el sumo sacerdote eterno que ha destruido el pecado y nos ha abierto un camino nuevo y viviente a través de su cuerpo entregado.

Nuestra esperanza: resucitar y entrar en la gloria

El autor de la carta a los Hebreos nos recuerda que Cristo se manifestará nuevamente, no para destruir el pecado —pues ya lo ha vencido— sino para traer la salvación definitiva a quienes lo esperan. La Ascensión es la garantía de nuestra resurrección y acceso a la vida eterna.

Nuestra comunión con Cristo, especialmente en la Eucaristía, nos une a su cuerpo glorioso. Por eso se nos exhorta:

“Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza, porque el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra”.

X