La esperanza en tiempos de incertidumbre
El mensaje de los profetas
Vivimos tiempos de incertidumbre, donde la violencia, la guerra, diferentes catástrofes, crisis económicas y políticas, parecen no dar tregua a la existencia del ser humano, pero también resuenan ecos de renovación y esperanza. Esto lo tuvieron muy claro los profetas.
Adentrase en el movimiento profético, y no me refiero sólo a un grupo de personas que tuvieron una existencia de cara a Dios en épocas pasadas, supone iniciar un camino, un itinerario que nos hace salir de nuestra situación actual y nos lleva a un lugar “siempre antiguo y siempre nuevo”, que es el hermano, que son los hombres y mujeres de nuestro mundo. Por eso surge inevitablemente la pregunta ¿Quién es el profeta? ¿cómo ser profeta hoy?
De vocación: profeta
Para la mayoría de la gente, el profeta es un hombre que predice el futuro, una especie de adivino. Es cierto que algunos relatos bíblicos presentan al profeta como un hombre capacitado para conocer cosas ocultas y adivinar el futuro (1 Sam 9, 6-7.20). Incluso en tiempos del Nuevo Testamento seguía en vigor esta idea, como lo demuestra el diálogo entre Jesús y la samaritana; cuando él le dice que ha tenido cinco maridos, y que el actual no es el suyo, la mujer reacciona espontáneamente: “Señor, veo que eres un profeta”(Jn 4,19).
Sin embargo, adentrándonos en los libros proféticos y leyendo a Amós, Oseas o Jeremías advertimos que el profeta no es un adivino, sino un hombre llamado por Dios para transmitir su palabra, para orientar a sus contemporáneos e indicarles el camino de la conversión. A finales del siglo VI a.C., Zacarías sintetizaba la predicación de sus predecesores con esta exigencia: “Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras malas acciones” (1,4). Esta exhortación a convertirse va acompañada con frecuencia de referencias al futuro, prediciendo el castigo o prometiendo la salvación. En determinados momentos, los profetas son conscientes de revelar cosas ocultas. Pero su misión principal es iluminar el presente, con todos sus problemas concretos: injusticias sociales, política interior y exterior, corrupción religiosa, desesperanza y escepticismo.
En sentido bíblico, el profeta es “el hombre de la palabra”. Más exactamente el que “habla en lugar y de parte de Dios” (profêtes). Dirige a los seres humanos una palabra en su nombre. Palabra (dabar) relacionada con las situaciones que vive el ser humano y con su futuro. El profeta lee los signos de los tiempos: ve por dónde va la historia; mejor dicho, por dónde la está llevando Dios y cuál es el sentido verdadero de los acontecimientos. Situado en Dios y mirando todo desde Él, se le agranda su capacidad de comprensión de la complejidad de la historia, y pretende llegar al fondo del corazón humano, renovarlo y abrirlo a la esperanza.
La personalidad profética también presenta una serie de rasgos aplicables a la mayoría de ellos. En primer lugar, podemos decir que el profeta es un hombre inspirado. Inspiración que le viene de un contacto personal con Dios y que comienza en el momento de su vocación. Por eso, cuando habla o escribe, el profeta tiene como único punto de apoyo, la palabra que el Señor le comunica personalmente sin que él pueda negarse a proclamarla. El profeta es también un hombre público, de la calle. Se siente interpelado a transmitir la palabra de Dios en medio de la gente. Su lugar de predicación no es el desierto, ni el Templo sino la calle, las plazas, aquellos lugares donde el pueblo se reúne, donde el mensaje es más necesario y apremiante. Ningún sector político, social o religioso resulta indiferente, porque nada es indiferente para Dios. En numerosas ocasiones, el profeta se convierte en un hombre amenazado. Le suele ocurrir lo que dice Dios a Ezequiel: “Eres para ellos coplero de amoríos, de bonita voz y buen tañedor. Escuchan tus palabras, pero no las practican” (Ez 33,32). Es la amenaza del fracaso en la misión encomendada por Dios, de gastarse en una actitud que no encuentra respuesta en los oyentes. De alguna manera, en el destino de los profetas queda prefigurado destino de Jesús de Nazaret.
Finalmente, conviene señalar que la profecía es un carisma y como tal, supera todas las barreras: del sexo, la cultura, las clases sociales, religiosas. En Israel hubo profetisas, como Débora (Jue 4) o Hulda (2 Re 22). También existieron profetas vinculados a la corte, como Isaías, y pequeños propietarios, como Amós. La mayoría de los profetas eran seglares; incluso Dios encomendó su Palabra tanto a adultos como a personas jóvenes.
Lo que caracteriza por tanto al profetismo bíblico, es que Dios habla, aunque nadie le pregunte, suscita hombres y mujeres que lleven su Palabra al pueblo de Israel. Una Palabra de conversión y liberación, de castigo y esperanza que transforma el corazón de todo profeta.
Esto dice el Señor: ¿Cómo se comunica el profeta?
El profeta que ha recibido la palabra de Dios a través de audiciones y visiones, ya hemos dicho que su misión no es otra que obedecer y anunciar lo que el Señor ha dicho. Para ellos utiliza diferentes medios y géneros literarios. Nos centraremos en dos: los oráculos y las acciones simbólicas.
Oráculos
Esta forma literaria, tan típica de la literatura profética, consiste en una declaración solemne hecha en nombre de Dios y designa el contenido del anuncio profético. Si se trata de una promesa de salvación, se denomina oráculo de salvación; en cambio, si anuncia un castigo o una condena, se le designa como oráculo de condena. Normalmente, va dirigido a todo el pueblo, aunque
también los hay dirigidos a personas concretas. Las fórmulas que aparecen en los libros bíblicos podemos agruparlas en dos grandes bloques: las que constatan la llegada de la palabra divina al profeta y las que aseguran que la palabra transmitida es palabra de Dios. En el primer apartado se encuentran las fórmulas como: “vino la palabra del Señor” o “me vino la palabra del Señor”. En el segundo se aparecen expresiones: “así dice el Señor”, “oráculo del Señor”, “dice el Señor”. Lo que estas fórmulas subrayan es que para el profeta lo más importante consiste en subrayar el origen divino de la palabra que anuncia, que no es palabra humana, sino que viene del mismo Dios.
Acciones simbólicas
Generalmente, los profetas transmiten su mensaje de viva voz y, con frecuencia, más que decir su palabra, la gritan (Is 40,6) o la dicen en voz baja, como musitándola (Is 42,1-4). Aun así, no faltan ocasiones en que la palabra no basta, necesitan subrayarla con signos. Las acciones simbólicas adquieren así una intención didáctica, como Oseas mediante su matrimonio, expresa la relación amorosa de Dios con su pueblo (Os 1,2) o Isaías con los nombres de sus hijos (Is 7,3; 8,3) y el pasearse desnudo (Is 20). Jeremías es prolijo en símbolos: el cinturón a orillas del Éufrates (Jr 13,1-11), su celibato (Jr 16), el cántaro roto en el taller del alfarero (Jr 19), el yugo al cuello (Jr27;Jr28,10) entre otros. Sin embargo, Ezequiel es el profeta que realizó mayor número de acciones simbólicas: su mudez temporal (Ez 3,24-27; cf. 4,1-3), la mímica para anunciar el asedio de Jerusalén (Ez 4,4- 17), el corte del cabello y de la barba (Ez 5,1-3), la carga de un saco de emigrante (Ez 12,1-16), etc…
Además de los géneros anteriores, que son los más característicos, los profetas utilizan otros géneros retóricos comunes en la oratoria profana o bíblica, como canciones (Is 5,1-2), himnos (Is 44; 45), cartas (Jr 29), confesiones íntimas (Jr 11,18-19; 15,10-21; 17; 18,19), instrucciones sapienciales o sermones (Am 5,21-24; Is 8,11-15).
Los profetas, fueron predicadores con amplios recursos oratorios, y en ocasiones se mostraron como poetas de alta sensibilidad (Deuteroisaías, Jeremías), como maestros conocedores de las técnicas sapienciales (Amós, Joel), como narradores capaces de destacar detalles sorprendentes (Jeremías, Ezequiel) y como profesionales del culto capaces de componer salmos, himnos, oraciones (Nahún, Habacuc).
Palabras y acciones que tienen como finalidad transmitir la voluntad de Dios para su pueblo, mostrarnos quién es Él y hacernos vislumbrar su proyecto sobre la humanidad. El profeta es la persona encargada de hacérnoslo saber.
Carmen Román Martínez, OP