¿Qué ocurre cuando rezamos el Padre Nuestro de verdad, no solo con los labios, sino con el corazón? Fray Luciano Audisio nos invita a entrar en la oración de Jesús como camino de transformación, comunión y confianza filial.
El corazón de la vida cristiana
El Evangelio de este domingo nos lleva al corazón mismo de la vida cristiana: la oración. Y no cualquier oración, sino aquella que Jesús mismo nos enseñó. Al abrir los labios para decir el Padre Nuestro, participamos de su propia relación con el Padre. No se trata simplemente de repetir palabras, sino de entrar en el misterio de un Dios que es comunión, presencia y amor.
Enseñados por el Maestro
Los discípulos, al ver a Jesús orar, no pudieron evitar pedirle: «Señor, enséñanos a orar» (κύριε, δίδαξον ἡμᾶς προσεύχεσθαι). Ya esto nos revela algo esencial: la oración no se improvisa, se aprende. Y se aprende mirando a Jesús, escuchándolo, dejándose atraer por su forma de relacionarse con el Padre.
Padre: la palabra que resume el Evangelio
Jesús comienza con una palabra que condensa toda su vida: Padre. Solo esa. Si tuviéramos que conservar una sola palabra de esta oración, sería esa. Llamar a Dios “Padre” no es una fórmula piadosa, es una declaración de confianza, cercanía y vulnerabilidad.
Muchos arrastran heridas ligadas a la imagen paterna. Jesús viene a sanar esas imágenes rotas y a revelarnos el rostro del Padre que no falla, que no hiere, que siempre espera.
Santificado sea tu nombre
“Santificado sea tu nombre” (ἁγιασθήτω τὸ ὄνομά σου). Santificar es reconocer que Dios es distinto, completamente otro. En hebreo, qadosh significa lo que no se puede manipular. En una época saturada de espiritualidades centradas en el “yo”, esta frase nos recuerda algo fundamental: nosotros no somos Dios. Rezar es abrirse al Misterio, a Alguien a quien no controlo, pero en quien puedo confiar.
Venga tu Reino
“Venga tu Reino” (ἐλθέτω ἡ βασιλεία σου). Ese Reino no es un sistema político ni una promesa futura. Es Jesús mismo. Donde Él está, allí reina Dios. Donde hay compasión, verdad, justicia, ahí el Reino está llegando.
Danos hoy nuestro pan
“Danos hoy nuestro pan de cada día” (τὸν ἄρτον ἡμῶν τὸν ἐπιούσιον δίδου ἡμῖν τὸ καθ’ ἡμέραν). La palabra griega epiúsios no alude solo al pan material, sino a un pan que alimenta el alma. Los primeros cristianos vieron aquí una referencia a la Eucaristía, el Pan vivo que es Cristo.
Este pan no se acumula. Se recibe, se comparte. Recordamos, así, que la vida es don, no conquista.
Perdónanos… como nosotros perdonamos
“Perdona nuestros pecados” (ἄφες ἡμῖν τὰς ἁμαρτίας ἡμῶν). Aquí tocamos el núcleo del Evangelio. El perdón no es una simple respuesta divina: es una persona. Jesús es el perdón encarnado. En Él, la distancia entre Dios y la humanidad ha sido abolida.
Por eso, añadimos: “…como nosotros perdonamos” (καθὼς καὶ ἡμεῖς ἀφίομεν…). Quien ha sido perdonado, no puede negarse a perdonar.
No nos dejes caer en la tentación
“No nos dejes caer en la tentación” (καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν). La tentación forma parte de la condición humana. Jesús mismo la atravesó. Pero no estaba solo: el Padre lo sostuvo.
Aquí no pedimos evitar toda prueba, sino no estar solos en ella. Que no nos falte su presencia, su palabra, su fuerza.
El Padre Nuestro: oración que nos configura
El Padre Nuestro no es solo una oración. Es una escuela de fe, un camino de transformación. Es el retrato de Jesús, y la forma que nuestra vida debe asumir.
Cada vez que lo rezamos con el corazón, entramos en la comunión entre el Hijo y el Padre. Y dejamos que el Espíritu nos conforme a Cristo.
Hoy, al repetir estas palabras, no lo hagamos por rutina, sino como quien respira. Porque esta oración no solo dice cosas de Dios: nos cambia por dentro.
Nos convierte en hijos, en hermanos, en pan compartido, en testigos del Reino.