En esta Palabra Amiga, Fray Luciano Audisio nos invita a contemplar a Cristo en la cruz como verdadero Rey: un Dios que no gobierna dominando, sino entregándose hasta el extremo. Allí, donde todo parece derrota, Jesús revela su poder de amar y transformar lo que en nuestra vida está roto.
Contemplar al Dios visible
Hoy celebramos la fiesta de Cristo Rey. Y el Evangelio nos invita a preguntarnos qué significa realmente ser rey, qué es el poder y cómo se manifiesta en la vida humana y en nuestra relación con Dios.
El pasaje proclamado forma parte del relato de la pasión según san Lucas, el momento en el que Jesús revela su identidad más profunda. Aquí, en la cruz, se nos muestra el amor desbordante de Dios encarnado en Él.
El texto comienza describiendo al pueblo que estaba mirando: Καὶ εἱστήκει ὁ λαὸς θεωρῶν, “el pueblo estaba contemplando”. El verbo θεωρέω no indica una simple mirada superficial, sino una contemplación profunda, una atención capaz de penetrar en lo que se ve.
En la Biblia hebrea, sin embargo, ver es ambivalente: puede ser gesto de apertura… o de posesión. Un Dios visible es un Dios que se deja poseer… hasta dejarse crucificar.
Los Padres de la Iglesia lo entendieron así: un Dios visto es un Dios expuesto a la muerte. Pero aquí sucede algo inaudito:
Cristo crucificado es el único “objeto” capaz de transformar al “sujeto” que lo contempla.
Nuestra mirada suele devorar lo que ve; en Cristo, al fijar los ojos en Él, es Él quien nos transforma, quien unifica y reconstruye nuestro corazón.
El escándalo de un poder que no se defiende
Junto al pueblo aparecen los jefes que se burlan. Representan esa racionalidad herida que no acepta que quien tiene poder elija no salvarse a sí mismo. Nuestra mente protesta:
“Si es el Mesías, que se salve.”
Esta es la última rebelión humana contra Dios: nos resulta inaceptable que el Todopoderoso no se defienda, que no ejerza su poder. Pero este es el centro del Evangelio de hoy: ¿Qué es ser rey para Dios? Para nosotros, poder significa dominar, controlar, situarnos por encima. Para Dios, poder significa entregarse.
Su único trono es la cruz; su realeza es amor hasta el extremo.
A veces, llamar a Cristo “Rey del Universo” puede sonar ambiguo si lo entendemos en categorías de imposición. Pero el reinado de Cristo no gobierna desde arriba, no fuerza, no domina.
El único poder que existe en Dios es amar.
El vino arruinado que Cristo acoge
En la cruz, Jesús acoge incluso nuestro “vino arruinado”: el vinagre que le ofrecen, símbolo de relaciones rotas, de comunión deteriorada, de fiesta perdida.
Él acepta ese vinagre porque ha venido a recoger todo lo estropeado en nuestras vidas para transformarlo desde dentro.
Los dos ladrones: dos formas de relacionarse con Dios
Luego aparece el diálogo entre los dos ladrones. Uno representa nuestra autosalvación: toda su vida intentó salvarse solo, y ahora exige que Dios haga lo mismo. Es espejo de nuestra frustración: no podemos salvarnos solos. El otro reconoce la presencia divina en Jesús y pronuncia una frase extraordinaria:
“¿Ni siquiera tú temes a Dios?”
Ha comprendido que en Jesús actúa un Dios que elige no salvarse para poder acompañarnos incluso en la muerte. Y entonces Jesús responde:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso.”
No es una recompensa: es una promesa de comunión. Jesús convierte una vida rota en un encuentro definitivo.
El verdadero poder que reina desde la cruz
Esta es la realeza de Cristo:
- transformar pecado en encuentro,
- ruinas en comunión,
- derrota en intimidad con Dios.
Su poder no es controlar, sino rescatar. No es imponerse, sino sanar lo disperso del corazón humano. Celebramos a Cristo Rey no porque gobierne desde el poder, sino porque reina desde la entrega: su trono es la cruz, su poder es el amor, su corona es la misericordia. Hoy nuestra oración puede ser sencilla y profunda:
ponernos de pie ante el Crucificado,
dejar que su mirada toque lo que está roto,
ofrecerle nuestro vino arruinado
y permitir que Él lo convierta en fiesta.
Porque solo el amor que se entrega hasta el extremo puede verdaderamente reinar.


