En vísperas de su profesión solemne, los frailes agustinos recoletos realizan el rito de la renuncia de bienes, un gesto de libertad interior y de total entrega al Señor. Este acto, vivido recientemente por fray Helfrid Palmis y fray Neil Robert Alilain, recuerda que la pobreza consagrada es camino de comunión, fraternidad y confianza en la providencia divina.
Un gesto de fe y pobreza evangélica de los Agustinos Recoletos
El 26 de septiembre de 2025, los frailes agustinos recoletos Helfrid Palmis y Neil Robert Alilain dieron un paso decisivo en su camino hacia la ordenación sacerdotal: realizaron el Rito de Renunciación de Bienes. Ante su Superior Mayor y la comunidad reunida, declararon con libertad y firmeza su voluntad de vivir en plena coherencia con los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Este gesto, que podría parecer una simple formalidad, tiene una hondura espiritual inmensa: se trata de poner en manos de Dios todo lo que somos y tenemos. Los jóvenes frailes prometieron llevar a cabo su misión confiados en la gracia divina, y entregarse al servicio de la Iglesia y del pueblo de Dios con el testimonio de su vida.
Este signo no es meramente formal, sino un acto de fe y de confianza en el Señor. Ambos frailes expresaron su deseo de vivir en conformidad con la enseñanza de la Iglesia, siguiendo el camino de Cristo pobre, que «siendo rico se hizo pobre por nosotros, para que por su pobreza fuésemos enriquecidos» (Flp 2,7).
En palabras de las Constituciones de la Orden:
“El religioso, al hacer profesión de pobreza, por la renuncia de sí mismo y de todos sus bienes, queda radicalmente orientado a su Creador, y disponible para la contemplación y posesión del mismo Dios, bien sumo del hombre y alegría de su corazón” (Const. 47).
La pobreza como signo de comunión
Las Constituciones de la Orden recuerdan que el religioso, al renunciar a sí mismo y a sus bienes, “queda radicalmente orientado a su Creador, y disponible para la contemplación y posesión del mismo Dios, bien sumo del hombre y alegría de su corazón” (Const. 47). Esta renuncia no es pérdida, sino plenitud: un camino de confianza en la providencia del Padre, que libera de toda atadura y abre al verdadero amor.
San Agustín enseñaba que la auténtica pobreza no se limita a carecer de cosas, sino a no tener apegado el corazón a nada que no sea Dios. Así lo expresan también nuestras Constituciones:
“La pobreza del religioso no está solamente en no tener cosa propia, sino, principalmente, en no tener asido ni aficionado el ánimo a cosa ninguna” (Const. 49).
Una comunidad que se hace una sola alma y un solo corazón
La renuncia de bienes tiene también un profundo valor comunitario. No se trata solo de un acto personal, sino de un compromiso que alimenta la vida fraterna: “La pobreza consagrada, que hace todas las cosas comunes en Dios, es origen de paz, fraternidad y comunión” (Const. 46).
El testimonio de Helfrid y Neil nos recuerda que lo que un día vivió la primera comunidad cristiana en Jerusalén —“tenían una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios” (Hch 4,32)— se actualiza hoy en cada profesión religiosa, como semilla de unidad y caridad.
Preparación para el sacerdocio
Con este rito, los dos frailes se disponen para recibir el ministerio sacerdotal, ofreciendo su vida a Cristo y a la Iglesia desde la espiritualidad agustino recoleta. Su renuncia es un acto de esperanza, que manifiesta la convicción de que todo lo que se entrega a Dios vuelve multiplicado en gracia, fraternidad y fecundidad apostólica.
Felicitamos a Fray Helfrid y a Fray Neil por este paso lleno de fe, y pedimos al Señor que sostenga su entrega para que, un día, puedan pronunciar con alegría y confianza las palabras de la fórmula de profesión solemne:
“Me entrego de todo corazón a esta familia, hasta hacernos todos nosotros una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios”.