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El misterio que adoramos: la verdad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Mons. Mario Alberto Molina, arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán, nos ofrece en esta Solemnidad del Corpus Christi un comentario profundo y directo sobre el centro de nuestra fe: la Eucaristía como presencia real, sacrificio y anticipo del Reino. Un llamado a confesar la fe no solo con palabras, sino también con los gestos litúrgicos.

El sacramento que celebramos y adoramos

Esta solemnidad tiene el propósito de honrar a Jesucristo, presente y vivo en el sacramento de la Eucaristía. A causa de esa presencia, es el único sacramento honrado de esa manera. La solemnidad se estableció como respuesta a los que negaban la realidad del sacramento. Todavía hoy se establecen prácticas y se silencian verdades que debilitan lo que la Iglesia cree y enseña sobre este sacramento. La fe se confiesa y se declara no solo con las palabras, sino también con las acciones. Repasaré la doctrina que la Iglesia nos ha transmitido acerca de la santa Eucaristía y señalaré algunas prácticas que la debilitan.

Nombres y dimensiones de la Eucaristía

Se le conoce con varios nombres:

  • Cena del Señor, porque Cristo la instituyó durante la última cena.

  • Eucaristía, porque se enmarca en una acción de gracias (eucharistía en griego).

  • Fracción del pan, por el gesto de partir el pan.

  • Santo sacrificio de la misa, porque en ella se actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz.

La Eucaristía evoca y actualiza la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y anticipa también su segunda venida y el banquete del Reino.

Presencia real y participación verdadera

La Iglesia cree y enseña que en la Eucaristía se realiza realmente la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. No se trata de símbolos, ni de que Cristo “se haga pan”. El pan deja de ser pan, el vino deja de ser vino. Ahora son Cristo mismo, bajo las apariencias sacramentales.

Negar esta verdad, aunque sea de forma ingenua (como con ciertos cantos o gestos irreverentes), debilita la fe. Se necesitan gestos litúrgicos y prácticas pastorales que favorezcan la reverencia, la conciencia y el sentido de lo sagrado.

¿Quién consagra? Solo Dios

La consagración es obra exclusiva de Dios, por medio del sacerdote ordenado. El sacerdote no es el protagonista de la misa, sino el instrumento. Es Cristo mismo quien actúa en los sacramentos. La misa no es una fiesta comunitaria, sino una acción sagrada dirigida al Padre por Cristo en el Espíritu Santo.

No puede haber misa sin sacerdote, pero el sacerdote no está en el centro: lo está Cristo. La homilía no es la parte más importante, aunque debe ser digna del misterio que se celebra. El corazón de la misa es la plegaria eucarística y la consagración, que nos transportan místicamente al cielo.

Celebremos con fe, celebremos con dignidad

Reconocer la presencia real de Cristo en la Eucaristía implica también celebrarla con dignidad: en el modo de distribuirla, en la música que se canta, en el comportamiento de fieles y ministros.

Demos gracias a Dios, que en la misa nos hace partícipes de la cruz de Cristo y nos introduce sacramentalmente en la vida del cielo.

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