Una palabra amiga

Solemnidad del Corpus Christi: el Sacramento principal de la Iglesia

Hoy celebra la Iglesia la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el sacramento principal de la Iglesia. ¿Qué queremos decir con esa palabra “sacramento”? El Catecismo de la Iglesia católica, n. 1131, dice que “los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales se nos dispensa la gracia divina”. Por medio de los sacramentos damos a Dios el culto debido y recibimos de Dios la salvación que necesitamos. Así como Cristo, durante su vida mortal, curó enfermos, perdonó pecados, dio de comer a multitudes, resucitó muertos, dio vista a los ciegos, y de ese modo comunicó una salvación y un alivio temporal como signo de que él era el salvador de la humanidad; así ahora, Cristo resucitado, presente en la Iglesia que es su Cuerpo, realiza signos por los cuales se actualizan los acontecimientos salvíficos de su pasión, muerte y resurrección, y se nos comunica la salvación eterna que deseamos.

Los sacramentos de la Iglesia son siete: el bautismo, la confirmación y la eucaristía son los sacramentos que nos dan identidad de discípulos de Jesús en la Iglesia y por eso los llamamos sacramentos de iniciación. En el sacramento de la penitencia se prolonga la acción purificadora del bautismo para el perdón de los pecados. En el sacramento de la unción de enfermos, Dios actúa con acción sanadora para asegurar la salud, sobre todo eterna de nuestro cuerpo enfermo. El sacramento del matrimonio consagra el amor humano y da fundamento de santidad a las familias. Finalmente, el sacramento del orden da estructura y autenticidad a la Iglesia; la Iglesia existe plenamente allí donde hay ministros válidamente ordenados. Por medio de este sacramento Dios prolonga en la Iglesia la misión que dio originalmente a los apóstoles. El ministerio de los obispos y sacerdotes es la garantía institucional que Dios ha dado para asegurar que por la predicación del evangelio y la celebración de los sacramentos en la Iglesia se transmite la salvación a los hombres.

En la eucaristía se actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz y se anticipa el banquete del reino del cielo, no de manera figurada, sino de forma real y verdadera. ¿En virtud de qué sería esto posible si no es por el poder del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia? Y ¿qué garantía, qué seguridad tenemos de que el Espíritu Santo actúa en la Iglesia, si no es porque la Iglesia conserva su autenticidad gracias a que mantiene la continuidad institucional con sus orígenes a través de la sucesión de los obispos por medio del sacramento del orden? Por eso, solo un varón que ha recibido el sacramento del orden en grado de presbítero o de obispo puede celebrar la santa eucaristía con la garantía de que allí efectivamente, y no solo como una representación, se actualiza el sacrificio de Cristo y se anticipa el banquete del cielo. Porque la acción del obispo o del presbítero es la garantía institucional que tenemos de parte de Jesucristo de que allí actúa el Espíritu Santo, el único que puede hacer verdadero y real lo que el sacramento significa. Por eso donde no hay un sacerdote verdadero no hay verdadera eucaristía. Habrá una representación simbólica de la cena del Señor, pero no habrá actualización del sacrificio de Cristo en la cruz y de su resurrección. Esto debe ser una advertencia para rechazar a las personas que se hacen pasar por sacerdotes sin serlo. Ese falso sacerdote solo podrá hacer una misa falsa.

La Iglesia expresa el realismo del sacramento de la eucaristía con la enseñanza de que el Cuerpo y la Sangre de Cristo están real, sustancial y verdaderamente presentes en las especies de pan y de vino. Aquí hay que tener mucho cuidado. Nosotros decimos que el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en la única persona del Hijo de Dios. Al encarnarse no dejó de ser Dios y su humanidad no fue aparente sino real. Algo parecido decimos de la Sagrada Escritura: el único texto sagrado es a la vez plenamente palabra humana y plenamente palabra de Dios. Esa doctrina no vale para la eucaristía. Hay un canto en latín que dice “Verbum caro factum est; Verbum panis factum est”. Es decir: “el Verbo se hizo carne, el Verbo se hizo pan”. También en latín se pueden hacer declaraciones falsas. Cuando el sacerdote pronuncia sobre el pan y el vino las palabras que Cristo pronunció sobre el pan y el vino en la última cena ocurre un portento, por obra del Espíritu Santo y las palabras del sacerdote. El pan deja de ser pan y el vino deja de ser vino y ambos se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, aunque permanezca la apariencia del pan y del vino. Jesucristo no se hace pan; el pan se convierte en Jesucristo. El pan deja de ser pan para hacerse Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino para ser la Sangre de Cristo. En teología se dice que la sustancia del pan y del vino se convirtió en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Sin embargo, en el uso común, la palabra “sustancia” significa la composición química de algo y ciertamente, desde el punto de vista químico el pan y el vino consagrados siguen siendo pan y vino. La composición química es uno de los “accidentes” del pan y del vino que permanecen. Pero cuando la Iglesia habla de sustancia, habla de aquello que da la identidad a las cosas en sí mismas, y que se capta en el concepto que las identifica en nuestra mente y que se expresa en las palabras con las que las nombramos. Si el sacerdote ha dicho con la fuerza del Espíritu Santo que esto es el Cuerpo de Cristo y esto otro es la Sangre de Cristo derramada, esas palabras transforman la sustancia que da identidad al pan y al vino en lo que las palabras del sacerdote significan: en Jesucristo resucitado. Por eso doblamos la rodilla ante la hostia consagrada, pues allí ya no hay pan, sino el mismo Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. Las palabras del sacerdote, con la fuerza del Espíritu Santo, no dicen mentiras, sino la verdad y la realizan.

Por eso, al comer el Cuerpo de Cristo y al beber su Sangre quedamos de tal forma unidos a Él, que empezamos a ser parte de Él mismo. A diferencia del alimento ordinario que por la digestión se transforma en hueso, músculo y grasa de nuestro cuerpo; el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos transforma a nosotros en lo que ellos son y nos convertimos en el Cuerpo místico de Cristo, y somos Iglesia de Cristo. Morimos y resucitamos con Él sacramental, verdadera y realmente. Este Sacramento es el más sagrado y principal de todos, pues lo que él significa y realiza es el origen de nuestra salvación.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

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