La Iglesia de Antioquía tiene una gran importancia en el origen de las comunidades cristianas por su apertura y acogida a la gentilidad. Además, el proyecto evangelizador iniciado por Pablo y Bernabé tiene su inicio en dicha comunidad. Lucas está interesado en subrayar los lazos de esta Iglesia, que llevará a cabo la evangelización del mundo gentil, con la Iglesia-madre de Jerusalén, pues ha sido fundada por helenistas provenientes de Jerusalén y, por otra parte, su formación cuenta con su aprobación y comunión por medio de Bernabé.
Antioquía de Siria —hoy en día la ciudad de Antakya, en Turquía— es conocida también como Antioquía del Orontes, por estar junto a este río, a 32 kms del Mediterráneo. Fue fundada por Antíoco, uno de los generales de Alejandro Magno, en el 301 a.C., como capital del reino seléucida, y recibe el nombre de la esposa de éste. Durante el reino de los seléucidas (siglos I–IV a.C.), Palestina pertenecía a Siria y esto explica la migración de muchos judíos a diversas ciudades del reino, como Antioquía (cf. F. Josefo, Bellum 1,425; Antiq 16.148).
Además, junto con Alejandría en Egipto, fue uno de los focos más importantes de la helenización de Palestina. En Hch 6,5 se alude a Nicolás, prosélito de Antioquía, como uno de los Siete elegidos para el servicio de las mesas. Desde el punto de vista sociológico, Antioquía va a reemplazar a Jerusalén como centro cristiano, especialmente después de la destrucción de la capital judía.
Origen de la Iglesia de Antioquía (Hch 11,19-26)
Los cristianos helenistas, perseguidos después de la muerte de Esteban (cf. Hch 8,1.4), se dispersan y, en su caminar, predican la Buena Noticia fuera de Palestina, en Fenicia, Chipre y Antioquía de Siria. El dato es importante, pues supone que el Evangelio comienza a salir de las fronteras de Israel.
Ellos van predicando en las sinagogas y solo a los judíos existentes en estas regiones. Pero un grupo de helenistas, naturales de Cirene (norte de África) y de la isla de Chipre, al llegar a Antioquía, predican también a los gentiles, es decir, a los griegos. Cuando se dirigen a los judíos, que esperan un Mesías, se les anuncia que Jesús de Nazaret es ese Mesías; pero cuando lo hacen a los gentiles, que no tenían esta esperanza, se les anuncia al verdadero Señor (Kyrios), que es Jesús.
El anuncio se confirma con milagros, pues “la mano del Señor estaba con ellos”, y este será el motivo de que un gran número de gentiles creyeran y se convirtieran al Señor Jesús que se les había anunciado.
Así nace una comunidad mixta, compuesta por judíos y griegos, abierta, entusiasta, que quiere responder a la misión que el Señor les encomienda. Comunidad acogedora, trabajando en sinodalidad y respetando los diferentes orígenes, procedencias, lenguas y culturas.
Ante esta novedad, la Iglesia-madre de Jerusalén, presidida por Santiago, el hermano del Señor, envía a Bernabé para discernir el paso dado a la evangelización y a la admisión de griegos al seguimiento de Jesús. Bernabé queda asombrado al ver la gracia de Dios en la comunidad y en la vida de los nuevos discípulos. De ahí su alegría y exhortación a todos a perseverar en el servicio del Señor.
Hechos termina con un elogio a la persona de Bernabé: «porque era hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe». Antes se dijo que vendió su campo y puso el dinero a disposición de los apóstoles (Hch 4,36s), y después que ayudó a que Saulo fuera bien acogido en Jerusalén (Hch 9,27).
Comunión con la Iglesia de Jerusalén
La Iglesia-madre de Jerusalén aparece con conciencia de responsabilidad sobre el movimiento cristiano, aprueba la iniciativa y admite en su comunión a la nueva comunidad. La conclusión del testimonio, es decir, de la predicación y de la vida de los creyentes, es que “una multitud considerable se adhirió al Señor”: ser discípulo es aceptar a Jesús como Señor y unirse existencialmente a Él.
Ante esta nueva realidad, Bernabé busca a Saulo en Tarso (cf. Hch 9,30) para que lo ayude, llevándolo a Antioquía. Posiblemente recordaba su habilidad para dirigirse a los helenistas (cf. 9,29). Para Saulo, esta invitación fue una buena ocasión de realizar su vocación entre los gentiles.
Así realizan juntos el primer trabajo misionero los que más tarde protagonizarán la misión al mundo gentil: estuvieron un año trabajando en esta Iglesia y enseñaron a muchísima gente.
Como consecuencia, crece el número de creyentes, a los que desde ahora comienzan a llamar cristianos, para distinguirlos de otros grupos. Este término implica que en esa época ya se entiende la palabra Cristo no solo como título de oficio (el Mesías prometido), sino como nombre propio de persona. El adjetivo grecolatino “cristianos” se difundió muy pronto, pues es conocido por Flavio Josefo (Antiq 18,3 §64) y por 1 Pe 4,15-16:
«Así pues, que ninguno de vosotros tenga que sufrir por ser asesino, ladrón, malhechor o entrometido; pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que dé gloria a Dios por este nombre».
El relato es interesante porque muestra que la iniciativa del movimiento cristiano muy pronto se abre a realidades más allá del mundo judío. La comunidad cristiana da pasos significativos de cara a la evangelización, mientras la Iglesia madre de Jerusalén discierne la autenticidad de este paso, sirviéndose del criterio evangélico: “por sus frutos los conoceréis” (Lc 6,43s; Mt 7,16-20).
El Espíritu actúa en todos los miembros del pueblo de Dios: Él nos hace libres y audaces para llevar el Evangelio a los confines de la humanidad, pero es necesario discernir su autenticidad, es decir, si procede del mismo sentir de Dios.
Carmen Román Martínez, OP
(Publicado en la Revista Santa Rita y el Pueblo Cristiano)