En este artículo, Fray Alfonso Dávila nos invita a mirar a Pier Giorgio Frassati, proclamado hoy santo, no como un recuerdo piadoso, sino como un joven que sigue hablando al corazón inquieto. Un testimonio que conecta con la espiritualidad agustiniana y que inspira a vivir la fe con pasión, alegría y compromiso.
Un joven de carne y hueso
Hace unos meses me invitaron a dar una charla a los jóvenes de la diócesis de Alcalá de Henares, como preparación al Jubileo. Hablé de un nombre que quizá ya te suena: Pier Giorgio Frassati, que hoy ha sido proclamado santo por la Iglesia. Pero no vengo a repetir su biografía, sino a invitarte a mirarlo con ojos agustinianos.
Te quiero presentar a alguien. No un santo de estampita. No un mártir trágico. Sino un joven como tú… o como tú fuiste.
Amor sencillo, vida apasionada
Pier Giorgio nació en Turín, en 1901. Su familia era influyente: su padre, diplomático y director de un periódico; su madre, artista. Pero él eligió otra grandeza: la del amor silencioso y comprometido.
Amaba la montaña, la Eucaristía, la política, la amistad. Y sobre todo, amaba a los pobres. Caminaba kilómetros para llevar medicinas o carbón. Volvía con los zapatos rotos y el corazón encendido.
No era perfecto. Ni falta que hacía. Tenía dudas, tropezones, sentido del humor, ideales. Estudiaba ingeniería, aunque sus notas a veces flaqueaban, porque regalaba su tiempo a quienes sufrían. Cuando le preguntaban por qué lo hacía, respondía:
“Jesús me visita cada mañana en la comunión; yo le devuelvo la visita visitando a los pobres”.
Un corazón inquieto
Vivía con inquietud. Como san Agustín. Sabía que su vida no le pertenecía. Que había sido creada para algo más grande. Por eso repetía:
“¡A lo alto! Porque nacimos para cosas más grandes”.
Murió joven, a los 24 años. La poliomielitis lo fulminó, muy probablemente contagiada en uno de sus encuentros con los más pobres. En su lecho de muerte no pensó en sí mismo, sino en asegurarse de que cuidaran de “la señora enferma con los hijos”.
Cuando murió, Turín se llenó. Pero no de personalidades, sino de los pobres. Ellos eran su verdadero cortejo. Su auténtico legado.
Lo que tiene que ver contigo
Y ahora, ¿qué tiene que ver esto contigo?
Mucho más de lo que imaginas. Porque todos cargamos inquietudes. No importa la edad. A los 17 o a los 47… algo dentro de nosotros sigue ardiendo. Es el deseo de plenitud que Dios sembró.
El Papa Francisco lo expresó con fuerza en Dilexit nos:
“El amor con que Cristo nos amó no es una memoria, sino una llama viva”.
Una llama que a veces quema… pero también ilumina.
Vivimos entre pantallas, urgencias y promesas de felicidad inmediata. Pero nunca terminamos de estar del todo satisfechos. ¿Y si lo que te falta no es más, sino más de verdad?
Hace poco, el Papa León XIV dijo a los jóvenes:
“No tengáis miedo. Dios os llama a vivir con pasión la vida, a jugárosla por el bien, por el Evangelio, por los demás”.
Inquietud que se transforma en don
No tengas miedo de estar inquieto. No temas si no tienes todas las respuestas. Lo importante es seguir buscando. Caminar. Como Pier Giorgio. Como san Agustín. Como tú.
Porque Dios no te pide que seas otro. Solo que seas tú… del todo. Que le regales tu persona al mundo. Eso lo cambia todo.
Y si llegan días de cansancio, de dudas o de miedo… acuérdate:
Dios ama a todos… y el mal no prevalecerá.