Más allá de la enseñanza del inglés y del apoyo emocional, el voluntariado ARCORES Caracas 2025 ha sido un viaje profundo de humanidad, fe y transformación. Una experiencia que ha cambiado vidas en ambos lados del servicio.
Una misión que va más allá del aula
«Me voy con el corazón removido». Así resume una de las jóvenes voluntarias su experiencia en el voluntariado internacional ARCORES Caracas 2025. Llegó sin muchas expectativas, con algo de incertidumbre y el deseo de conocer una nueva realidad. Lo que encontró allí superó cualquier idea previa: una experiencia de comunidad, entrega y fe compartida.
La misión principal era acompañar a niños en su desarrollo emocional y en el aprendizaje del inglés en tres colegios agustinianos de Caracas. Sin embargo, muy pronto entendieron que el voluntariado iba mucho más allá de lo académico. Participaron también en ollas solidarias, colaboraron en casas de acogida, visitaron un centro de atención a la mujer y convivieron con distintas comunidades agustinas.
Encuentros que sanan y transforman
La voluntaria destaca la acogida cálida y constante: «Nos sentimos arropados desde el primer momento». Profesores, religiosas, familias y voluntarios locales formaron una red de afecto que los sostuvo cada día.
A pesar de las dificultades del contexto venezolano, lo que más les impactó fue la capacidad de la gente para salir adelante, mantener la alegría y cuidar unos de otros. La escasez, los cortes de electricidad o las limitaciones materiales quedaron en segundo plano ante el testimonio silencioso de quienes sirven con esperanza.
Lo que se aprende cuando se entrega
«He aprendido que hay mucha gente buena», afirma con convicción. Personas que donan su tiempo y su vida para sostener a otros: cocinando, organizando juegos, escuchando, rezando. Personas que hacen comunidad desde la fe vivida.
Compartir el día a día con ellos hizo tambalear muchas seguridades. “A veces somos egoístas y pensamos solo en nosotros. Aquí he visto lo que significa vivir para los demás”.
La fe que sostiene cada paso
En medio de todo, la presencia de Dios no fue un concepto, sino una vivencia concreta. La oración, el testimonio de vida de las comunidades, la entrega silenciosa de tantos hermanos… Todo apuntaba a una misma verdad: servir es una forma concreta de vivir el Evangelio.
“Con fe, incluso en medio de la dificultad, todo se transforma. Dios convierte cualquier momento en oportunidad”, resume con serenidad.
Un corazón removido, una vida diferente
Al final de la experiencia, una frase queda grabada en el alma: «Dios cierra puertas, pero abre ventanas». Venezuela ha sido esa ventana. La que mostró otro mundo, la que enseñó a mirar de otro modo, la que permitió descubrir el valor de lo sencillo.
¿Volverá? No lo sabe. Pero sí sabe que lleva un pedazo de ese país en el corazón. “Removido, lleno, cambiado”.