Una palabra amiga

Isaías, el profeta de la gran experiencia de Dios

Los datos que poseemos sobre la vida de Isaías son pocos. Su padre se llamaba Amós, pero no hay motivo para identificarlo con el profeta de Técoa. Debió de nacer hacia el 760 a. C., en el siglo VIII a. C. El lugar de su nacimiento, aunque no lo sabemos con certeza, parece ser Jerusalén, dato importante porque el futuro profeta crecerá en medio de unas tradiciones religiosas que condicionarán su mensaje.

Todavía bastante joven recibió la vocación profética, «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1), probablemente el año 740/739 a. C., cuando contaba unos veinte años de edad. Por entonces debió de contraer matrimonio. Desconocemos el nombre de su mujer, a la que en una ocasión llama simplemente «la profetisa» (8,3). De aquí deducen algunos que se trataba de una auténtica profetisa, como Julda; otros creen que recibe el título por estar casada con el profeta.

De este matrimonio nacieron al menos dos hijos, a los que Isaías puso nombres simbólicos relacionados con su misión profética: Shear Yashub («Un resto volverá») y Maher Shalal Hash Baz («Pronto al saqueo, rápido al botín»). Ni siquiera conocemos la fecha de su muerte, aunque es probable que fuera después del 701 a. C.

La vocación del profeta

Aunque no es frecuente encontrar la narración de cómo los profetas han sido llamados por el Señor, en este caso, sí la tenemos, y además está bastante desarrollada en su libro (Is 6,1-13). El relato podemos dividirlo en tres partes:

  • Visión (1-5)
    Purificación (6-7)
    Misión (8-13)
  • Veamos cada una de ellas con detenimiento, para lo cual invito a leer el texto bíblico de cada parte y después leer el comentario propuesto:

Visión inicial (1-5)

En esta parte predomina el elemento visual, por lo que es fácil imaginar la escena que se desarrolla en el famoso templo de Salomón, el templo de Jerusalén. Contemplamos una visión grandiosa de la majestad y soberanía de Dios del cual “la orla de su manto llena el templo”, que se dibuja con tres contrastes:

El primero, con el rey Ozías ya muerto; del rey mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los serafines, a los que se describe detenidamente, con sus seis alas, de las cuales cada par tiene una función y que gritan la santidad de Dios: “Santo, santo, santo”. El tercero, es el profeta, que se siente impuro ante el Señor. Con estos tres elementos, tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de Dios: vida-muerte, invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza. Esta majestad sublime queda sintetizada en ese título típico del libro de Isaías, «el Santo». Hay que recordar que, dentro de la historia de las religiones, la “Santidad” expresa la separación infinita de Dios con respecto al mundo y a lo mundano, esa cualidad que lo hace aparecer al mismo tiempo como “tremendum et fascinans”: tremendo, que provoca miedo por la grandiosidad de Dios; y fascinante, atrayente y seductor.

Junto a este sentido de la “santidad”, tenemos el de santidad moral, que conlleva la ausencia, el alejamiento del pecado. El primer aspecto coincide con la forma en que presenta Isaías a Dios; el segundo con el sentimiento del profeta y su constatación de la realidad pecadora del pueblo.

Los elementos literarios que utiliza Isaías en esta primera parte son los típicos de las teofanías (temblor, voz, humo que invade todo) y muestran gran habilidad para conseguir un ambiente totalmente penetrado por Dios. De Isaías no podemos decir que «no conocía a Dios»; sin embargo, en este momento tiene una experiencia nueva y distinta del Señor.

Purificación (6-7)

En esta sección predomina la acción, centrándose la escena ahora en el profeta. Tras el reconocimiento de Isaías de que es «un hombre de labios impuros», un serafín purifica sus labios, como símbolo de purificación de toda la persona. El serafín toca una parte para expresar la purificación de todo su ser. De ahí que el texto constate que «ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». Con esta escena se prepara a Isaías para ser elegido por Dios.

Misión (8-13)

Los versos dirigen de nuevo nuestra atención a la corte divina y están marcados por la audición. Al profeta se le va a llamar a una misión difícil. Para ello, el Señor pregunta: «¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte?». Ante ello, Isaías se ofrece sin saber a qué se ofrece ni a dónde lo van a mandar: «Aquí estoy, envíame». Es la disponibilidad absoluta al servicio de Dios: su respuesta no es «voy», sino «envíame». Hay que subrayar que el profeta no va a ir por propia cuenta; reconoce que necesita ser enviado por Dios.

La actividad profética

La actividad del profeta la encontramos desarrollada en los capítulos 1-39 del libro que lleva su nombre. Recordemos que el resto de la obra corresponde a profetas posteriores de los que ya hablaremos. Los recopiladores y editores del libro de Isaías no se molestaron en ordenar el material cronológicamente, por lo que reconstruir la actividad profética de Isaías es una aventura apasionante. La profecía de Isaías fue larga e intensa y la podemos contemplar en cuatro períodos, coincidentes en líneas generales con los reinados en que vivió: el del rey Yotán (740-734), Acaz (734-727), minoría (727-715) y mayoría de edad del rey Ezequías (714-698). Hay que destacar en la obra los tres textos de anuncio del Mesías (Is 7,10-17; 9,1-6; 11,1-9) que leemos en la liturgia en Adviento y Navidad, y que te invito a releerlos.

El profeta Isaías y el Nuevo Testamento

El profeta Isaías es el profeta al que más alusión se ha hecho en el Nuevo Testamento. Centrándonos en el evangelio de Mateo, diremos que, de las diez citas llamadas de cumplimiento, con las que el evangelista pretende mostrar que en Jesús se han cumplido las profecías y que es el Mesías, la mitad son del profeta Isaías:

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa «Dios-con-nosotros»» (Mt 1,22-23; cf. Is 7,14). Para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló» (Mt 4,14-16: cf. Is 8,23-9,1).

Para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17: cf. Is 53,4). Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones» (Mt 12,17-21; cf. Is 42,1-4). Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «Decid a la hija de Sión: «Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila»» (Mt 21,4-5; cf. Is 62,11). Isaías será muy leído y releído en las primeras comunidades cristianas.

Mariela Martínez Higueras, OP

(Artículo publicado en Revista Santa Rita y el Pueblo Cristiano, julio-agosto 2024)
La imagen que acompaña este texto corresponde a la obra de Rafael El profeta Isarías, 1511-1512
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