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Peregrinos con los pies descalzos: un jubileo hacia la ciudad madre

¿Qué nos enseña el camino de san Agustín hacia el bautismo en el Año Santo del 387? Fray Lucilo Echazarreta, OAR, evoca aquella peregrinación interior y física como símbolo del verdadero jubileo: caminar con esperanza activa hacia la vida eterna, con los pies descalzos y el alma en vela.

Peregrinos jubilosos

A lo largo de este Año Santo, viene a mi memoria el camino de júbilo que realizaron Agustín y Alipio desde Casiciaco a Milán, en aquel invierno del año 387, para “dar el nombre” e inscribirse entre los competentes, los que se preparaban para recibir el bautismo en la Pascua. Con ellos caminaba también Adeodato, el adolescente consciente del don que iba a recibir en la piscina bautismal. Y no faltaba Mónica, la madre y pedagoga del acompañamiento, animadora de aquel grupo que había hecho comunidad en Casiciaco.

Toda una familia en peregrinación hacia la gracia. Un verdadero jubileo: caminar hacia un propósito sublime, cruzar la puerta santa del bautismo, pisar tierra sagrada.

San Agustín, en Confesiones (9,6), destaca que Alipio hizo ese camino descalzo:

“Anduvo con los pies descalzos por el suelo helado de Italia, cosa que requiere un valor poco común”.

Símbolo de humildad y de reverencia: descalzarse porque la tierra hacia la que se camina es santa.

El jubileo: una esperanza que camina

El Papa Francisco, en la bula Spes non confundit, nos recuerda que:

“La peregrinación expresa un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar: ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida… favorece el valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial” (n. 5).

Nuestra vida es ese camino con los pies descalzos.

El jubileo no es mero simbolismo litúrgico: es una invitación a vivir con esperanza. Pero no una esperanza ingenua, sino una esperanza fuerte, una actividad del alma que se convierte en impulso para vivir cada día con sentido.

La esperanza no es deseo. Es decisión. Es alma en movimiento.

San Agustín lo dijo con claridad comentando el salmo 103:

“La vida de la vida mortal es la esperanza de la vida inmortal”.

Peregrinos hacia la ciudad madre

Todo en la vida cristiana apunta hacia una meta. Esa meta no es otra que la vida eterna, la ciudad definitiva, la Jerusalén de arriba.

Como recuerda el Catecismo (n. 1817):

“La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos a la vida eterna como felicidad nuestra”.

San Agustín desarrolla una profunda teología del camino. En uno de sus sermones (346B), afirma que todo peregrino tiene una patria; nadie sin patria puede ser llamado peregrino. Nuestra meta es la “metrópolis”, la ciudad madre. Allí está el descanso verdadero, y por ella debemos apresurarnos.

Un año de gracia… con los pies en la tierra

El éxodo de Agustín, Alipio y Adeodato desde Casiciaco hasta Milán, animado por Mónica —imagen viva de la Iglesia—, representa un jubileo pleno. Ellos atravesaron la puerta santa del bautismo con los pies descalzos, con la conciencia clara de lo que recibían.

Hoy, a nosotros, fieles del siglo XXI, se nos vuelve a ofrecer esa misma experiencia de gracia.

Caminar con fe.

Descalzarnos ante lo sagrado.

Avivar nuestra esperanza.

Y entrar, un día, en la definitiva comunidad de los bautizados, en la ciudad madre.

Fray Lucilo Echazarreta, OAR

Lima

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