Una palabra amiga

La oración en el otoño: viaje hacia el interior del alma

El otoño marca una transición, un cambio en la naturaleza, pero también en el corazón del hombre. Es una estación que invita al recogimiento, al silencio y a la contemplación de la creación. Tras el ajetreo del verano, el otoño nos invita a volver a lo esencial, a la quietud, y a renovar nuestra relación con Dios a través de la oración. Este tiempo de reflexión interior se convierte en una oportunidad para hacer un alto, para regresar a la profundidad de nuestro ser y, en la calma, abrirnos a la palabra divina .

El recogimiento: volver al interior

El primer paso en el proceso de oración es el recogimiento. Es necesario apartarse de las distracciones y del bullicio del mundo exterior para sumergirse en el silencio interior. Esta es una invitación a retirarse, ya sea en casa, en una capilla, en un oratorio o incluso en un lugar tranquilo de la naturaleza. La oración, entonces, se convierte en un encuentro íntimo con Dios, donde se busca meditar en su palabra.

En la Biblia, el recogimiento se ve como un lugar donde Dios quiere hablarnos y hacernos sentir su presencia. Un ejemplo claro de este retiro es el pasaje de Mateo 6,6, donde Jesús nos instruye a retirarnos para orar:

“Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público.”

Este texto nos invita a un espacio personal de recogimiento, un lugar de intimidad con Dios donde la oración se convierte en un acto de profunda conexión espiritual. Jesús mismo enseñó que la verdadera oración no se da en la búsqueda de la aprobación externa, sino en el retiro al corazón.

San Agustín, nuestro Padre, también reflexionó sobre la importancia de recogerse para encontrarse con Dios en lo más profundo de uno mismo. En sus Confesiones, Agustín dice:

“Tú estabas dentro de mí, y yo fuera de mí, y allí te buscaba. Tú me llamaste y me gritaste, y rompiste mi sordera.”

Estas palabras muestran cómo el recogimiento no es solo un acto de separarse del exterior, sino un proceso de encontrar a Dios dentro de nosotros, allí donde Él siempre ha estado, esperando ser escuchado .

El silencio: el camino hacia el diálogo con Dios

El silencio es la segunda clave en el proceso de oración. No basta con estar en un lugar tranquilo; es necesario también hacer silencio en el corazón, en la mente y en el alma. El verdadero silencio, que es más que la ausencia de ruido exterior, es un espacio donde podemos escuchar nuestra propia voz y, sobre todo, la voz de Dios.

La Biblia está llena de momentos en los que el silencio se presenta como la clave para escuchar a Dios. Un ejemplo significativo lo encontramos en el relato de Elías en el monte Horeb, en 1 Reyes 19,11-12:

“Y él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Dios. Y he aquí, el Señor pasaba, y un gran y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento; y tras el viento un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto; y tras el terremoto un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego; y tras el fuego un silbido apacible y delicado.”

Este “silbido apacible” es el símbolo de cómo Dios, a menudo, no se manifiesta en el ruido o en los grandes eventos, sino en el silencio. Es en ese espacio interior callado y sereno donde podemos escuchar su voz.

San Agustín también reflexionó sobre el silencio como el lugar en el que encontramos a Dios, diciendo:

“El silencio de nuestro corazón es el lenguaje de Dios.”

El silencio es el puente que nos conecta con lo divino, el espacio donde se da el verdadero diálogo con Dios. Sin este silencio interior, sería difícil escuchar la voz de Dios, que a menudo se manifiesta de manera sutil, en la quietud de nuestro ser .

La naturaleza en otoño: el lenguaje de Dios

La tercera clave para una oración profunda en el otoño es la contemplación de la naturaleza. En esta estación, la creación de Dios muestra una transformación visible: las hojas caen, los días se acortan, el viento se vuelve más frío y la lluvia comienza a refrescar la tierra. Este cambio en la naturaleza invita a reflexionar sobre la presencia de Dios en su obra creadora.

La naturaleza es un lenguaje divino que nos habla constantemente, pero que requiere de un corazón dispuesto y atento para ser escuchado. El otoño, con su belleza melancólica, es un recordatorio de la finitud de las cosas terrenales y de la eternidad de Dios. La caída de las hojas es un símbolo de la fragilidad de la vida, mientras que el cambio de color nos recuerda que todo tiene su tiempo y propósito bajo el cielo.

En este contexto, la contemplación de la naturaleza se convierte en una forma de oración, en la que el alma eleva su mirada a Dios, reconociendo su presencia en todas las cosas .

La Biblia nos invita a contemplar la naturaleza como una manifestación de la gloria de Dios. En Salmo 19,1-4 leemos:

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría.
No hay lenguaje ni palabras, ni es oída su voz;
pero por toda la tierra salió su línea, y sus palabras hasta el fin del mundo.”

Este salmo nos enseña que la creación misma predica la grandeza de Dios. Cada árbol, cada hoja que cae, cada cambio en la estación, nos habla del Creador.

San Agustín también reflexionó sobre la naturaleza como un reflejo de la divinidad. En su obra La Ciudad de Dios, afirma:

“El universo entero es una imagen del Creador, y todo lo que vemos y sentimos nos habla de Él, si sabemos escuchar.”

El otoño es una estación que nos invita a la oración, al recogimiento y al silencio. Es un tiempo propicio para volver al interior de uno mismo, para escuchar la voz de Dios que se manifiesta en el silencio y en la naturaleza. La caída de las hojas, el viento, la lluvia, los días más cortos nos recuerdan que, al igual que la creación cambia, nuestra vida también está en constante transformación, y Dios se encuentra en cada uno de esos momentos.

La oración en el otoño es un acto de recogimiento y escucha, donde descubrimos la presencia de Dios en el silencio, en la naturaleza y en lo más profundo de nuestro ser.

Fr. Ángel Antonio García Cuadrado, OAR

(Publicado en la Revista Santa Rita y el Pueblo Cristiano)