Actualidad | Una palabra amiga

El cuidado: concreción del amor que nos hace humanos

El amor cristiano no se queda en palabras. Como recuerda el papa Francisco, el verdadero amor se concreta en el cuidado: de Dios, del prójimo y de uno mismo. En este texto que fue publicado en el anuario 2024, Carmen Montejo nos invita a descubrir cómo el cuidado atraviesa nuestra vida cotidiana y se convierte en camino de conversión, fraternidad y justicia.

El amor necesita concreción

El papa Francisco, en su alocución antes de rezar el Ángelus el 11 de febrero, dijo ante los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro:

“El amor necesita concreción, presencia, encuentro, tiempo y espacio donados; no puede reducirse a hermosas palabras, a selfies de un momento o a mensajes apresurados.”

Continuaría señalando que el estilo de Jesús con quien sufre es de “pocas palabras y de hechos concretos”.

Amar y cuidar son inseparables

La concreción del amor es el cuidado. Amar y cuidar son inseparables, y Jesús nos habló de tres amores: a Dios, al prójimo y a uno mismo. El mandato de Jesús no es caprichoso ni fortuito, porque el cuidado está en la esencia de lo que somos; es la cualidad ética distintiva de lo que en la evolución entendemos por “humano”.

El primer signo de civilización —contaba la antropóloga Margaret Mead a sus estudiantes— fue un fémur fracturado y sanado: cuidar a los demás nos hizo humanos. Y es que, desde el momento en que nacemos, estamos “diseñados” bioquímicamente para el amor, el cuidado y la comunión con el otro.

El reto del autocuidado

Quizá hemos olvidado subrayar la necesidad de ese sano amor a “uno mismo”; y, con frecuencia, relegamos el autocuidado en favor de nuestro deseo de entrega a Dios y al prójimo. Pero nadie puede dar lo que no tiene, ya que, en realidad, es el mismo amor.

Aquí tenemos el primer reto de esa conversión al amor que propone Jesús: dar tiempo y espacio, en nuestro día a día, para un poco de ejercicio físico, de ocio y conversación, y de descanso.

La cultura del buen trato

Para amarnos en la proximidad, hemos de comprender que en lo cotidiano nos va la vida.

El papa Francisco afirma en Fratelli tutti (224):

“El cultivo de la amabilidad —el buen trato—, puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones y el modo de debatir y de confrontar las ideas (…) abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes.”

Promover la cultura del buen trato en nuestros contextos comunitarios, pastorales y apostolados va más allá de prevenir situaciones de maltrato; implica fomentar la empatía y la comunicación efectiva, comprender y compartir necesidades, reconocer al otro, respetar su autonomía, resolver los conflictos de manera no violenta y ejercer el poder con amor y servicio.

Si la autoridad no se entiende como amor y servicio en nuestras instituciones, se propician relaciones asimétricas pervertidas, antesala de abusos de poder, espirituales y sexuales.

Cuidarnos en fraternidad

Cuidarnos en la fraternidad nos capacitará para cuidar como familia y comunidad sanadora, y generar procesos de encuentro y sanación, de modo preferencial, con aquellos en situación de especial vulnerabilidad: los pobres y las víctimas, cuyo grito clama al cielo esperando justicia y vida plena.

Si no nos dejamos alcanzar y transformar por el dolor de las víctimas, si no nos empeñamos en bajarlas de la cruz y repararlas, nuestras comisiones, normas y protocolos resultarán solo propaganda y nuestros trabajos de protección, mera cosmética.

Dejarnos cuidar por Dios

Nada de lo anterior será posible recurriendo solo a nuestras escasas fuerzas.

Solo acogiendo en las luchas, los rostros y los silencios de cada día, el Amor de Dios Padre “todocuidadoso” con entrañas maternas, que nos amó primero, solo reconociéndonos necesitados y dejándonos cuidar por los hermanos y hermanas, podremos acercarnos al misterio de comunión para la misión que Él soñó para la Iglesia.