Nos puede dar la impresión de que la sinodalidad es algo moderno, una realidad que se ha puesto de moda en la actualidad, como una novedad que nunca había existido en la Iglesia, como si se tratara de una moda eclesiológica contemporánea. Esto no es así. San Agustín y la Iglesia de su tiempo son para nosotros un ejemplo de sinodalidad. La Iglesia del norte de África en los siglos IV y V fue verdaderamente un ejemplo de una iglesia que había tomado conciencia de la importancia de la sinodalidad.
San Agustín, como nos recuerda san Posidio en la Vita Augustini, participó siempre activamente en las reuniones del episcopado africano, con un espíritu fraterno y eclesial (Vita Augustini 21, 1).
Los concilios locales del norte de África
En estas reuniones sinodales, san Agustín participaba con el deseo de discernir y descubrir la voluntad de Dios para la Iglesia del norte de África, pero también para la Iglesia universal. De hecho, estas reuniones episcopales, comúnmente llamadas «concilios» de la Iglesia del norte de África, son el mejor escaparate para conocer la vida, las problemáticas y las preocupaciones de la Iglesia del tiempo de san Agustín. Dichas actas son un retrato hablado de la realidad de la Iglesia en la que san Agustín vivió.
Sinodalidad ad intra y ad extra: la condena de los pelagianos
Estos concilios locales del norte de África no solo nos presentan la imagen de una Iglesia sinodal que vive encerrada en sí misma y preocupada solo por los asuntos que suceden en su Iglesia particular. Los obispos del norte de África serán quienes alerten al papa Inocencio I del peligro del pelagianismo. El papa respondería condenando el pelagianismo. Y aunque posteriormente los pelagianos fueran absueltos por el papa Zósimo, su rehabilitación sería efímera, pues de nuevo se impuso la razón y el mismo papa Zósimo, movido por el episcopado del norte de África, los condenará con la Epístola Tractoria en el año 418.
La sinodalidad y la corresponsabilidad
La sinodalidad significa también corresponsabilidad, y san Agustín lo vivió a distintos niveles.
Los laicos expertos
San Agustín involucró en las responsabilidades de la Iglesia a un grupo de laicos expertos en derecho para formar un tribunal que le ayudara a juzgar y deliberar sobre el caso de la controvertida herencia del presbítero Jenaro, que ya había causado mucho escándalo en la diócesis de Hipona, como podemos ver en el sermón 355.
Los laicos y la catequesis
Un segundo caso de corresponsabilidad de los laicos lo podemos encontrar en la labor de la catequesis, concretamente en la admisión y acompañamiento de los candidatos. San Agustín sabía que los laicos estaban en el mundo y que su característica secular les daba un conocimiento y una “astucia mundana” de la que carecía en ocasiones el pastor de almas. Por ello, pedía a quienes se presentaban al bautismo que fueran acompañados por algún laico bautizado que los conociera (cat. rud. 5, 9). Estos ejercían una función que nosotros hoy podríamos calificar como de “padrinos”, ya que no solo se hacían responsables de que las intenciones de quienes ellos habían presentado para el bautismo fueran rectas, sino que también se les confiaba una gran responsabilidad: preparar a dichos catecúmenos para el bautismo, aclarando las posibles dudas que tuvieran, sobre todo con relación a algo tan secreto y delicado en la Iglesia primitiva como era el Credo de la Iglesia (Symbolum fidei).
Los laicos en el acompañamiento
Asimismo, se ve la corresponsabilidad de los laicos en el acompañamiento de aquellos que se habían convertido. Hay un caso interesante: un bautizado que apostató de la fe y se hizo astrólogo. Posteriormente, se arrepintió y quiso regresar a la Iglesia. San Agustín encomienda entonces a los laicos que lo acompañen, que lo presenten a los otros cristianos laicos y que lo animen en su vida cotidiana (en. Ps. 61, 23).
La corresponsabilidad de las religiosas
También podemos observar la corresponsabilidad en las labores confiadas a las religiosas de Hipona, quienes eran las encargadas de salir por las mañanas o por las tardes a los caminos cercanos a Hipona para buscar niños abandonados. Ellas eran responsables de acogerlos, alimentarlos, educarlos y llevarlos a la Iglesia para que fueran bautizados (ep. 98, 6).
La corresponsabilidad de los monjes
Sabemos que los monjes, tanto del monasterio de clérigos como de monjes hermanos, estaban involucrados en la pastoral de la diócesis de Hipona. La corresponsabilidad de los monjes clérigos es algo evidente, pero no tanto la labor corresponsable de los monjes no clérigos o hermanos. Ellos tenían varias obligaciones importantes dentro de la vida de la diócesis, particularmente en lo relativo a la vida de oración y la liturgia. De este modo, sabemos, por un texto muy iluminador, cómo los monjes no clérigos eran los responsables de animar el rezo litúrgico dentro de Hipona. La carta 29, aunque tiene otro argumento principal, es el mejor testimonio de dicho apostolado litúrgico (ep. 29, 11).
Escucha y diálogo
Escucha a los pobres de Hipona
La sinodalidad implica también los verbos escuchar y dialogar. San Agustín es un ejemplo, en primer lugar, de escucha, ya que estaba atento a las necesidades de su propio pueblo. Escuchaba a las personas que se acercaban a él, como en el caso de los pobres con los que se encontraba por la calle cuando iba de camino a la basílica Pacis. Al escucharlos, se volvía portavoz de sus necesidades y él mismo se llamaba el mendicus mendicorum (s. 66, 5).
El diálogo con el judío Licinio
Por otro lado, san Agustín escuchaba y dialogaba con las personas que lo rodeaban. Esto se ve en el caso del judío Licinio, quien acudió a él y fue escuchado por san Agustín, quien tomó cartas en el asunto y lo defendió frente a las pretensiones injustas de un obispo católico llamado Víctor (ep. 8*, 1).
La sinodalidad no es algo nuevo para la Iglesia
La sinodalidad no es una cuestión nueva, sino que ha estado presente siempre dentro de la Iglesia católica. En los siglos IV y V, la Iglesia en la que vivió san Agustín en el norte de África era una Iglesia que vivía la sinodalidad y se enriquecía de ella. De esto nos han quedado abundantes testimonios en las actas que conservamos de los concilios locales de la Iglesia del norte de África.
San Agustín, por su parte, es un ejemplo excelente de la sinodalidad en acción, ya que fue un hombre que supo delegar las responsabilidades del cuidado pastoral de la diócesis, contando con los laicos, así como con los demás estamentos del pueblo de Dios, como los religiosos y las religiosas.
La sinodalidad fue en la época de san Agustín un estilo eclesial de caminar juntos y descubrir lo que Dios le pedía a la Iglesia en su propio momento histórico, y cómo afrontar los retos que el mundo les planteaba en aquel entonces. Era un momento histórico tan complicado como el nuestro, y la sinodalidad fue una forma de entender la Iglesia sumamente útil, como lo puede ser en la actualidad para afrontar los retos que el mundo contemporáneo nos plantea.
Fr. Enrique Eguiarte, OAR