Hemos iniciado el tiempo de Cuaresma. En él solemos insistir en tres prácticas: el ayuno, la oración y la limosna. Tenemos la impresión de que las recordamos solo en este tiempo de cuaresma, aun cuando algunos piensan y digan que dichas prácticas ya no tienen sentido porque eran de otras épocas. Mas, si nos detenemos en cada una de ellas, apreciamos que cada una tiene que ver con alguien en especial: el ayuno con el hombre en sí mismo; la oración, con Dios, y la limosna, con los otros; son realidades que no se limitan a un tiempo, sino que son válidas para toda la vida.
EL AYUNO: se fija en cada uno de nosotros: ¿cómo estamos interiormente? ¿nos damos cuenta de que vivimos en una cultura donde muchas personas están siempre careciendo del alimento necesario? Con frecuencia, escuchamos de la conveniencia de la práctica del ayuno intermitente, que ayuda a bajar de peso, algo que tiene que ver especialmente con el «culto» al cuerpo, y no para conocernos a nosotros mismos, ni para llegar a integrar nuestra vida desde lo que somos, hijos de Dios.
Ayunar no es solo dejar de comer. Hay otras formas de ayunar, no solo del alimento material, sino de aquellas cosas que van robando nuestra esencia de hijos, que nos van privando de libertad, que nos quitan el tiempo. Es posible ayunar de aquello que no nos facilita el silencio; cada uno sabe de qué puede ayunar especialmente en cuaresma para prescindir de ocupaciones y preocupaciones que acaparen nuestro interés y nos hagan perder lo esencial de nuestra vida. De esta forma, nuestro corazón se hace más sensible y dispuesto a mirar por los demás.
Hemos de ayunar para aprender agradecer a Dios por los bienes que nos va regalando día a día, y darnos cuenta de que muchas personas no tienen qué comer y sin duda están deseando comer algo. En palabras del profeta: Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. (Is, 58, 6-8)
LA ORACIÓN: es un modo de relacionamos con Dios. No es meramente «rezar» (recitare); es, sobre todo, orar, ir buscando en nuestro interior a Dios mismo, que vive en lo más íntimo de nosotros. Es claro que la oración no se limita ni solo ni principalmente al tiempo cuaresmal; hemos de orar siempre, continuamente hemos de estar en relación con el Señor, porque Él se nos ofrece generosamente como un don. Tal sentimiento ha de prevalecer en esos momentos: sin olvidar nuestras carencias, anhelar el regalo de quien se nos da hasta entregar su vida por nosotros. Por nuestra parte, ansiemos ese gran regalo para estar siempre unidos a Él y lograr vivir como hijos.
Para cada uno, la oración implica ser consciente de la presencia de Dios en el mundo y en su historia. La oración es una actitud de nuestra vida en este mundo; es una oportunidad singular de escuchar a Dios, que siempre nos está hablando. No hemos de aguardar el tiempo cuaresmal para escuchar su voz, aun cuando la Iglesia nos presente estas semanas como una oportunidad imperdible para escuchar a Dios, cuyo eco fue perceptible en el monte Tabor: Este es mi Hijo amado, escuchadlo.
Esa voz divina tal vez nos cause temor al pensar que, si escuchamos con nitidez la voz de Dios, deberemos alejarnos aprisa por la gran exigencia que conlleva su Palabra. Con todo, es bueno que nos tomemos en serio la voz de Dios, y que seamos capaces de seguir sus planes, cuando vemos que nuestros caminos no se ajustan a los deseos de Dios en nuestra vida diaria.
LA LIMOSNA:
Escena compartida: «jugamos todos”. Tiene relación con el prójimo, con el que está a mi lado; también es hijo de Dios, y he de socorrerlo si se halla en necesidad. A quien puedo ver y sentir yo, sabedor de que él es templo del Espíritu y que también en su corazón mora Dios, no debo permitir, no debemos permitir que pase necesidad; por el contrario, es conveniente acudir a remediar su necesidad y carestía.
Durante este tiempo, la Palabra de Dios nos va a ir recordando y exigiendo cómo ha de ser nuestra vida: ser santo, perfecto, misericordioso como es Dios nuestro Padre; realizar todas aquellas prácticas de misericordia: vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, visitar al preso y al enfermo son gestos pequeños, pero que muchas veces no los llevamos a efecto. Esta es la principal limosna que Dios quiere: no es el donativo en este tiempo, para tranquilizar nuestra conciencia y sentir que ya hemos cumplido con lo mandado. Si esto lo consideramos suficiente, es porque no estamos dando verdadero culto a Dios.
Lo que quiere el Señor es que ayudemos a los hermanos que realmente sufren por cualquier circunstancia; que seamos caritativos no solo en este tiempo, sino en todo momento. La Iglesia nos lo recuerda especialmente en cuaresma, para que también ahora ahondemos en nuestro interior y veamos si nuestra religión es auténtica.
Ojalá que estas prácticas cuaresmales contribuyan a la verdadera conversión; a vivir con autenticidad desde los planes de Dios y mirando a los otros; a no tener miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones.
Wilmer Moyetones OAR