En esta reflexión dominical, Fray Luciano Audisio medita sobre la súplica de los apóstoles: “Señor, aumenta nuestra fe”. Una petición que nace de la fragilidad humana y nos conduce al corazón del Evangelio: creer, obedecer y servir sin buscar recompensa, con la libertad del amor que transforma la vida.
Una súplica que nace del límite humano
La súplica que escuchamos en el Evangelio de hoy es breve, pero toca el corazón de nuestra vida cristiana: «Señor, aumenta nuestra fe».
No es una oración cualquiera, ni un capricho devocional. Es el grito de unos apóstoles que acaban de escuchar a Jesús hablar del escándalo del mal y de la exigencia de perdonar siempre.
Ante esos desafíos —el dolor inocente, la violencia, la injusticia, la dificultad de perdonar sin medida— sienten que sus fuerzas no bastan, y solo pueden clamar: «Señor, agrega a nuestra fe, continúa nuestra fe, sostén nuestra fe».
La fe como don que se agrega
Es interesante notar que Lucas no habla aquí de “discípulos”, sino de “apóstoles”. El discípulo aprende; el apóstol es enviado.
Y quien ha de anunciar a Cristo no puede apoyarse solo en su esfuerzo personal: necesita vivir de una fe que es don gratuito del Señor.
“La fe no se compra ni se fabrica; es un regalo que Él va agregando a nuestra vida, como un grano nuevo que fecunda nuestro corazón.”
Una fe que transforma lo imposible
La respuesta de Jesús es desconcertante: «Si tuvieran fe como un grano de mostaza».
Marcos, el evangelio más antiguo, había usado esa semilla para hablar del Reino de Dios que crece poco a poco. En cambio, Lucas la aplica a la fe y la lleva más lejos: una fe tan pequeña puede arrancar de raíz una morera y plantarla en el mar.
¿Por qué una morera? Para los rabinos era el árbol de raíces más profundas, imposible de desarraigar. La fe, dice Jesús, es capaz de arrancar lo que parecía inmovible en nuestra vida: antiguos hábitos, falsas seguridades, creencias que nos atan.
La fe es un trasplante: nos arranca de lo viejo y nos planta en un suelo nuevo.
“La fe transforma lo imposible: hace de la muerte una fuente de vida, convierte la oscuridad en fecundidad, el fracaso en inicio de algo nuevo.”
La fe como obediencia
El tercer verbo del pasaje es “obedecer” (ὑπήκουσεν). La fe no es magia ni poder para manipular a Dios. Es escucha confiada, obediencia del corazón, apertura a la Palabra que nos transforma.
Creer es vivir en actitud de escucha, dejar que la voz del Señor conduzca nuestra vida incluso cuando no entendemos todo.
El siervo que sirve por amor
Después, el Evangelio cambia de tono con una parábola exclusiva de Lucas: la del siervo inútil.
El siervo trabaja todo el día y, al terminar, dice: «Solo hemos hecho lo que debíamos hacer».
La palabra “inútil” (ἀχρεῖος) puede traducirse mejor como “pobre siervo”: alguien que sirve sin buscar utilidad ni beneficio.
Este siervo es, ante todo, Jesús mismo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida por todos. Y, al mismo tiempo, es también la vocación de cada cristiano: vivir la libertad de servir sin esperar nada a cambio.
Servir por amor, no por recompensa
Aquí llegamos al corazón de la fe: no es un medio para obtener recompensas, no es un seguro para que nos vaya bien, no es un negocio con Dios.
La fe es confianza absoluta en el Señor y libertad para amar sin cálculo.
“La plenitud de la fe es el amor gratuito.”
Cuando servimos sin esperar pago, cuando perdonamos sin límite, cuando damos la vida sin cálculo, nos parecemos al Siervo por excelencia, Cristo Jesús.
Y en ese momento descubrimos que somos más libres que nunca, porque amar y servir desinteresadamente nos abre a la verdadera alegría.
Hoy nosotros también repetimos la súplica de los apóstoles: «Señor, aumenta nuestra fe».
Que Él arranque de raíz lo que aún nos esclaviza, que nos plante en un terreno nuevo, que transforme nuestros mares de muerte en fuentes de vida.
Y, sobre todo, que nos regale la libertad de servir como Él, con un amor gratuito, sencillo y profundo.
Porque la fe no es un cálculo ni una utilidad: la fe es vivir en Cristo, dejarnos conducir por Él y descubrir que el servicio humilde es la expresión más grande del amor.