Fray Willmer Moyetones reflexiona sobre el liderazgo agustiniano: una autoridad entendida como servicio, inspirada en san Agustín y su visión de la comunidad como “un solo corazón y una sola alma hacia Dios”.
San Agustín, un líder natural
San Agustín puede considerarse un líder natural. A lo largo de su vida, siempre se destacó por liderar grupos: sus amigos, sus alumnos o comunidades con las que compartía y contagiaba su forma de vida y pensamiento.
Un ejemplo significativo de ello fue la experiencia en Casiciaco, donde reunió a sus amigos para reflexionar juntos sobre la Palabra de Dios. También defendía con firmeza sus ideas, incluso en medio de discusiones.
Su estilo de liderazgo sigue vigente hoy en día. Las diversas familias agustinianas y las instituciones que siguen su Regla lo hacen porque su pensamiento, visión y forma de ejercer la autoridad continúan inspirando.
Liderar como servicio, no como dominio
Liderar, en este contexto, no significa ejercer poder como dominio, sino como la capacidad de dar lo mejor de uno mismo para construir juntos el bien común.
San Agustín recuerda que la autoridad en la Iglesia es un servicio, no un honor. Así, liderazgo significa poder dar lo mejor de mí, para que podamos construir juntos el bien común.
Se trata de una carga asumida con amor: “Mi amor es mi peso”, decía Agustín, subrayando que debemos servir con caridad.
El verdadero líder es quien, con celo y dedicación, anima y guía a los demás en el camino hacia Dios.
No puede limitarse a quienes le obedecen sin cuestionamientos, sino que debe acompañar a todos, ayudando a cada uno según sus necesidades para avanzar hacia la meta común.
El liderazgo en la Regla de san Agustín
Nuestro padre san Agustín, en el capítulo 7 de su Regla, nos da pistas para ser líderes de comunidades:
“Obedeced al prepósito como a un padre, reverentemente, para no ofender a Dios en él; y mucho más al presbítero, que tiene a su cargo el cuidado de todos vosotros” (Regla 7,1).
Agustín evita el término “superior” y prefiere hablar de “prior” o “prepósito”, resaltando una concepción horizontal de la autoridad. Aunque el prepósito tiene responsabilidad en la comunidad, sigue siendo un hermano más, llamado desde la humildad a servir por amor.
El prepósito debe guiar, orientar y ser visible para los hermanos, no para buscar privilegios, sino para cumplir su servicio con transparencia y cercanía.
En el punto 2 del mismo capítulo 7 se dice:
“Y el que os preside no se considere feliz por el dominio de su autoridad, sino por el servicio de su caridad […] Sea para todos vosotros ejemplo de buenas obras […] Y, aunque las dos actitudes sean necesarias, prefiera ser amado a ser temido” (Regla 7,3).
Este fragmento resume las principales responsabilidades del líder: guiar con amor, corregir con justicia, sostener con paciencia y ser ejemplo de vida.
Amado antes que temido
El liderazgo no se basa en la libido dominandi (el deseo de dominar), sino en la caridad activa y humilde.
Un buen líder debe buscar ser amado antes que temido, aunque eso no significa renunciar a su responsabilidad de mantener la disciplina. Corregir no siempre es popular, pero es necesario para el bien común.
El líder tiene visión, y los seguidores comparten la misión. La visión agustiniana es clara: “una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios”. Esta visión guía la vida comunitaria y también el ejercicio del liderazgo.
El Buen Pastor, modelo de líder
En los sermones 46 y 47, san Agustín presenta al Buen Pastor como modelo de líder: aquel que edifica a sus ovejas con el testimonio de su propia vida.
En contraste, el mal pastor mata incluso a las ovejas fuertes —es decir, al creyente convencido— con las obras y ejemplos de una vida no vivida según el plan de Dios.
Por eso, el líder no debe limitarse a exhortar al cumplimiento de las normas: él mismo debe ser el primero en vivirlas. Su autoridad no lo distancia de la comunidad, sino que lo compromete aún más a conocer y responder a las necesidades de cada hermano.
Conclusión: un liderazgo de caridad
En definitiva, el liderazgo agustiniano es una vocación de servicio.
La autoridad debe ejercerse con humildad, cercanía y coherencia, de modo que sea respetada no por temor, sino por el testimonio de una vida entregada a los demás en caridad.